Haití se está volviendo el principal dolor de cabeza regional para Brasil. Y de los crónicos, no como esa migraña autoinfligida de un año de duración que fue la fallida intervención en Honduras en 2009, cuando la embajada brasileña en Tegucigalpa hospedó durante varios meses al depuesto Mel Zelaya. Si bien el gobierno de Dilma Rousseff está “en retirada” de Haití (anunció la gradual disminución de la presencia de sus tropas humanitarias y las multinacionales brasileñas perdieron entusiasmo por los proyectos de reconstrucción posteriores al terremoto de enero de 2010), son los mismos haitianos los que no quieren desligarse. Es que en los últimos meses una oleada de inmigrantes sin papeles procedentes de Haití está entrando a Brasil.
Los motivos están a la vista: el país más pobre y yermo de América, devastado aún más por un terremoto y una epidemia de cólera y con un destino de mendicidad aparentemente irredimible, busca en Brasil la tierra prometida de la abundancia, el bienestar y trabajo. Por eso es que, según cifras oficiales, más de 7.000 haitianos habrían entrado a Brasil desde mediados de 2011. De ellos, solamente 1.650 obtuvieron un visado temporario de parte de las autoridades brasileñas, que les da derecho a trabajar durante seis meses, con posibilidad de renovar esos avales por 18 meses más. El Ministerio de Justicia anunció que daría otras 2.400. El resto, ni hay que decirlo, entra en la categoría de “ilegal”, “furtivo” o ese limbo semántico (que igualmente no confiere legalidad plena) de “residentes humanitarios” inaugurado por el Comité Nacional de Refugiados (Conare) de Brasil.
La llegada de esos haitianos desesperados presenta un problema para el gobierno de Rousseff: a diferencia de Bolivia y Perú, Brasil permite el ingreso irrestricto de haitianos por un lapso de 90 días. La comparación viene al caso ya que es desde la triple frontera con Perú (Iñapari) y Bolivia (Cobija) desde donde cruzan los caribeños para ingresar a Brasil por la ciudad de Brasilea, en el estado amazónico de Acre. El otro “colador” está en otra de las triples fronteras: en Tabatinga, también en medio de la selva amazónica, y lindante con Perú y Colombia.
A ello se le agrega que los inmigrantes haitianos estarían usando como ruta de ingreso la misma que la de la droga. Y las mismas mafias. Aparentemente, según revelaron los medios de prensa brasileños, serían organizaciones delictivas mexicanas –con experiencia en la frontera con Estados Unidos– las encargadas de la “facilitación” de rutas e ingresos para los haitianos. Desde Puerto Príncipe, y después de oblar entre 3.000 y 5.000 dólares por cabeza a los “coyotes” mexicanos, los haitianos son cruzados a Panamá y desde allí, por tierra y en ómnibus, llevados hasta Perú y Bolivia después de atravesar Colombia y Ecuador.
Los “coyotes” (o reclutas) les aseguran a sus clientes haitianos que tienen más de 5.000 contratos de trabajo esperándolos en la usina hidroeléctrica de Belo Monte (estado de Pará). Pero son sólo promesas: hacinados y hambrientos, los haitianos llegan a Brasilea, Assis y Tabatinga, las ciudades “receptoras” de estos inmigrantes. Las autoridades brasileñas se reunieron ya varias veces con sus pares de Perú, Bolivia, Ecuador y Colombia para tratar de dosificar el ingreso de los caribeños. Todos dijeron que tienen tradición de “libre tránsito” y que no podían intervenir. Los bolivianos y peruanos alegaron también que no podían darles asistencia humanitaria antes de cruzar hacia Brasil. El tema será tratado nuevamente por la misma Dilma Rousseff el 1° de febrero en la capital haitiana, cuando se reúna con el presidente Michel Martelly.
Al mismo tiempo, el próspero Brasil está registrando otros ingresos ilegales por su porosa y extensa frontera amazónica: son los afganos, indonesios y mauritanos que, atraídos por las posibilidades de ser contratados por frigoríficos de Brasilia, Minas Gerais y el sur brasileño, se aventuran por estas latitudes. Responden a la demanda de personal musulmán requerido para hacer la faena de animales de exportación a países islámicos. Gajes del oficio de la quinta economía del mundo y primer exportador de carne de Latinoamérica.