Cayó el candidato. El más fuerte, el más importante, el más soberbio. Es cierto que en Europa las casas de apuestas siempre mantuvieron a España como el «campeón» de la previa. Pero, la eliminación de Brasil a manos de Holanda fue un golpe de optimismo para los que quedarán hasta el final. Brasil creyó más que nunca que ganar el Mundial (y saben de qué se trata porque se coronaron cinco veces) iba a ser sencillo. Pero lo inesperado sucedió, en su mejor partido. Cuando parecía que a Holanda le había quedado grande el saco de enemigo de Barsil, falló el menos esperado: Julio Cesar, el mejor del mundo. En tiempos en donde no se admiten errores regaló el empate.
Y la soberbia con que jugaba Brasil, sin atender que llevaba solo un gol de ventaja, se le fue clavando en la boca del estómago. Dos cabezazos en el área, el segundo de Sneijder, lo puso de rodillas. Felipe Melo vio la roja y el final empezó a palpitarse. Se notó que no estaban emocionalmente preparados para jugar un partido de atrás, mucho menos después de darlo por ganado al finalizar la primera etapa. Maicon pasó a ser un tren descarrilado, Kaká quiso ganarlo solo, Robinho eligió discutir, Dani Alves prefirió pegarle de aulquier parte. Y los holandeses, que siempre estuvieron más cerca del tercero que Brasil del empate, se conformaron con sufrir hasta el final. Para después sí poder gritar «eliminamos a Brasil, vamos por todo». Un derecho que ganaron en el campo de juego.