Ni bien el vicepresidente Michel Temer dejó de ocultar sus acciones a favor del juicio político contra la mandataria Dilma Rousseff, dejó de ser invulnerable. Su falta de carisma y popularidad, así como otras fragilidades, salieron a la superficie, algo que llevó el domingo último al diario Folha de Sao Paulo a plantear en un polémico editorial que ambos deben renunciar por el bien de Brasil. De ese modo, seguía el argumento, se podría marchar a nuevas elecciones, ya que la acefalía de la fórmula presidencial se daría dentro de la primera mitad del mandato.
Si Dilma es destituida por las “pedaladas fiscales”, sólo el colmo de la hipocresía podría dejar a salvo a su vice. Es sabido que entre 2014 y 2015 éste firmó, en ausencia de la presidenta por viaje, al menos tres decretos que establecían gastos no presupuestados por 8.000 millones de reales.
Si, por otro lado, la mandataria sobrevive al impeachment, todavía estará en peligro por la causa que tramita el Tribunal Superior Electoral por presunta financiación ilegal de la campaña de 2014, lo que podría derivar en la anulación del resultado y, con ello, de los mandatos de ambos.
Todos empetrolados
Si las mencionadas son las causas político-legales de la posible remoción de Rousseff, el clima callejero que la haría posible está alimentado por el sinfín de revelaciones de corrupción que sacude cada día a su gobierno. Y si de Petrolão se trata, también hay sospechas de que Temer presionó en su momento por el nombramiento de Jorge Luiz Zelada como director del área Internacional de Petrobras, condenado hace poco a doce años y dos meses de cárcel por corrupción pasiva y lavado de dinero.
Todo esto instaló con fuerza el debate sobre una posible convocatoria a elecciones, a tal punto que la propia Rousseff debió pronunciarse este martes al respecto.
“No acepto ni rechazo propuestas, pero convenzan primero a todos los diputados y senadores de dejar sus mandatos este año”, dijo ella, entre ambigua e irónica. La presidenta todavía da pelea, tanto que pospuso la anunciada reforma de su gabinete para evitar darles cargos (y cajas) a aliados que pueden probarse poco confiables a la hora de votar sobre el impeachment en la Cámara de Diputados, verdadera prueba de fuego que podría llegar a mediados de mes. Sin embargo, es conocido que más de una vez conversó con Luiz Inácio Lula da Silva y otros confidentes sobre esa alternativa.
Elecciones anticipadas
La posibilidad de anticipar elecciones también fue meneada por el presidente del Senado, Renan Calheiros, rival de Temer dentro del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) y el único aliado de peso que le queda a Dilma en esa poderosa pero fragmentada agrupación. “Veo con buenos ojos la propuesta de elecciones generales. La política debe arbitrar salidas para Brasil, no podemos cerrar ninguna puerta, dejar de discutir ninguna alternativa”, dijo.
Otra voz esperada en el debate fue la de la ecologista Marina Silva, ex candidata presidencial que se desplomó en el tramo final de la primera vuelta de octubre de 2014, un poco por sus errores y otro poco por las curiosas piruetas que dieron las encuestas, que terminaron por decantar el voto útil opositor hacia el socialdemócrata (un conservador, en verdad) Aécio Neves. “Ni Dilma ni Temer. Una nueva elección es la solución”, proclamó anteayer la mujer.
La ecologista quiere volver
El de Silva es un caso interesante. Según la última encuesta de Datafolha, encabeza la intención de voto para una hipotética elección con un 21 por ciento contra un 19 de Neves y un 17 de Lula. En medio de un ambiente social caldeado por los escándalos, en los que Lula, Neves y otros posibles candidatos opositores también aparecen entre los denunciados, la frágil pero impoluta figura de la ex ministra de Medio Ambiente emerge con más brillo que nunca y, según analistas, esa diferencia escasa bien podría crecer. Pero, ¿cómo sería un gobierno suyo?
Imaginar esto depende de dar respuesta a una pregunta clave: ¿la operación Lava Jato (lavado a presión, por blanqueo de activos a través de lavanderías y estaciones de servicios) está saneando la política brasileña o, más bien, tiende, con el concurso de importantes medios, a sesgar el peso de los escándalos básicamente hacia todo lo que huela al PT?
Mientras el gobierno se desangra, el titular de Diputados, Eduardo Cunha (PMDB) resiste en su puesto a pesar de las abrumadoras denuncias de coima en su contra, las sospechas en torno a Temer y Neves sólo son citadas en la letra chica de los medios y decenas y decenas de legisladores están acusados o directamente procesados por todos los delitos imaginables.
¿Cómo sería, entonces, un gobierno verdaderamente ético en un Brasil que, pese a lo espectacular de los operativos anticorrupción, está lejos de limpiarse y en el que nadie, seguramente, gozará de una mayoría propia en el Congreso?
La inestabilidad política acaso sea un abismo que no ha hecho más que abrirse.