Hay veces en la vida que las cosas salen bien; son pocas esas veces, pero suelen ser muy valiosas y de un gran aprendizaje. En un mundo raro y desalmado como el del presente, y particularmente en Rosario, la historia agridulce de la escritora local Beatriz Leroy, de 74 años, que acaba de presentar su primer libro de cuentos tiene algo de eso.
Todo empezó con Beatriz siendo una niña, cuando una serie de historias mágicas empezaron a rondar en su imaginario, aunque recién a los 15 años decidió plasmarlas en un papel y así empezó un recorrido que la trae hasta el presente rodeada de personajes que nutren sus historias que, de algún modo, como dice Darío Valenzuela, referente de La Revuelta Literaria, en el prólogo del libro, “Beatriz dibuja con palabras en las manos y da a luz en largas y pesadas horas en la calle historias que escapan a la rutina”.
Por necesidad laboral, hace casi veinte años, Beatriz, devota y creyente, empezó a cuidar enfermos a los que habitualmente les leía algunos de esos cuentos más allá de que eran para niños. Sin embargo, la llegada de la pandemia en 2020 la dejó una vez más sin trabajo y sin ese ingreso con el que además ayudaba a su familia.
Fue así que, sin otra chance a la vista, empezó a vender sus cuentos escritos a mano en papeles diversos y en diferentes esquinas de la ciudad, acercándose a los autos y a la gente en los semáforos. Una primera nota periodística publicada el año pasado por la periodista local Belén Bertero fue el puntapié inicial para que los entretelones de su historia, que parece surgida de un relato del más puro realismo mágico, llegara a San Nicolás y al colectivo de trabajo La Revuelta Literaria para que, luego de algún intento fallido, finalmente se publique su primer libro, ése que ella misma maquetó en principio con los textos manuscritos y que está hecho de relatos que recorren años de vida, momentos de dolor y de tristeza pero otros más iluminados como éste presente en el que Beatriz, o la Abuela Betty, su alter ego y protagonista de esta historia, quiere compartir “con todos aquellos que estén dispuestos a soñar”.
Los cuentos de la abuela Betty, el libro en cuestión, recopila un puñado de relatos que fueron escritos a lo largo del tiempo; algunos perdidos y recuperados y otros latentes en la memoria a la espera de encontrar su lugar y potenciales lectores en la calle o donde sea que haya gente dispuesta a recuperar algo de lo lúdico.
“Siento una gran alegría, sinceramente no esperaba tanta repercusión, no tengo palabras. Estoy muy emocionada por lo que está pasando con el libro; le estoy infinitamente agradecida a todos los que me ayudaron y a mi padre santo por todas estas oportunidades que me da”, contó la escritora en diálogo con la mañana de Radio Nacional Rosario acerca del material que contiene los cuentos “El sapito Serafín”, “Chiripioca, la tortuga con ideas locas”, “El pueblito campos verdes”, “El susto de la letra i”, “Gasparín y su amigo Mameluco”, “Cucurucho, el mimoso de Rocío”, “Chiripioca, la tortuga intelectual”, “Conociendo el mundo” y “Descubriendo una historia”.
Aquella nota periodística puso tiempo después en contacto a Bertero con una ex compañera de trabajo y colega, Estefanía Faerman, que forma parte de La Revuelta Literaria, un espacio de creación y producción artística de San Nicolás de los Arroyos, que entre otras cosas promueve un taller literario del que Faerman participa, cuyo profesor, Darío Valenzuela, gestor de todo ese espacio, fue quien se interesó en la publicación del libro de Beatriz.
“La editorial que finalmente publica el libro es solidaria y se llama Subez, y La Revuelta Literaria oficia de medio para poder concretar la publicación. Es un espacio donde se juntan personas con diversos intereses artísticos, particularmente la literatura, pero también hay otros rubros y proyectos. En ese sentido, las ilustraciones que aparecen en el libro de Beatriz son de Pilar Faustina Iturralde, una chica adolescente que cursa la secundaria, que participa del espacio, y que cedió sus dibujos para poder publicar el libro. La idea que está por encima de todo es que todos aquellos autores anónimos sin otras posibilidades tengan la oportunidad de publicar”, contó Faerman acerca de esta instancia a partir de la cual Beatriz podrá quedarse con el dinero de la venta de sus libros, por el momento a un costo de 2.500 pesos.
“De chica, a los 9 años, estaban las historias pero no usaba papeles, hacía como hacen todos los niños: daba vueltas como si estuviese en una calesita y ahí empezaba a contar cosas que me nacían en ese momento y que después olvidaba para empezar con otras o ponerme a cantar. Recién llevé todo eso al papel a los 15 años. Al principio escribía poesía, muchas las tengo guardadas y muchas otras me las robaron en la calle. Cerca de los 40 años empecé a escribir cuentos. Cuando mis pacientes se dormían, porque yo cuidado enfermos, en ese momento yo me trasladaba en el tiempo a las cosas de la infancia y me ponía a escribir; todo fue así hasta que llegó la pandemia”, contó Beatriz sobre su acercamiento a la escritura y estos últimos años que cambiaron sus hábitos.
“Le quiero agradecer a todas esas personas que me compraron un cuento desde mis comienzos, yo los vendía en hojas de lotería y escritos en lápiz porque no había otra alternativa y me los compraban igual. En esos tiempos, pegaba la parte impresa de las hojas de lotería para escribir en la parte blanca; pasó un tiempo hasta que los pude imprimir. Yo iba a pedir que me regalaran papeles, lápices y lapiceras en distintos lugares del centro. Lo hacía para poder seguir escribiendo porque esa era mi situación de entonces”, contó la escritora cuya inspiración surgió en este tiempo, también, de situaciones que vio o vivió en la calle.
“Siempre recuerdo una poesía que escribí una noche de verano en la Plaza Pringles ya pasadas las diez de la noche. Ya no había nadie y yo estaba ahí sentada y me impactó el silencio, las palmeras tan altas y hermosas y para colmo había luna llena. Ese ambiente me llevó a escribir aquella poesía pero lamentablemente ya no la tengo, me robaron las carpetas tres veces y perdí mucho material”, recordó con nostalgia.
“Mucho le debo a Belén (Bertero). Ella me encontró una vez en un semáforo y yo le ofrecí un cuento. Después, como en ese lugar me habían robado, estuve un tiempo sin volver pero me encontró en otro semáforo y me hice aquella nota”, evocó Beatriz que presentó su libro recientemente en el bar Beatmemo. “Quizás lea un cuento, hay uno que me gusta mucho, «El sapito Serafín»; es para niños de 3 o 4 años pero también se lo leía a gente grande a la que la invade la posibilidad de poder expandirse e imaginar lo que ese cuento está contando”, dijo previo a esa presentación.