Diría que mucha tinta ha corrido en torno a este tema durante los últimos días, pero no solo le estaría errando al vizcachazo, además pecaría ingenuamente de ser irónica. Si hubo algo que faltó en este debate justamente fue la tinta. Como el eufemismo me deja en orsai, voy a tratar de ir por otro lado. Lo que quiero decir, a pesar de que tampoco estoy usando tinta para escribir, es que se tipearon muchas letras, se escribieron muchas sentencias con tonos condenatorios, moralistas, burlones o difamatorios. Se escribieron, sí. Pero no en papel, sino esos espacios virtuales que dan un aire progre de democratización de la palabra a personas que ya tienen una voz legitimada por otros mecanismos, en otros entornos. Espacio que, por más aire de efímero que tenga, no le quita entidad a lo ya escrito.
Estamos hablando de Facebook, ese viejo artefacto virtual, ya casi el dinosaurio de las redes, donde circula cada vez menos gente. Pero que esta vez supo darnos un entretenido tole tole en este momento de pandemia, en el que claramente muches están más expectantes que doña Rosa a la hora de Intrusos.
El griterío se armó en torno a un grupo que se dio en llamar Biblioteca Virtual. Un grupo abierto y público en el que participan más de quince mil personas y en el que circulan libremente PDFs con obras de autores de todos los tiempos y de todas las lenguas, de todos los géneros (discursivos, textuales y sexuales); en fin, una enorme Babel digital, imposible de abarcar y de asir, mucho menos de descargar y leer.
Muchos textos de autores contemporáneos que viven de su trabajo, mejor dicho, que cobran dinero por cada libro suyo que se vende, circularon en esta biblioteca. Algunes de elles, reconocides en este momento en el mercado editorial, pidieron de distintas maneras, y con justa razón, que retiraran sus obras de ese espacio ya que se veían perjudicades económicamente por la libre circulación de sus textos. Su argumento era el siguiente: el hecho de que circulen sin costo alguno para les lectores en un espacio virtual hace que la gente no compre los libros físicos; si los libros físicos no se venden, les autores no cobran regalías y las librerías también pierden su porcentaje de ganancia. El argumento parece sencillo, y obvio. Aunque no lo es tanto. O al menos, no es tan lineal como parece. Ya se verá por qué.
También alguien apeló a la responsabilidad de les lectores: si estes descargan un PDF contribuyen no solo con el empobrecimiento de les escritores, sino también con la destrucción de la industria editorial, que obviamente se ve afectada por la crisis generada a partir de la famosa pandemia, pero más aún por la crisis que ya venía atravesando debido a la falta de una política cultural que proteja al sector e impulse su desarrollo, sostenimiento, y por qué no, crecimiento.
Por supuesto, la crisis de la industria editorial trae aparejada también una serie de consecuencias en los sectores y profesionales relacionades, estamos hablando de aquelles que intervienen en la producción de un libro, a saber: imprenteres, diseñadores, maquetadores, correctores, traductores, ilustradores y un largo etcétera que no quiero completar porque no quiero olvidarme de nadie.
Todo esto se dijo y, en algunos casos, se gritó en la cara y en la cancha de les lectores: aquelles que consumen los productos que escriben les escritores y editan las editoriales (valga la redundancia). Se les trató de irresponsables, forres, ladrones, piratas, culpables de la merma de los ingresos económicos de les escritores y responsables directes de la crisis de la industria editorial, y tantas otras barbaridades e insultos dignos de la novela de la tarde. No se los acusó de ser causantes de una pandemia de PDFs a nivel mundial y de la caída del imperio Random House, porque era too much. Pero casi.
Responsabilizar a les lectores que hacen circular unos PDFs de la pauperización del oficio del escritor y de la crisis de la industria editorial es un desacierto bastante grave, un error de medio a medio, ya que significa desconocer que es gracias a que existen lectores (voraces, porque si hay algo que caracteriza a une lectore es su voracidad) que la industria sobrevive y les escritores cobran, y las librerías venden. Es, incluso, desconocer que une escritore sobrevive, siempre, por sus lectores; y no por el mercado.
De todos modos, la guerra quedó declarada, y ahora había que ver de qué lado se pondría cada une, sobre todo aquelles que se consideran ambas cosas en la misma medida: lectores y escritores. Y de qué lado se pondrían aquelles que además de escritores o lectores son docentes, y compartieron en sus cátedras PDFs porque saben que es imposible para les estudiantes adquirir todos los textos que se necesitan para atravesar el sistema educativo. Y de qué lado se pondrían aquelles que se emocionan al encontrar el PDF de una obra que buscaron durante años en una librería y no la encontraron porque la misma industria editorial que les edita sus libros les niega la posibilidad de que ese texto buscado se encuentre en los estantes de las librerías.
Es en este momento, entonces, que el culebrón llega a su apogeo y vemos likes desesperados de une misme fulane en posts a favor de la biblioteca virtual, en contra de la biblioteca virtual, a favor de lo que plantea le escritore perjudicade x, en contra de ese misme escritore perjudicade, a favor de une lectore voraz, en contra de la voracidad de les lectores, etc. Desgastante. Lo que estaba súper claro comienza a enturbiarse y con tanto humo, el bello fiero fuego no se ve.
En todo este despiole, por fin hubo alguien que vino a traer un poco de claridad. Y fue la inmensa María Teresa Andruetto, que en un post de su perfil de Facebook escribió: “Comparto la idea de (…) que buena parte de la circulación de nuestros libros (de los míos, seguro) se la debemos a gestores culturales, editores, bibliotecarios, animadores, narradores orales, actores, maestros, profesores… que le ponen el cuerpo a la literatura para difundir nuestros libros (los míos, por lo menos) entre lectores que no llegarían a esos libros de otro modo”.
Entonces, queda claro que no son ni más ni menos que les lectores, en definitiva, quienes ponen a circular los textos, sean estes quienes sean o mejor dicho, vivan de lo que vivan: bibliotecaries, profesores, gestores, talleristas, escritores, etc. Después de leer ese post, corroboro mi sospecha inicial: atacar a les lectores por compartir PDFs es un desacierto aún mayor del que intuía. Pero, ¿esto invalida el reclamo de les autores?
Es en este punto que me agarra como una especie de furor docente y empiezo a pensar y a tratar de ordenar: ¿qué estamos discutiendo? Porque pareciera ser que algunes hablan de lo que se le viene a la boca sólo por participar del debate y arrogarse una posición legitimante: “Soy escritorx, y como tal, defiendo el derecho a vivir de mi trabajo…” o bien “soy lectorx, y porque consumo, tengo derecho a leer lo que se me canta…”.
Finalmente, esto no es más que un menjunje en el que cada une termina gritando lo que le parece, en las redes de modo catárquico en torno a un eje que cada vez que parece que lo tenemos en claro, se corre de lugar y se acerca a otro tópico, o abarca otra arista. Pareciera ser que se está discutiendo permanentemente algo que no es lo que se discute, o no es lo que plantea le escritore tal o responde a cierto interés personal o colectivo, pero no contempla el derecho de les lectores.
Estaría muy bien organizar de alguna manera qué es lo que se debate: porque si lo que estamos discutiendo se centra en el mercado, y en las condiciones laborales de les escritores y de las personas que trabajan e intervienen en el proceso de producción editorial, estamos discutiendo un tópico que tiene que ver con la posibilidad de una organización gremial, o tal vez, de las garantías que deben ofrecer las editoriales a les escritores de que su trabajo será cuidado y sus intereses velados a partir del momento en el que estes les ceden los derechos. Es decir, que todo el proceso de producción será atendido de manera correcta, y que, además se les pagará un salario u honorario digno a quienes intervengan en la creación de ese libro, que no son sólo lxs escritores (hablamos de correctores, maquetadores, diseñadores, etc). Porque si aceptamos que la editorial que edita nuestro libro desconozca el trabajo de todes les actores que participan en el armado de ese libro, no nos podemos rasgar las vestiduras por un PDF que circula.
También deberíamos discutir cuál es el rol de las editoriales, ya que, si son estas las que se encargaran de vender y comprar derechos, también deberían ser las que se aseguren de garantizarlos y si los intereses de les escritores se ven afectados, deberían tomar las medidas necesarias para revertir esa afectación. (Sabemos que son las pequeñas editoriales las que luchan seriamente por sobrevivir y que, si editan aún a costa de sus propios bolsillos, no se les puede pedir tanto esfuerzo. Pero no son les escritores publicades en este tipo de editoriales les que se mostraron molestes, justamente).
Ahora bien, si lo que se discute es el derecho que tenemos como lectores a acceder a ciertos textos, es decir, la libre circulación de algunos materiales, ya sea porque son patrimonio cultural de la humanidad o de la nación (si es que existe tal cosa) o de lo que se nos ocurra, estamos discutiendo otro tópico. Aquí tendríamos que hablar de temas que tienen más que ver con la propiedad intelectual, y de derechos de autores, y de la cesión de esos derechos que les autores o descendientes de autores hacen a las distintas editoriales o entes gubernamentales para que se encarguen de su difusión y distribución.
Por otra parte, si vamos a discutir cuáles son las obras que deberían ser accesibles a todo público sin necesidad de pagar por ellas, ya sea porque tengan los derechos liberados por la fecha de fallecimiento de su autore, o bien por su valor literario, o por la reiterada frecuencia de su utilización en distintas unidades académicas (desde la primaria a la universidad), el tema es otro. Y en esta línea, deberíamos pensar o discutir si es el Estado el que debe pagar para garantizar ese otro derecho no menos fundamental (y que va de la mano con el derecho a la educación): el derecho a la lectura de todes les ciudadanes. O bien, si debe ser el Estado quien exija a las editoriales un porcentaje de su producción en este sentido, el debate es distinto de los tres anteriores.
Mientras no se defina el eje del debate y éste no se dé en un marco adecuado para la discusión, con la seriedad que ameritan estos temas, lo único que queda de todo esto es el desencanto que deja el griterío virtual de algunes escritores y lectores, que desconocen que son parte de la misma rueda, peleándose y desgarrándose las vestiduras en una red social. La imagen se asemeja mucho al episodio de El Matadero en el que todxs gritan y luchan en el barro para ver quien se lleva un cacho de carne, las sobras específicamente, mientras que los que promueven el substine y abstine observan desde lejos, sin decir una palabra.