Raymond Cauchetier es uno de esos artistas, fotógrafo en este caso, a los que se reconoce en su verdadero talento luego de muerto. No es que en vida este francés haya sido ignorado, sino que muchos de sus trabajos, sobre todo los relacionados con imágenes icónicas de varios de los films de la llamada Nouvelle Vague francesa, tomaron tanta entidad propia que a veces su autor desaparecía tras las fotos.
Cauchetier fue la cámara fija de algunos emblemáticos films de ese prodigioso periodo del cine francés y sus tomas fueron usadas tanto como afiches publicitarios como fotogramas representativos de la obra que se tratase y que hasta la existencia y proyección del fílmico, solía ilustrar las puertas-vidrieras de las salas de cine de todo el mundo.
Lo hizo con títulos de François Truffaut, Claude Chabrol, Jean-Luc Godard, Jacques Demy, Eric Rohmer, Bertrand Tavernier, entre otros maestros, de los que pudo extraer esos instantes en que el espíritu del film queda impregnado en una, dos o tres imágenes. Incluso en varias, el mismo realizador se corporiza en una escena o secuencia y allí queda fijo en el ángulo de visión que lo materializa mientras indica alguna cosa.
Tal vez una de las imágenes más míticas de las tomadas por Cauchetier –difícil señalar una sola– sea la del paseo de Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg por Les Champs Elysées en Sin aliento o Al final de la escapada, como también se la conoció en español, la película pionera que dio nombre al movimiento y dirigió Jean-Luc Godard.
Luces y sombras en Indochina
Antes de embarcarse en la toma de fotos fijas para ese cine francés que estaba surgiendo, Cauchetier había viajado a Indochina, el territorio colonizado por los franceses, para trabajar como reportero de guerra durante los años 50 logrando captar la tensión que afloraba en la región disputada por las potencias occidentales y hasta por Japón durante la Segunda Guerra.
En realidad tuvo la fortuna de toparse con Marcel Camus que filmaba un documental sobre las oprobiosas condiciones del pueblo indochino bajo la tutela francesa. Apenas vio algunas de sus fotos, el escritor le pidió que trabajase con él. Esas fotos de gran colonia, donde pueden verse personas, rostros, manifestaciones, protestas, sometimientos, fueron hechas a partir de un formidable trabajo con luces y sombras y todas tienen un tinte marcadamente cinematográfico, expuesto a través de innumerables matices.
Y evidentemente en esta forma había un estilo que se iría plasmando y le daría identidad a su carrera: una prescindencia total de la pose en su modo de afrontar el objetivo humano, imprimiendo a cada una, una fuerza narrativa potente y significativa.
Las fotos tomadas durante la dura guerra de Indochina, en las sangrientas batallas que se daban en campamentos atrincherados como los de Hoa-Binh, Na-San o Diên Biên Phu dan testimonio de una forma de captar el horror y la desesperación que invade la humanidad en un contexto bélico.
Eternas imágenes de la Nouvelle Vague
A su regreso de Indochina, el reputado Henri Cartier-Bresson lo tentó para ingresar a la agencia Magnum, donde se alistaban los grandes fotógrafos de entonces, pero Cauchetier no quiso cambiar su Rollei por las Leicas, que la empresa fijaba como condición para trabajar desde allí.
A propósito de una pregunta acerca de esa negativa, Cauchetier apuntó: “Pasé buena parte de mi vida haciendo las fotos que me gustaban sin preocuparme demasiado si con ellas hacía dinero. No fue algo muy inteligente de mi parte, pero no me quejo, viví y trabajé libremente y eso no tiene precio”.
El mismo Camus fue quien lo recomendó para hacer las fotos fijas de algunos films que comenzaban a rodarse a fines de los 50. De ese momento, Cauchetier dijo: “Debuté en el mundo del cine sin sospechar que pronto ilustraría a mi manera la revolución cinematográfica que iba a ser la Nouvelle Vague”.
Literalmente quedó prendado de los sets y de todo lo que allí ocurría. Podía pasarse el día entero haciendo tomas, “cazando” aquellos momentos que veía iluminados por algún aura especial.
Pronto su presencia llegó hasta ser incómoda para el cuerpo técnico que le reprochaban estar siempre en el medio privilegiando su tarea. Cauchetier no daba demasiada importancia a estas cuestiones y contaba además con el favor de la mayoría de los realizadores.
Con Godard terminó forjando una amistad que duraría a través de los años y el director le hizo saber que las imágenes fijas de Sin aliento eran exactamente aquellas en que él se detenía cuando iba escribiendo el guion, cosa que hacía sentado a la mesa de un café a la mañana temprano al mismo tiempo que sostenía una conversación con Jean Seberg, su musa en ese film.
Poco después conocerá a Truffaut, con quien también tuvo una relación fluida e inmortalizó el tono de comedia disparatada de Jules y Jim con otra musa a la cabeza, Jeanne Moreau.
Esas fotos ya preanunciaban lo que iba a verse luego; conseguían transmitir no sólo el género, sino la estética empleada, que en esa época innovaba a través del sello de autor por sobre las modalidades conocidas del cine de estudio. Chabrol le había dicho que viendo sus fotos había mejorado su experiencia para lograr la iluminación que necesitaba para sus películas.
Fotonovelas y espías
Después Cauchetier haría fotonovelas, donde escribía guiones y elegía y dirigía actores y montaba sus propias fotos, adaptando novelas y cuentos de Balzac, Maupassant, Zola y Chéjov.
En 1967 volvió a Indochina, donde el rey de Camboya, Norodom Sihanouk, seducido por sus fotos de Saigón, le pidió que fotografiara su país, en el marco de una vasta promoción turística. Luego, el mismo monarca le propone crear una Escuela Nacional de Fotografía de Camboya, apenas antes que los llamados Jemeres Rojos dieran uno de los primeros golpes de Estado y comenzaran a sembrar el terror en el país.
En esta asonada Cauchetier perdería alrededor de tres mil fotos cuando fueron quemadas junto a otros objetos en la toma del palacio real.
Más tarde sería detenido en Moscú acusado de espía durante los años más álgidos de la Guerra Fría, hasta que fue liberado por intermedio de agentes de inteligencia franceses que lo subieron a un avión con destino a París.
Cauchetier fotografió grandes monumentos viajando por toda Europa y Oriente Medio, descubriendo algunas iglesias antiguas que en sus tomas se ven sorprendentes. También fotografío la ciudad vieja de Damasco, las ruinas de Palmira y, sobre todo, los monasterios del monte Athos, donde recorrió senderos minúsculos y los captó de forma extraordinaria con sus lentes.
Hace apenas un par de semanas, Raymond Cauchetier murió en un hospital de París a los 101 años a causa del coronavirus. Las impresionantes fotos de los films inaugurales de la Nouvelle Vague marcaron un antes y después en su trayectoria pero también son las imágenes que siguen atravesando el imaginario de las generaciones actuales y venideras. Es decir, imágenes imperecederas de una parte del patrimonio fílmico de la humanidad.