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Bob Dylan cumple 80 años con su coherencia y creatividad intactas

El cantautor de poética lírica y bellísimas melodías, héroe de la contracultura de los 60, criticado por acciones y declaraciones, fiel a su prédica de no ventilar su vida privada pero siempre dispuesto a mostrar buenas canciones, es un artista complejo aunque también de los más fieles a su prédica

“El bueno de Bob”, como muchos colegas músicos y “gente del ambiente” coincidieron en llamar a Robert Allen Zimmerman, famoso con el alias Bob Dylan, se ha mantenido fiel a su credo personal de mantenerse sin entregar demasiada data de su vida personal, es decir, de aquellas acciones y  decisiones que dieron una dirección a su existencia e, incluso, a su música, aunque esta última, al cabo ya de unos abultados años sonando, podía ser más predecible para sus seguidores y aun para productores o discográficas en general.

Hoy, que el insigne músico nacido en Minnesota en 1941 cumple ochenta años, nadie podría decir que no ha logrado ese cometido, ese afán por dejar sentado que lo que más importaba de un músico no era que hablase y contara como había sido su vida sino la capacidad que tuviera para recrearse a sí mismo y estar siempre dispuesto a proponer algunas canciones nuevas.

Y quién podría decir que Dylan también no ha logrado esto último si se piensa en sus clásicos y magníficos “Blowing in the Wind”, “Like a Rolling Stone”, “Mr. Tambourine Man”, “Subterranean Homesick Blues”, “Highway 61”, “Lay, Lady, Lay”, “Knockin´ on Heaven´s Door” y una inagotable fuente de temas reconocibles que cuerpean el paso del tiempo con hidalguía –como su mismo autor lo hace– y hasta suenan hoy más contemporáneas que entonces y también inimitables, puesto que a trovador folk –no importa si acústico o eléctrico– no le gana nadie (tal vez podría mencionarse como equiparable al gran Leonard Cohen pero el canadiense tiene una luz y un derrotero tan propio que solo puede hablarse de él desde el lugar ganado en el universo poético-musical que, en todo caso, lo pondría en paralelo a Dylan, y en trayectorias que nunca se cruzan por lo marcadamente personales que son los imaginarios de ambos trovadores).

“Prefiero no hablar de mis cuestiones personales, en todo caso, puedo dar cuenta de algo relacionado con mi música, incluso no del todo, porque la música tiene su propia voz”, decía Dylan al término de una de las tantas giras por su país.

A los ojos de algunos medios, estas declaraciones le fueron granjeando una personalidad algo hosca pero él mismo se encargaba de inutilizar tal señalamiento con su delicada ironía y su sentido del humor picante, que puede verse perfectamente en los documentales No Direction HomeRolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story, que rodó Martin Scorsese y que lo tuvieron como productor asociado.

Perfecto dueño de un espíritu desafiante

Como finalmente no pudo evitar escribir su autobiografía, llamada Chronicles Volume One y publicada en 2004, se refirió a ella de este modo: “Debo decir que los argumentos de la editorial para convencerme de que debía dejar testimonio de cómo habían surgido algunas de mis composiciones y la propuesta de distribución fueron muy buenos y además me dejaron libertad para contar las cosas como yo quería”.

Poco después de aparecida y cuando su circulación se había hecho masiva, algunos de sus detractores y periodistas especializados que conocen etapas de su vida, hicieron público que buena parte de los acontecimientos narrados en esa biografía no respondían exactamente a la verdad y que varios hechos habían sido notoriamente falseados.

Dylan se defendió diciendo que solo se trataba de cómo se percibían ciertos hechos de la vida pasada cuando se los trae al presente y que lo que se tiene por cierto en la vida de otros tiene que ver más con necesidades propias que con lo que realmente ocurrió.

Hay que admitir que Dylan es un tipo consecuente con su posición ante el mundo. Se sabe que conseguido un reconocimiento como el que tiene es complicado sostener una postura determinada sin ser tildado de omnipotente, autosuficiente o simplemente déspota pero Bob se las arregló por no parecer ninguna de esas cosas y seguir timoneando su vida y su carrera moviendo la vela hacia donde el viento le era favorable.

Desde aquellos inicios imbuido en los aires de Woody Guthrie a comienzos de los 60 mientras noviaba con Joan Baez, donde lo llamaban lisa y llanamente “imitador”, pasando por el escándalo provocado en el festival de Newport, en 1965, cuando defraudó a sus fans con un set de guitarras eléctricas y por lo que lo silbaron tildándolo de traidor a “sus orígenes”, hasta conciertos con franca ostentación de banderas norteamericanas en países donde tal enseña no es bien recibida –pasó durante su gira europea Never Ending Tour– o publicidades para el automóvil de lujo Cadillac, de la firma General Motors –cuando había denunciado la devastación producida en Detroit luego de que las fábricas de automóviles buscaran mano de obra más barata en localidades asiáticas–, todo ha pintado a Bob como un artista provocador y dispuesto a sostener sus puntos de vista pese a toparse con críticas de los llamados sectores progresistas.

“Yo no quiero ser lo que vos querés que sea y no quiero que vos seas como yo pretendo”, fue capaz de escribir en una de sus canciones. Tal vez en esa suerte de declaración de principios cifraba su posición artística y personal a la que se aferraría en tiempos calmos y de borrascas.

Por eso Dylan es el perfecto dueño de un espíritu desafiante ya desde sus brillantes y poéticas líricas embanderadas en la protesta cultural joven que denunciaba las intromisiones interesadas de Estados Unidos en Asia y que él supo acompañar ocupándose en mantener una posición clara y eficaz en su prédica.

Sus letras finalmente tendrían el reconocimiento institucional en la entrega del Nobel de Literatura en 2016, conque la Academia Sueca distingue a aquellos poetas que describen flagrantes situaciones en este mundo injusto. No pocos escritores de todas partes del mundo criticaron esta entrega insistiendo en que Dylan era solo un escritor de canciones y no un poeta o escritor. Él solo atinó a decir: “Nunca busqué este premio como sé que lo han hecho muchos, solo me sentí agradecido en que hayan reconocido mi forma de escritura”.

El pequeño derecho a decidir

Dylan lleva sesenta años guardando absoluta coherencia entre sus dichos y sus hechos o creaciones. El folk-rock lo tiene como uno de sus mejores exponentes con discos como The Freewhelin´Bob Dylan, Bringing It All Back Home, Highway 61 revisited, Blonde On Blonde, Blood On The Tracks, Love and Theft, Modern Times o el reciente Rough and Rowdy Ways –compuesto a los 79 que lo muestra activo como en sus mejores momentos y ha sido muy bien recibido por crítica y público.

A poco de haberse publicado este último álbum, Dylan vendió los derechos de toda su discografía a la corporación Universal por una suma millonaria por lo que también ahí fue blanco de críticas que le endilgaban haberse “vendido” a una multinacional luego de haber sido un cantautor revolucionario.

Él solo dijo que sus sesenta años con la música le daban al menos ese pequeño derecho, el de decidir qué quería hacer con sus canciones y que seguramente los que le objetaban la venta harían lo mismo.

Lo cierto es que “el bueno de Bob” sigue fiel a su forma de ver las cosas y resistió con firmeza cualquier intromisión en su universo privado. Para su público tuvo siempre a mano la belleza perdurable de sus temas en donde no se privó de incursionar no solo en folk y el rock sino también en el blues y en las baladas country, a las que su voz dotó de singular encanto.

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