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Barrett: pionero de la literatura social en América del Sur

Por Carlos Solero. A pesar de su fugaz existencia, sus huellas persisten. Sus reflexiones pueblan periódicos y folletos ácratas aun en el presente.

Los escritos de Rafael Barrett son quizás los que más vitalidad y vigencia mantienen, si como referencia tomamos a los propagandistas del anarquismo de comienzos del siglo XX.

En efecto, Barrett, cuya vida se apagó tempranamente a causa de la tuberculosis, dejó en la cultura social de varios países latinoamericanos una impronta indeleble, un estilo particular para señalar y denunciar las injusticias sociales. A pesar de su fugaz existencia sus huellas persisten en la literatura y sus reflexiones pueblan una multiplicidad de periódicos y folletos ácratas aun en el presente.

Nació en el poblado de Torrelavega, un peñón del Mar Cantábrico al norte de la península Ibérica, el 7 de enero de 1876. Como Rafael Ángel Barrett y Álvarez de Toledo. Hijo de doña Carmen Álvarez de Toledo, pariente directa del Duque de Alba, su padre era George Barrett, inglés, Caballero de la Corona.

Rafael Barrett, estudió ingeniería en Madrid, se dedicó a las matemáticas, vivió en París donde interactuó con artistas diversos: pintores, escultores, poetas, miembros de la vanguardia pictórica e ideológica de comienzos del siglo XX.

Un incidente con un despreciable sujeto de la nobleza española lo obligó a partir al exilio,  y Barrett emigró hacia a América.

Rafael Barrett, periodista de combate, redactor de artículos en periódicos de organizaciones gremiales obreras es reconocido por sus aportes a literatura de denuncia social en la América del Sur. David Viñas lo registra en su libro Literatura Social y realidad política, y Osvaldo Bayer en el prólogo a una reciente reedición del Dolor Paraguayo y Lo que son los yerbales. También es mencionado por el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos como una fuerte influencia en su escritura.

A pesar de su relativamente breve residencia en la Argentina, Paraguay y Uruguay a comienzos del pasado siglo XX, Barrett sembró con sus escritos semillas que germinarían en las décadas posteriores en relatos de la magnitud de los contenidos en libros como Hijo de Hombre y Yo el supremo de Roa Bastos y en novelas como Cacao del brasileño Jorge Amado.

Barrett arribó a Buenos Aires durante la vigencia del régimen oligárquico conservador, la realidad social con la que tomó contacto impactó pronto su sensibilidad. Claro, Rafael –libertario visceral–, se indignó ante la mezquindad e infamia de los explotadores.

Que en el llamado país de las espigas y mazorcas y las vacas en abundancia muchas personas debieran buscar el sustento cotidiano en los tarros de basura, era una infamia. Además veía que los obreros eran reprimidos de modo feroz en las manifestaciones y actos de protesta, al igual que en su España natal. Las páginas de su libro El terror argentino, reflejan su mirada implacable, crítica e irónica del capitalismo vernáculo y sus personeros vestidos de frac y chisteras.

Una serie de notas de denuncia en la prensa ácrata de la época implicaron para  Barrett la persecución estatal y policial. Se destaca entre ellas la  titulada ¡Buenos Aires! Y los escritos contenidos en El terror argentino.

Otra vez tuvo que partir el exilio, esta vez hacia Paraguay donde trabajó como agrimensor en el ferrocarril, colaboró en la formación de sociedades obreras de resistencia, publicó el periódico Germinal. En el país guaraní se unió a su compañera de vida Francisca López Maíz, con quien engendró a su hijo Alex, futuro padre de Soledad –asesinada por la dictadura brasilera en Recife el 8 de enero de 1973–. Soledad, la nieta de Rafael Barrett a quien los paramilitares además de quitarle la vida la marcaron en la pierna una cruz  svástica.

A raíz de su actividad agitativa y sus folletos El dolor paraguayo y Lo que son los yerbales, donde denuncia la explotación de los mensúes, Rafael Barrett fue perseguido y debió emprender otra vez el destierro, ahora hacia Uruguay.

En La Banda Oriental trabajó como redactor del diario La Razón de Montevideo, haciéndose al poco tiempo muy popular. Tan es así que los lectores reconocían sus crónicas tituladas: Moralidades Actuales o Mirando Vivir, aunque las firmara sólo con sus iniciales: R.B. El acoso de su enfermedad lo obligó otra vez a viajar, pero esta vez sería el último viaje, cruzó el Océano Atlántico hacia Francia donde encontró en cierta forma su morada definitiva en Arcachón (Francia) el 17 de diciembre de 1910.

En Rosario durante más de una década una biblioteca popular en Barrio Mendoza llevó el nombre de Rafael Barrett, por allí transitaron hacedores de la cultura popular como el poeta Felipe Aldana, el historiador Diego Abad de Santillán dictó conferencias, el Dr. Juan Lazarte, médico, sociólogo y humanista. Sus principales impulsores fueron Juvenal Fernández, Mario Bertot y Arquímedes Simboli, militantes anarquistas.

También en Rosario se fundó en 1975 el Centro de Estudios Sociales Rafael Barrett, espacio de resistencia cultural durante los años de plomo de la Triple A y continuando la labor organizando charlas-debate, conferencias y seminarios organizados entre otros  por Pedro Munich, Juvenal, Fernández, Carlos F. Machado aún bajo la dictadura cívico-militar instaurada en 1976 y también después de la reapertura constitucional de 1983.

El legado de Rafael Barrett es imperecedero, las frases y pensamientos contenidos en sus escritos conservan su vigencia y muestran la agudeza de su pluma libertaria. Veamos si no es así: “En la escuela hay que adquirir el hábito de no mentir y de atender a las molestias y a los sufrimientos del prójimo. Hay que salir de ella verídico, compasivo y cortés. Esto es lo importante”, escribió Barret en el siglo pasado.

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