Por: Mariano Hamilton/ NA
La guerra fría estaba a punto de caramelo. Y la guerra caliente también. Porque mientras en Occidente se jugaba un partido de ajedrez entre EE.UU. y la URSS, la guerra de Corea hacía estragos entre las filas militares y la población civil. Daños colaterales se llamó a este asunto años después para suavizar las consecuencias. Pero en 1950 era lisa y llanamente una matanza indiscriminada.
Era toda una paradoja que, en Brasil, casi en el Edén, se disponían las mejores galas para organizar un Mundial cuando el horror dejaba su huella en la otra punta del planeta. Pero la cuestión es que Brasil tenía su Mundial y lo quería ganar.
Para obtenerlo, el Mariscal Gaspar Dutra le había ganado la pulseada a la Argentina, al General Juan Domingo Perón, que también quería apoderarse del torneo. Argentina ya había conseguido la organización del Mundial de Básquet, el primero que organizaba la FIBA y quería coronar ese éxito con los primos del fútbol. El Mundial FIBA se iba a realizar en Buenos Aires, entre el 22 de octubre y el 22 de noviembre.
Perón quería también el torneo más importante, el del fútbol, pero se topó con Dutra en el Poder Ejecutivo y Getulio Vargas detrás de escena, quienes impusieron su criterio. Al cabo, Brasil no había faltado a ninguno de los tres mundiales que se habían hecho hasta el momento y Argentina no había concurrido al de Francia. Cuenta la leyenda que a Perón le disgustó tanto haber perdido el Mundial que, como represalia, no envió una delegación de Argentina para disputarlo. Sea como fuere, Brasil tuvo su Mundial y Argentina no fue.
Pero mientras estas cuestiones se tejían en Sudamérica, en el mundo pasaban cosas. Estados Unidos y la Unión Soviética disputaban una partida silenciosa de espionaje y contraespionaje aunque también despuntaban el vicio de la guerra en un terreno que no les era propio: Corea.
Como parte de ese juego de intrigas, el 1º de marzo de 1950, un físico y teórico alemán radicado en Estados Unidos, fue condenado por pasarle a los soviéticos secretos sobre la bomba atómica estadounidense. Se trataba de Emil Julius Klaus Fuchs, quien participaba en el Proyecto Manhattan.
Fuchs era un científico competente en cálculos teóricos relativos a las primeras armas de fisión y en los prototipos de la bomba de hidrógeno que se estaban desarrollando en el Laboratorio de Los Álamos. Había nacido en Rüsselsheim, Alemania, y en su juventud se afilió al Partido Socialdemócrata para luego recalar, en 1932, en el Partido Comunista alemán.
En 1933, luego del ascenso de los nazis al poder, huyó a Francia e Inglaterra. Allí, en la Universidad de Bristol, obtuvo el doctorado en Física en 1937 y en 1939, con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, como ocurría con todos los exiliados alemanes, fue encerrado en un campo de prisioneros en la Isla de Man y posteriormente, trasladado a Québec, Canadá, en donde permaneció hasta diciembre de 1940.
Gracias a sus contactos con académicos ingleses, Fuchs salió libre en 1941 y regresó a Edimburgo en donde trabajó en el programa Tube Alloys, que no era ni más ni menos que el proyecto de armamento nuclear británico. En 1942 le dieron la ciudadanía británica y todo parecía marchar bien hasta que fue descubierto enviando cables a la Unión Soviética con información clasificada. El propio Fuchs, en su juicio, testificaría que después de la invasión alemana a la URSS, en 1941, comenzó a transmitir secretos porque creía que los soviéticos tenían derecho a saber en qué estaban trabajando los británicos y los estadounidenses.
A fines de 1943 Fuchs había sido transferido a la Universidad de Columbia en Nueva York para desarrollar el proyecto Manhattan y, desde agosto de 1944, fue parte de la División de Física Teórica del Laboratorio de Los Álamos. Su área era la implosión del núcleo fisionable de la bomba de plutonio. O sea, una pequeñez.
El asunto es que entre 1947 y 1949, Fuchs le pasó a su oficial de enlace los esbozos para crear una bomba de hidrógeno y los bosquejos iniciales para su desarrollo y también comunicó los resultados de las pruebas de las bombas de plutonio y uranio realizadas en el atolón de Eniwetok.
Fuchs no se quedó ahí: además informó el número de bombas atómicas que tenían los Estados Unidos y explicó que los estadounidenses no estarían listos para una guerra nuclear hasta principios de la década de 1950. Gracias a esa información la Unión Soviética supo que Estados Unidos no tenía suficientes armas nucleares para afrontar el bloqueo de Berlín o frenar la victoria comunista en China.
La pantalla de Fuchs se cayó en 1946 cuando fue atrapado por oficiales de inteligencia gracias a que descifraron los códigos soviéticos conocido como el Proyecto Venona. Después de un interrogatorio no del todo amable realizado por el MI-5, Fuchs confesó. Fue declarado culpable el 1º de marzo de 1950 y sentenciado a 14 años en prisión. Una semana después del veredicto, la Unión Soviética negó toda relación con Fuchs. O sea, lo dejaron más solo que a Robinson Crusoe en la isla.
Fuchs fue liberado luego de cumplir nueve años y cuatro meses en la prisión de Wakefield y, ya libre, se fue a Dresde en la República Democrática Alemana. En Alemania Oriental continuó con su carrera científica hasta que en 1963 fue nombrado presidente de la Academia de Ciencias Naturales y subdirector del Instituto de Investigación Nuclear en Rossendorfn en donde trabajó hasta retirarse, en 1979. En 1984 recibió la Orden de Mérito de la Patria y la Orden Karl Marx. Murió en 1988 en Berlín Oriental.
Mientras todo esto pasaba en Occidente, Estados Unidos entraba de lleno en la guerra de Corea, en donde no había juego de intrigas sino sonido de cañones. La guerra de Corea, una de las menos revisadas de la historia, fue el conflicto entre la República de Corea (o Corea del Sur) y la República Popular Democrática de Corea (o Corea del Norte). El sur era respaldado por los EE.UU. y el norte por China y la URSS. Esta guerra fue la puesta en escena real de la Guerra Fría. Además de las pérdidas militares, en esa contienda murieron cerca de 3 millones de civiles y casi el 15 % de la población del norte. Fue una de las guerras más sanguinarias de la historia.
Para dar contexto, hay que decir que, en 1945, Estados Unidos y la Unión Soviética acordaron dividir a Corea y trazaron la frontera en el paralelo 38. La franja norte quedaba bajo la órbita soviética y la sur a cargo de los Estados Unidos.
Aunque se realizaron negociaciones para la reunificación, la tensión se intensificó con escaramuzas transfronterizas en el paralelo 38. La escalada degeneró en una guerra abierta cuando Corea del Norte invadió Corea del Sur el 25 de junio de 1950. Los Estados Unidos acudieron en ayuda de Corea del Sur para repeler la invasión y ya el conflicto se hizo imparable hasta julio de 1953, poco después de la muerte de Stalin, con la firma del Armisticio de Panmunjong.
En Corea del Norte, murieron 2 millones y medio de civiles. Corea del Sur y sus aliados perdieron 778 mil combatientes; en Corea del Norte la cantidad de militares muertos rondó los 2 millones y medio y los ya mencionados 3 millones de civiles. Además, 5 millones de personas quedaron sin hogar. En medio de esos números exorbitantes, los muertos estadounidenses fueron 54 mil y los chinos medio millón.
El día 27 de junio de 1950 el secretario de la ONU, el norugo Trygve Lie, en vez de pedir la paz, reclamó respaldo para las fuerzas de Estados Unidos desplegadas en Corea y así fue como se sumaron al combate soldados de Australia, Bélgica, Luxemburgo, Grecia, Países Bajos, Francia, Turquía y Canadá. También se les pidió colaboración a los países americanos, pero México, Argentina, Brasil y Chile se negaron a enviar ejércitos porque decían, con razón, que se trataba de una guerra encubierta entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. El único país que envió tropas fue Colombia, gobernada por Laureano Gómez Castro, quien ofreció una unidad naval y un batallón de infantería que fue creado para tal efecto. En 1951, ambas unidades integradas por 5 mil 100 hombres entraron en combate con el resultado de 163 muertos, 448 heridos, 28 prisioneros y 47 desaparecidos.
Para otra columna dejamos de lado lo que pasaba en Oriente Medio entre israelíes y palestinos por la reciente creación de Estado de Israel, en 1948, es decir otro conflicto que tenía y tiene al mundo en vilo.
En medio de esta batahola se disputó el Mundial de Brasil. Era la cuarta copa después del parate de 12 años por la Segunda Guerra y se disputó entre el 24 de junio y el 16 de julio. Desde esa edición, la copa pasó a llamarse Jules Rimet, como homenaje a los 25 años de presidencia del fulano francés en la FIFA.
El éxito del torneo, en medio del caos mundial, fue relativo, ya que sólo lo disputaron 13 países: seis europeos y siete americanos. Los datos destacados fueron el regreso de Uruguay, ausente en los dos últimos torneos; y el debut de Inglaterra luego de que las federaciones británicas reingresaran a la FIFA.
Merecen mencionarse las razones de algunas deserciones, para aquellos que dicen que el deporte y la política corren por carriles paralelos y que no se juntan.
Para las 16 plazas se inscribieron 34 selecciones. Los campeones de la última edición (Italia) y el anfitrión (Brasil) se clasificaron automáticamente, por lo que quedaron en juego 14 cupos. La FIFA ya había decretado que Alemania y Japón no podían jugar por su rol en la Segunda Guerra pese a que habían pasado cinco años. Italia fue admitida porque el dirigente Orttorino Barassi, presidente de la Federación Italiana, había protegido la Copa durante los 6 años de la Guerra.
Otro que se anotó pero luego se bajó fue la URSS, que andaba con un quilombito en Corea. Por Sudamérica, sorprendió la baja de Argentina y tampoco jugó Colombia por haber sido expulsada de la FIFA, en 1949, porque se decía que tenía una liga pirata.
Los cuatro equipos del Reino Unido –Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte– jugaron la clasificación por dos lugares. Inglaterra y Escocia ganaron el derecho a participar, pero la federación escocesa finalmente se bajó.
España, Italia, Suecia, Suiza y Yugoslavia jugaron. Turquía se ausentó por “dificultades insalvables” sin más explicaciones, al igual que Portugal y Francia. Los portugueses no viajaron porque no aceptaron ser el reemplazo de los turcos y los franceses por razones económicas. India, otro de los clasificados, argumentó lo mismo que Francia.
El sistema de disputa fue tan raro que el de Brasil fue en el único mundial que se usó. Lo más extraño es que el torneo no tuvo una final. En la primera fase los 13 participantes se dividieron en cuatro grupos para enfrentarse todos contra todos. Los ganadores (Brasil, España, Suecia y Uruguay) pasaron a una liguilla de cuatro equipos y el primero de ese mini torneo sería el campeón.
Ese Mundial de Brasil es recordado por el Maracanazo, por la sorprendente victoria de Uruguay sobre el local en la última jornada. Por el formato extraño del certamen, a Brasil le alcanzaba con el empate para ser campeón. Para Uruguay, sólo servía ganar.
En ese juego decisivo, Friaça adelantó a Brasil, pero Uruguay remontó con goles de Schiaffino y Ghiggia y con ese 2-1 Uruguay ganó su segunda Copa e igualó a Italia. En 20 años se habían jugado cuatro mundiales y dos los habían ganado los uruguayos y dos los italianos. Así estaba el mundo del deporte por esos años. Nadie imaginaba que, cuatro años después, se despertaría el gigante dormido: Alemania.