La noticia llegó vía telefónica. “Néstor, se nos fue el Chino Pita”. Me conmovió. Me sacudió esa frase tan dura. No era para menos. Oscar Chino Pita fue uno de los más grandes boxeadores que dieron los puños argentinos.
Nacido en Cruz del Eje (Córdoba) un 6 de noviembre de 1933, se radicó en Rosario desde muy chico. Su verdadero nombre era Raúl Oscar Pietta. ¿Por qué lo de Pita? No sé. Nunca se lo pregunté. Quizás porque fiel a la época de su juventud quiso ser como los artistas de cine que se cambiaban el nombre. Sinceramente, artista fue, pero de los puños. De brillante campaña amateur, fue olímpico en Londres (1948) y campeón Latinoamericano en Guayaquil (1949). Debutó como rentado el 30 de mayo de 1951. En el mítico estadio Norte de Rosario noqueó en tres capítulos a Ismael Guevara.
Fue representante del histórico Rosarino Boxing Club, gimnasio que cobijó a figuras inolvidables como Amelio Piceda, José Perforador Balbi, José Ríos, Marcelo Ferri, Nelson Alarcón y Hugo Rambaldi. Siempre de la mano de su entrenador Pablo Lito Muñiz y su mánager José Humberto Natale, Pita hilvanó treinta victorias consecutivas. La mayoría por nocaut. En su pelea número treinta y uno logró el título argentino de los medio medianos (welter), que estaba vacante. Lo había resignado un compañero de gimnasio, el extraordinario Amelio Piceda (Kid Noli). Oscar Pita pesó esa noche 66,400 kilos y dando una verdadera lección de boxeo inteligente derrotó por puntos a Eduardo Alfonso Moreno. El escenario fue el Luna Park el 23 de diciembre de 1953.
Ídolo. Admirado. Convocaba multitudes. Sus peleas con José Ríos, Alfredo Baby Argüello y Ramón Sosa se convirtieron en clásicos de la noche rosarina.
La noche que le dio la revancha a Sosa, derrotándolo por puntos, batió el récord de recaudaciones. Diez mil personas en el interior del estadio Norte enloquecieron de entusiasmo. Diez mil palpitaron escuchando por radio en la avenida Alberdi al no poder entrar.
Llegó una gira por Estados Unidos. En Massachussets derrotó a Fred Monforte y en Nueva York al ascendente Gene Poirier.
Mal aconsejado, mal cuidado, aceptó en su estadía hacer guantes con todas las figuras del momento. Reinaban entonces Kid Gavilán y Carmen Basilio. Le mintieron con promesas incumplidas.
Cansado de esperar la pelea importante que nunca llegó, hizo la valija y regresó a Rosario. De aquellos momentos el querido Eduardo Lausse alguna vez me dijo: “Estábamos en el mismo gimnasio. Sus entrenamientos eran batallas. Una vez le dije: ‘Chino no entrenés más así. Te van a golpear mucho’. Lo engrupieron como a mí. Pita fue un extraordinario boxeador y gran amigo”.
Un 28 de diciembre de 1955, con un Luna Park desbordado, Oscar Pita perdió el título argentino. Fue ante un fenómeno. El mendocino Cirilo Gil. Fue por puntos en vibrante combate. Años después, en su paso por Rosario como entrenador, Cirilo Gil confesó: “El Chino Pita fue uno de los rivales más difíciles que tuve. Un fenómeno”.
La carrera de Pita comenzó a sentir las secuelas de aquel paso por Norteamérica. Una equivocada gira por Brasil le significó dos derrotas con Paulo de Jesús. Así arribó a su último combate. Lo despidió el estadio Norte completo de aficionados. Otra vez récord en la boletería. Otra vez gente en la calle sin poder entrar. Pita seguía siendo atracción y querido por el pueblo. Su rival llegó en un gran momento de su carrera: Julio Ocampo, la Pantera del Saladillo. La pelea fue durísima para ambos. Intensa, emocionante. Oscar Pita se jugó en cada vuelta. Perdió por nocaut en el décimo round. Pero hay un hecho para destacar: mientras el árbitro con Pita en la lona contaba los diez segundos, en el estadio reinaba un silencio de tumba. Un velorio se había instalado. Al llegar a los diez, el silencio fue quebrado por el llanto que llegó desde el rincón ganador. Julio Ocampo y su entrenador, el inolvidable Eugenio Zorro Pereira, abrazados, no pudieron contener las lágrimas al ver al ídolo caído.
De elegante línea y recursos inacabables, dejó una campaña admirable. Reservada para esas figuras que sólo aparecen de vez en cuando en el firmamento del boxeo. Cerraba sus peleas con la perfección de un maestro.
Humilde, generoso en la amistad, siguió trabajando hasta jubilarse en las oficinas de la Aduana de Rosario. Su esposa y compañera de la vida, Leonor, y sus hijos Sandra y Pablo, lo acompañaron con cariño y afecto en cada recuerdo en su casa de calle Saavedra.
Se fue un grande: Oscar Pita. El mismo que el general Juan Domingo Perón, cuando llegaba alguien de Rosario a su despacho le decía: “Cómo anda Pita, dele saludos”. El mismo que cita Granados, el amigo de la vida de Ernesto Che Guevara, cuando el revolucionario argentino le comentaba: “Donde yo nací, en Rosario, hay un fenómeno. No sabés cómo boxea. Es el Chino Pita”. El mismo que en el desaparecido Bar “Los 20 billares” de calle Maipú llegaba por la tarde y nos decía: ‘No muchachos, de boxeo no, eso ya pasó. Hablemos de otra cosa’ y lanzaba una carcajada.
Chau Oscar Pita… Chau Chino… Van las diez campanadas en tu homenaje.