A poco más de un mes de la visita del papa Francisco a Brasil, el debate sobre el aborto y los matrimonios gays se ha instalado en la sociedad local, consideradas unas de las más abiertas en sexualidad, pero donde a la vez se concentra la mayor cantidad de cristianos del planeta. Esta semana cerca de 40 mil personas de diferentes credos se volcaron a la calle, y llevaron a cabo espectáculos musicales en contra de los últimos avances en lo que respecta a esas cuestiones espinosas.
De acuerdo con las palabras de uno de los organizadores del encuentro, el pastor evangélico Silas Malafaia (conocido por haber exclamado que “la raza negra fue maldecida por Dios”), lo que dio impulso a esta demostración multitudinaria fue la reciente decisión del Consejo Nacional de la Magistratura de permitir las bodas entre personas del mismo sexo sin que la cuestión fuera presentada previamente en el parlamento. Hasta el aval, la figura para esos casos era denominada “figura estable”, pero dejaba afuera muchas de las garantías que gozan las parejas heterosexuales.
Pero las protestas no quedan en la calle. Los grupos religiosos cuentan con un alto poder en el Congreso y han logrado ubicar en el centro de la atención diversos proyectos polémicos.
El último pasó la barrera de la comisión parlamentaria –si bien debe pasar otras instancias hasta llegar a los diputados– y consiste en persuadir a las mujeres que quedaron embarazadas por una violación a no abortar a cambio de un ingreso mensual y atención psicológica hasta el parto. Además, estipula la identificación del padre y una condena para obligarlo a costear la manutención del pequeño. De acuerdo con la Justicia brasileña, la interrupción del embarazo sólo está permitido en casos de violencia sexual, malformación del feto, o cuando la vida de la progenitora está en peligro.
Paralelamente, en el Senado se alistan sus miembros para tratar una propuesta que habilitaría a la mujer a abortar libremente en centros públicos y privados hasta el primer trimestre de gestación. La medida fue respaldada por la comunidad de médicos más importante del país y varias organizaciones feministas, lo que ha valido la crítica de la Iglesia católica y Evangelista, cada una por su lado, pero que juntas suman al 90 por ciento de los brasileños.
Los presentes en la gran marcha del miércoles manifestaron también su apoyo a otra comisión, en este caso la de Derechos Humanos del Congreso, que sugiere que el Estado ponga en marcha un tratamiento para revertir la homosexualidad de quienes lo deseen. Este tema en particular, ha sido uno de los más complicados para el gobierno: a poco tiempo de haber asumido, la presidente Dilma Rousseff había diseñado junto al Ministerio de Educación un kit antihomofobia para fomentar entre los alumnos de escuelas secundarias el respeto por la diversidad sexual. Sin embargo, la presión de los grupos religiosos, obligó a las autoridades a dar marcha atrás con el proyecto.
El creciente malhumor social por las recientes medidas sucede en momentos que se prepara para julio la visita a Río de Janeiro del Papa Francisco, un acérrimo opositor a ellas. Los expertos consultados por El Ciudadano sostienen que es probable que los debates al respecto se agiten a medida que su arribo sea cada vez más cercano, por lo que es de presumir que el gobierno intentará aplacar cualquier nuevo proyecto al respecto.