A dos años del botellazo que dejó a Daiana sin caminar por seis meses y con secuelas de por vida, la investigación para saber quien la atacó encontró un límite. Las pruebas recopiladas por la Unidad Fiscal NN del Ministerio Público de la Acusación (MPA) no pudieron determinar desde qué departamento salió el envase de vino a medio tomar que le pegó en la cabeza la madrugada del 27 de octubre de 2016 cuando ella estaba en la puerta del bar La Chamuyera (Corrientes 1300). Según voceros judiciales, todavía queda por hacer un estudio, pero para hacerlo necesitan usar grúas y aún no definieron el presupuesto para alquilarlas. Si no lo hacen, admitieron que pueden archivar la causa. “Sigo sin conocerle la cara a quien lo hizo. Me siguen dando vueltas las mismas preguntas: ¿Qué lo llevó a tirar la botella? ¿Qué sintió cuando vio que me golpeó? ¿Cómo puede dormir después de eso?”, contó Daiana a El Ciudadano.
Demoras
La Fiscalía tardó en avanzar con la investigación porque la Policía Motorizada y oficiales de la comisaría 2ª no levantaron esa madrugada la botella del frente del bar, hoy cerrado. Doce horas después los testigos la llevaron hasta las oficinas del fiscal. Según los peritos, el vino hizo un efecto de doble golpe que explica la fractura en la cabeza de la chica. Si hubiese estado llena, la habría matado, y si estaba vacía, se habría roto.
El envase tenía rastros de sangre en la base. Los peritos analizaron el pico y el corcho, pero no encontraron saliva. Sí levantaron muchas huellas. El año pasado un integrante de la Unidad Fiscal NN que lleva el caso dijo: “La tocaron muchas personas antes de que llegue a nosotros. Algunas coinciden con los que la trajeron y otras son NN (definición que corresponde a autor desconocido)”.
Casi un año después los peritos comprobaron que la botella tenía ADN femenino. Hicieron 16 pruebas y tres dieron que la sangre en la base tenía el perfil genético de una sola persona: una mujer. La cruzaron con el de Daiana T. y recién en abril confirmaron que esa había sido la botella que la golpeó.
En paralelo, la Fiscalía había relevado dos edificios que están al lado del bar. Sumaron fotos, planos, detalles de las cámaras de seguridad y viejas denuncias por ruidos molestos que pesaban sobre el bar a la causa. Los testigos llevaron a los investigadores a sospechar de que había salido de la ventana de un departamento. Incluso sospecharon de una persona, pero admitieron a El Ciudadano que no hay pruebas suficientes para hacer una imputación. Además, la investigación sumó otros tres departamentos como posibles lugares desde donde tiraron la botella a partir de los cálculos de un grupo de ingenieros y físicos de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y Conicet.
Este año, y para despejar las dudas, los investigadores pidieron un nuevo peritaje a la UNR, pero necesitan un estudio con grúas. Días atrás desde la Fiscalía dijeron que evaluarán si podrán pagarlo. Sino deberán decidir si archivan o no la causa en la que ella ya es querellante.
Secuelas
La madrugada del 27 de octubre de 2016 Daiana estaba en la puerta del bar La Chamuyera fumando un cigarrillo. Eran las 2 de la mañana y charlaba con un grupo de chicos cuando la botella le pegó en la cabeza. La Policía Motorizada llegó primero y después agentes de la comisaría 2ª. Casi una hora más tarde la trasladaron al Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (Heca). Entró con el cráneo fracturado y con un hundimiento de los parietales. La operaron y estuvo una semana en terapia intensiva.
Después del golpe no pudo mover las piernas y el brazo derecho. Por seis meses vivió de lunes a viernes en el Instituto de Lucha Antipoliomelítica y Rehabilitación del Lisiado (Ilar). Un mes después del ataque la internaron por una infección medicamentosa. En abril de 2017 la operaron para colocarle una prótesis 3D en el hueco que le había hecho la botella. A los 26 años volvió a caminar con mucho esfuerzo y ejercicios diarios.
En la actualidad, ella sigue con secuelas en una de las piernas. También tiene problemas en el hígado por la cantidad de medicamentos que toma. Hace rehabilitación en el Ilar y empezó un tratamiento con botox. También anda a caballo porque le hace bien a la cadera.
“Me desespera no saber si esa persona puede estar cerca de mí en algún momento. No tengo miedo de que me haga nada. Me da incertidumbre no saber quien es”, contó la chica a El Ciudadano. “Son dos años ya. Es mucho tiempo y a la vez no es nada. Aún me duelen las situaciones, los recuerdos, las imposibilidades y los límites que la sociedad me impone. Duelen las miradas. Aún no me acostumbro”, explicó.
Cada vez que alguien le pregunta qué le pasó ella responde que es «la chica del botellazo».«Todos me preguntan si sabemos quién fue «la basura» que la tiró. Les digo que no sabemos nada. Después me dicen que a esa persona la deberían matar o dejarla pudrirse en la cárcel. Yo les explico que no le deseo mal. No me interesa si va presa. No odio porque ese odio no llega a esa persona. Se queda y me envenena lentamente», completó.