Duele que sea como es. Duele la furia del poder contra el pobre que alza la voz. Duele la repetición de las técnicas sanguinarias para remover todo signo de justicia social. Duele que ellos sean los dueños exclusivos de la ventaja que les sirve para después hablar de meritocracia. Duele que no quieran perder esa ventaja y sólo piensen en incrementarla. Duele que sólo se resignen a disimular por un tiempo, pero apenas asoma la flaqueza usen a los títeres de turno para remover derechos con toda la saña contenida por años en declaraciones políticamente correctas. Duele la complicidad de un sector aparentemente ilustrado que no entiende que está en juego la suerte del más pobre, del humillado por generaciones. Duele la lejanía y el desinterés. Duele que actúen como si la causa de Evo no fuera la causa de todos los bien nacidos, sean del país que fueren.
Evo Morales hizo una revolución en Bolivia. Bajó una pobreza escandalosa de más del 60% en 25 puntos porcentuales (dos millones menos de pobres), implantó un sistema de salud gratuito, eliminó el analfabetismo, nacionalizó los recursos, hizo crecer la economía por encima de todos los países de la región y bajó el desempleo al 4%, entre otros grandes logros.
Evo Morales salió del campesinado y entró a la política para tallar en piedra los nuevos derechos de un pueblo que casi se había resignado a la humillación. Pero la oligarquía (sí, la oligarquía) estaba agazapada, esperando el momento para destruir lo tallado con esfuerzo, respeto y paciencia. Es la historia de siempre, la lucha de siempre. Esta vez tampoco importaron las razones, sólo importó que se abriera la oportunidad a la destrucción.
Claro que el odio oligárquico encuentra intereses poderosos que trascienden a Bolivia para descargar la furia. Y también encuentra “lúcidas” miradas intelectuales, que explican las razones de la sinrazón. No es una cuestión de legalidad, es cuestión de aplastar derechos expresados en la dignidad de miles de familias. Y es lo que vamos a ver en los próximos días.
Duele que la historia se repita. Duele ver las muecas de dolor tapando sonrisas inéditas. Duele. Y queda poco para hacer con ese dolor, que vuelve a la memoria en cualquier momento de esta maldita agenda cotidiana.