El profuso y diverso universo de la plataforma Netflix acaba de sumar hace apenas unos días una verdadera joya a su catálogo. Precedida de elogiosas críticas e incluso encendidas polémicas, ya está disponible y entre las propuestas más vistas en el país y la región (un hecho singular porque no es precisamente un producto del mainstream), la imperdible serie Bebé Reno (Baby Reindeer).
Se trata de un material de tan sólo siete capítulos de alrededor de 30 minutos cada uno, que se fagocitan unos a otros, y que cuentan una historia imposible, corrida de todos los lugares comunes, con un clima muy propio del teatro (el arte que siempre va por más), sin restricciones ni concesiones, donde el protagonista es un comediante fallido que no encuentra su lugar en el mundo del espectáculo hasta que un día, de manera casual, se cruza con una mujer que se obsesiona con él, se convierte en una inusual acosadora y en una bisagra en su vida.
Inspirada en hechos reales de la vida real del protagonista, el actor y guionista escocés Richard Gadd, un talentoso sub 40 que sin dudas la industria comenzará a mirar con otros ojos de aquí en más, la serie habla del acoso que Martha, encarnada por la estupenda Jessica Gunning, ejerce sobre el frágil Donny Dunn, un comediante en formación, de talento fluctuante, que trabaja en la barra de un bar del Camden londinense y que, de manera empática, sólo le ofrece un te en un día especial.
Tanto la historia de Martha, la acosadora (bastante diferente la de ficción de la real), como la del protagonista y su encuentro amoroso con una mujer trans, fueron parte de un unipersonal que Gadd estrenó en 2016 y se llamaba Monkey See, Monkey Do. El elogiado trabajo del actor y las temáticas que transitaba en ese monólogo fuera de lo común determinaron que Netflix se interesara en él y lo contratara para que lleve adelante la miniserie que lo cuenta como guionista, director y protagonista.
De este modo, desde su atractiva, adictiva y disruptiva incomodidad, Bebé Reno abre una serie de interrogantes respecto de otros temas como la diversidad sexual y el temor de ponerle el cuerpo cuando éste lo demanda, los entretelones de lo que se supone en el mundo del espectáculo son el fracaso y el éxito con sus inevitables consecuencias, y de cómo el mundo está lleno de personas monstruosas que, sin embargo, quizás no son tan malas como el lobo, del mismo modo que las que están del otro lado no suelen ser tan buenas como los corderos (o los renos pequeños), más allá de que aquí los monstruos humanos generen un miedo real y concreto.
Varios condimentos hacen única a la serie: en primer plano aparece un guión magistral, que fue pensado como un monólogo e interpretado de ese modo, con iguales actuaciones, tanto en los roles principales como en los secundarios. En el mismo sentido, los recursos narrativos, con la voz en off del protagonista en un relato que remite a la idea de ese monólogo iniciático, crea un clima acorde con la sordidez que va transitando el acontecer de la serie que, invariablemente, se mete en lugares oscuros, infrecuentes (como suele hacer el teatro), más allá del poderoso uso de los colores y los contrastes, hasta llevar al protagonista a tocar fondo con una problemática como la del abuso, que pone en tensión la pregunta inevitable: qué está dispuesto a hacer cada uno con tal de alcanzar notoriedad, con tal de tener éxito, y qué se hace con eso una vez que ya se consiguió, porque deseo y logro no son lo mismo.
En uno de los capítulos, en la ficción un tal Darrien O’Connor, alguien con predicamento en la industria del entretenimiento británico, se cruza con Donny en la edición 2012 del Edinburgh Fringe (algo que pasó en la historia real), donde el comediante intenta, con poco más de 20 años, hacer sus primeras armas en la escena. Lo que sucede, modifica la vida de Donny (o de Gadd) para siempre: ya nada será igual. Pero sobre todo no será igual su intimidad de la que deberá hacerse cargo, dado que a partir de ese momento ingresa en una etapa de tembladeral que pone en un gris sus gustos o intereses sexuales, y en ese punto, aunque de manera elíptica, la serie también abre un debate acerca de qué es la diversidad, cómo se la transita, y cómo la heteronormatividad también puede ser una construcción social y cultural.
Tal como confesó en alguna entrevista por el lanzamiento de la serie en Europa donde también es sensación, queda claro que Gadd tenía la imperiosa necesidad, más allá de lo que aportan aquí otros elementos ficcionales, de contar algo que le había pasado en su vida real, necesitaba hacerlo para seguir adelante con su vida. Incluso la serie propone todo el tiempo una especie de clima catártico que el autor-protagonista lo vivenció como su “mejor terapia”. Y todo eso camina lentamente a un final que no sólo no es previsible sino que, por encima de todo, se vuelve bella y poderosamente desconcertante.