Esteban Guida
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
El aumento de la pobreza y la desocupación que se viene registrado en estos últimos años confirma que el objetivo “pobreza cero” que Mauricio Macri priorizó en su propuesta de gobierno fue una verdadera estafa electoral; no porque haya fracasado en su intento sino porque en rigor de verdad la orientación de su política económica fue totalmente contraria al cumplimiento de ese propósito.
Pero la cosa no termina ahí. El actual presidente de la Nación, en su discurso de campaña para ser reelecto, sigue afirmando el carácter y la orientación del rumbo económico actual como única y excluyente forma de lograr el crecimiento sostenido y terminar con la pobreza. Frente a la crítica situación que se vive en la actualidad, el argumento es que hay que hacer un sacrificio extraordinario para llegar al país que todos queremos, donde cada uno de sus habitantes tendrá la oportunidad de crecer y desarrollarse.
Mientras que algunos (por convicción o ignorancia) insisten con este rumbo económico (o con una variante mejorada que corrija los errores cometidos por el “mejor equipo de los últimos 50 años”), la realidad que exhiben con contundencia los datos oficiales desenmascara dos facetas de esta cínica mentira: la primera es que no hay fundamento ni antecedente de una trayectoria de crecimiento económica que genere más pobreza, desocupación y destrucción de riqueza. El segundo es más gravoso desde el punto de vista político y social, puesto que en rigor de verdad mientras que algunos tienen que hacer el sacrificio, otros se hacen más ricos y concentran una mayor parte de la riqueza, agudizando el problema de la desigualdad.
Este doble fenómeno de empobrecimiento e injusticia social, promovido y exacerbado por el macrismo durante estos últimos cuatro años, se ve claramente reflejado en los datos que publica el Indec respecto a la distribución del ingreso en la Argentina. Las cifras muestran que desde el inicio de la gestión de Cambiemos la desigualdad social ha aumentado notoriamente en nuestro país y que cada día que pasa se agranda un poco más la brecha entre los ricos y los pobres. Este fenómeno va en línea con otros indicadores socioeconómicos que también están en franco deterioro, como por ejemplo, la tasa de desempleo, la precarización laboral y la pérdida de poder adquisitivo del salario, entre otros.
Según publica el Indec en el último informe sobre distribución del ingreso, al segundo trimestre de 2019 la brecha entre el 10% más pobre y el 10% más rico fue de 23,25 veces. Es decir que los ingresos del 10% de la población más rica son 23,25 veces más elevados que los ingresos del 10% de la población más pobre en términos económicos. Si bien la desigualdad ya era importante al momento de asumir el gobierno de Cambiemos, esta brecha se amplió con respecto al segundo trimestre de 2015, cuando la distancia era de 18,6 veces.
Los datos también indican que tan solo el 10% de la población se quedó con el 32% de los ingresos totales, y que el 20% de las personas con mayores ingresos cuentan con el 50% de los ingresos totales en el país. En honor a la verdad, hay que decir que los datos no indican necesariamente que a los ricos les vaya mejor (cosa que desde luego ocurre en muchos casos), sino que en términos de la renta nacional, el reparto es cada vez más desigual. Por eso el coeficiente de Gini (indicador que mide entre 0 y 1 la distribución del ingreso, donde 0 corresponde a la “igualdad absoluta” y 1 lo opuesto), pasó de 0,422 en el segundo trimestre de 2018 a 0,434 en igual periodo de 2019.
Entre los factores más relevantes que explican este incremento de la desigualdad se encuentra la rigidez de los salarios con respecto a la inflación y el desmesurado aumento de precios de los bienes y servicios que componen la canasta básica. Esta situación afecta con mayor incidencia a quienes perciben salarios más bajos porque gastan una proporción mayor de su ingreso en los bienes que más aumentaron de precio.
El aumento de la desigualdad social creció junto con el desempleo, que se perfila para duplicar el registro a fines de 2019 respecto al de cuatro años atrás. Los últimos indicadores laborales presentados por el Indec arrojaron que la tasa de desempleo ascendió a 10,6% al segundo trimestre de 2019, lo que representa un punto porcentual más que igual período del año anterior.
No obstante, el nivel de desempleo no es el único signo de malestar laboral: la tasa de empleados ocupados demandantes de empleo ascendió un poco más que dos puntos porcentuales con respecto al año anterior y terminó en 18,3%. A su vez, la tasa de subocupación pasó de 11,2% a 13,1%. También aumentó la tasa de actividad (de 46,4% a 47,7%) y la tasa de empleo (de 41,9% a 42,6%). El primer caso aumentó porque se incorporan a la demanda de trabajo personas que antes no necesitaban sumar un ingreso a su hogar. Ahora hay más personas buscando empleo porque se necesita más dinero para comprar la misma cantidad de bienes y servicios que se compraba hace un tiempo atrás.
Vale decir que estos números no están reflejando un hecho aislado en la dinámica económica y social de la Argentina, sino que la desigualdad social es una característica predominante de este modelo que se viene consolidando en sus aspectos más negativos y que anticipa un 2019 aún peor al que se observó en la primera mitad del año.
Más allá de la devaluada palabra del presidente, lo importante es comprender y reconocer que no hay alternativa viable de crecimiento y desarrollo armónico que postergue a los más pobres y agudice las carencias de los más necesitados. Esta idea puede ser el deseo de un grupo de interesados escrupulosos, pero nunca estará avalada por un pueblo que lucha por su libertad y por el bienestar de todos y cada uno de sus componentes.
(*) fundación@pueblosdelsur.org