Me encanta escribir. Uno de los motivos por los que me involucré con el periodismo tiene que ver con la posibilidad de expresar lo que veo, lo que siento o lo que se me ocurre con palabras. Siempre hay una historia para contar, y a la gente le encanta escucharlas. Y ese es el desafío que asumí cuando El Ciudadano me dio la chance hace unos 20 años. Y lo luzco con orgullo.
La fecha precisa de inicio no la tengo en mi cabeza. No soy de anotar nada. Ni en agendas –hoy en desuso– ni en algún rincón del celular que debe estar destinado a eso. Siempre apelo a mi memoria y tengo la sensación que nunca me falla, aunque debe hacerlo más de lo que creo. Pero en este caso no hay reproches a los Gigas de almacenamiento de mi cerebro. La exactitud de mi transitar en el diario es difícil de explicar, al menos si intento hacerlo desde la cordura, desde lo racional.
Ingresé allá por el 2004 para realizar la cobertura de Newell’s y a los pocos meses fui despedido. No fue por mi falta de profesionalismo, ni por mi incapacidad para redactar. Tampoco por mi rebeldía a cumplir con los horarios de trabajo, mucho menos por la exigencia salarial que, en ese como en muchos otros momentos, estaba lejos de acercarse a algo digno. ¿La razón de mi salida? “Le hiciste una pregunta incómoda a (Ariel) Ortega”, fue el motivo que esgrimió quien era en ese momento el director del diario, justificando mi despido por alguna transgresora intervención periodística con el Burrito, que en esos días era el golpe de efecto más importante que había realizado Eduardo López (dueño del diario) para construir su continuidad en el poder.
Tan simple como absurdo. Irracional. Disparatado. Sin sustento legal alguno. Y lleno de inconsistencia en cualquier lógica que pudiera aplicarse. Pero de ninguna manera sorpresivo. Hacer periodismo deportivo en Rosario tiene esos riesgos. La ciudad más pasional del país –no tengo dudas de eso– también lleva con orgullo el mote de ser “Termolandia”, un lugar donde el folclore futbolero excede cualquier límite de la lógica. Y nadie que intente ser parte de esto, jugadores, dirigentes, entrenadores, periodistas e hinchas, puede desconocer el territorio hostil y complejo que deberá recorrer.
Pararse frente a un teclado en un medio deportivo rosarino tiene sus desafíos. Y hay reglas básicas que deben respetarse para no caer en un juicio tribunero que podría tener como sentencia ataques verbales de todo tipo –las redes sociales son el mejor conducto para canalizar esos exabruptos–; cancelaciones periodísticas de parte de los lectores o incluso de los propios protagonistas; y en algunos casos agresiones físicas. La Rosario futbolera tiene prohibida la mención oral y escrita de parte de la prensa de algunos términos. Palabras que están “canceladas” por el folclore y cuya mención puede ser motivo de sanción severa, excomulgando incluso a quienes se atrevan a decirlas.
Con los riesgos necesarios asumidos, intento detallar esos términos satánicos que la sociedad futbolera rosarina prohíbe a los periodistas. No se puede decir “frío”; “aliento”, mucho menos “sin aliento”; “abandono”; “parlante”; “pecho”; “descendido o descendió”; “enmudeció”; y unos cuentos derivados que seguramente ya están cancelados en mi cabeza para evitar mencionarlos. Parece una locura. Está lejos de la sensatez. No tiene sustento. Es ilógico. Raya en lo chabacano. Es tan irracional como inexplicable. Pero hay razones futboleras que justifican plenamente esas cancelaciones y en “Termópolis”, la patria del fútbol rosarino, esas expresiones son penadas con severidad y cualquier periodista que se atreva a mencionarlas podría incluso ser sentenciado al destierro.
Es cierto que esa prohibición de algunas expresiones comunes nos pone en un interesante desafío narrativo. “El clima está destemplado”, es una hermosa construcción literaria que evita sanciones y nos pone en un lugar literario superior a otros colegas del resto del país. “Hubo un receso para que los jugadores se hidrataran” nos acerca científicamente mucho mejor a lo que sucede cuando el calor agobia y en otras latitudes futboleras los simplifican con un “se refrescaron”. “Los hinchas dejaron de expresarse” es menos descriptivo que decir que el “estadio enmudeció”, pero también evita posibles represalias.
Podría entenderse que en estos dichos hay algo se sarcasmo. Posiblemente. Es difícil tomar con naturalidad algo que está lejos de ser normal, al menos en sociedades civilizadas. Pero la expresión “Cabeza de termo” incluida en el lenguaje futbolero criollo gracias al eterno Diego Maradona, es una buena manera de identificar al hincha rosarino. ¿O acaso no tomamos con naturalidad que antes de un Clásico se queme la sede de un club o una tienda oficial? ¿O no hacemos chistes con agresiones a domicilios de familiares de futbolistas? Incluso entendemos como heroico hostigar a ex presidentes de ambos clubes en la vía pública, aunque eso signifique en algunos casos riesgos de salud para los involucrados. Ni hablar de las renuncias de entrenadores tras perder un clásico, aunque en ese caso está bastante emparentado con el resto de los hinchas argentinos y no podemos pedir exclusividad.
Hace 20 años asumo este desafío. Y lo hago con el mismo entusiasmo que desde el primer día, aunque debería escribir mejor que en aquel entonces. No reniego del lugar donde nací. Intento entenderlo y sobrevivir. No busco una sociedad futbolera mejor. Disfruto de la pasión que los hinchas rosarinos llevan en la sangre. Una bandera que muchas veces enarbolamos con orgullo. Y aunque a veces transitar el terreno de las palabras obliga a cuidados especiales, ser parte tiene una mezcla de insensatez y satisfacción única. Bienvenidos a Termolandia.