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Brian Brapis: el referente del rap rosarino que busca expandir su música en todo el país

Por Andres Mainardi

Es otra tarde de calor en la ciudad de Rosario. La cita es en el bar de la esquina de Alem y Pellegrini. La mesa está contra una ventana que da a la calle. Por ahí viene caminando Brian Brapis. Zapatillas anchas, bermuda de jean tres cuartos, chomba azul marca Adidas y una cadenita que brilla sobre su pecho. Corte de pelo en degradé y barba prolija. Entra, se sienta y pide un cortado.

Su cara pálida se completa con dos ojeras que remarcan sus ojos celestes. La comparación con Eminem cae de maduro pero no es sólo el physique du rôle quien lo delata. El repertorio de gestos que despliega durante esta hora de entrevista hacen de ese espejo un relato. El entrevistado es otro joven blanco derrumbando el mito genético de la cultura negra.

Con el paso del tiempo, ya con veintiocho años, se convirtió en uno de los referentes de la escena local y nacional del Hip-Hop. Hoy por hoy, como frontman de su banda Caliope Family y gestor de su proyecto solista, recuerda el valor de su primera etapa: comenzar cuando no había nada.

Para los raperos es un gran músico. Para los músicos es un excelente rapero. Entre esas dos posiciones él se mueve. No encajar en ninguno de esos dos mundos es lo que hace de él mismo un artista.

–¿En qué momento te diste cuenta que querías ser rapero?

–De muy chico. Creo que conocí el rap por televisión, MTV. En ese momento se lo mostré a mi mamá. Ella tenía una amiga en España. Una vuelta nos trajo un DVD de Eminem. Unos videos en vivo y la película 8 millas. Me la pasaba todo el día mirando eso.

En ese entonces también estaba la explosión del reggaetón. Mitad de los 00’. Todos los pibes de mi edad lo escuchaban, pero cuando les mostraba otra cosa, algo más rapero, no había feedback.

En el 2008, cuando arranqué la secundaria me crucé con otro pibe que rapeaba. Con él tuve mi primer grupo que se llamó Libre Unidad. Arrancamos a tocar en vivo en el 2010. Fue muy importante ese vínculo para mí. Yo era súper tímido. Él era súper extrovertido. A cada Ying le llega su Yang.

Nos empezamos a juntar en nuestras casas después de la escuela. Me acuerdo que tenía una radio con reproductor de cassettes y cds. Íbamos al cyber, descargábamos beats del Ares, los pasábamos a los discos, volvíamos y nos quedábamos toda la tarde haciendo temas.

Fuimos conociendo pibes de otros barrios, me acuerdo que conocimos un chico de Barrio Rucci que hacía rap cristiano. Yo vivía en la Cerámica en ese entonces, mi amigo en Casiano Casas. Éramos cada vez más. Hasta que un día uno nos dijo que los demás raperos se juntaban en el Monumento.

–¿Raperos de otros barrios? ¿Cómo se contactaban?

–Era todo super nuevo. Yo sólo me juntaba a escribir canciones. Componíamos. Hacíamos letras. Cuando fuimos por primera vez al centro, la onda era distinta. Los pibes hacían freestyle y batallas de gallos. Éramos muy pocos al comienzo. A veces no se completaban dieciséis batalladores. Ocho ya era un buen número. A mi me dejó de cara la primera vez que ví a alguien haciendo freestyle. Yo no sabía que eso existía hasta que salí del barrio.

Usábamos mucho Messenger, Fotolog y YouTube para contactarnos. Ese YouTube super rústico. Videos, comentarios y nada más.  La primera batalla Red Bull que vi fue la de Frescolate en 2005 que sale campeón en Puerto Rico. Ese hecho también me marcó.

 

–¿Cuándo empezaste a viajar por el rap?

–Fue para un show al que me invitó Underdann. Un pibe que rapeaba y organizaba. Creo que en el año 2014. Tocábamos en la zona sur del Conurbano. Me acuerdo que fue un evento muy chico. Habré batallado dos o tres veces en mi vida y esa fue una. Era un galpón enorme y éramos muy pocos. Los que competían, los que rapeaban y sus novias.

En esa época el amigo con el que viajé hablaba por chat con Núcleo. Un referente muy importante para nosotros, era el dueño del Triángulo Estudio. Ese día no teníamos donde caer. Entonces en el colectivo le escribió preguntándole si podíamos ir a parar ahí. El tipo nos abrió las puertas. Eso fue muy significativo. Ahí me di cuenta lo que era el Hip-Hop. Hay una frase de Zatu que dice “sólo por ser rapero otro rapero te ofrece su casa”. Yo lo veía y lo podía entender con algunas cosas que venía haciendo en Rosario pero de repente cuando estás lejos de tu casa, en otra ciudad, no tenés donde pasar la noche, y alguien que no te conoce te brinda su techo, de ahí no se vuelve.

–¿Ahí ya creías que ibas a ser rapero?

–Al principio no. Cuando me enganché con la música era muy pendejo. Disfrutaba pero no dimensionaba. Después la adolescencia fue una etapa conflictiva. Estaba mucho en la calle. Quería la experiencia de vida de un pibe que quiere ser rapero. Viví muchas secuencias pero me olvidé un poco de la música.

En mi casa siempre tiraron la positiva con todo pero no había un apoyo real para que me dedicara a eso. Tampoco conocía ni había raperos que vivieran del rap en nuestro país. Ahora podés acercarte a tu mamá y mostrarle los videos de otros jóvenes que apostaron y lo lograron. En ese entonces no había nadie. En mi época eras un raro si querías dedicarte al Hip-Hop.

–En la adolescencia te alejaste un poco ¿Cómo volviste a encontrarte?

–Por mucho tiempo viví con mi hermanito, mi vieja y su pareja. Íbamos de acá para allá. Pero a los dieciocho años volví a la casa de mi abuela. Era un galpón donde armé mi habitación y después un estudio. Compré una computadora y un micrófono. Me grabé mucho. En ese momento me di cuenta de que quería hacer las cosas profesionalmente.

En 2015, mejoré bastante. Saqué un EP con beats de internet. En esa época no había gente que hiciera beats originales. O muy pocos. Y si ligabas uno de rebote tampoco eran muy buenos. Tuve un productor un tiempo pero todo era difícil, a pulmón. A comparación con lo que encontrabas en YouTube y con la mentalidad que tenía, eran muchos mejores esos ritmos anónimos que uno original. Esa fórmula duró un tiempo, no iba a llegar a nada así, pero me sirvió mucho.

Me di cuenta que para ser profesional tenía que trabajar con un productor, armar las canciones pensando de otra forma, filmar un videoclip con una idea interesante. Empecé a respetar mis procesos. Me di cuenta que no podía sacar un tema de la noche a la mañana. Y en ese momento, cuando empecé a hacerme esas preguntas, apareció Caliope Family.

Buscaste música y encontraste músicos

Caliope nació con la mitad del grupo compuesto por gente de más de cincuenta años. La cabeza del proyecto en ese entonces era un tipo grande, Daniel, que había sido músico mucho tiempo y quería armar una banda que fusionara jazz y rap. Probaron con un pibe que rapeaba y no les gustó. Después, gracias al baterista, me contactaron. No lo podía creer. Estaba buscando una banda y me llamaron. Entonces fui. Pusieron unos ritmos, rapeé encima, les gustó y quedé.

Automáticamente se me presentó otra cosa. Daniel en ese momento me dijo. Acá cero drogas y cero alcohol. Vamos a ensayar en este horario y hay que ser puntuales. Yo venía de todo lo contrario. Mi escuela era la anti-escuela. Aprendí mucho ahí. Hasta ese entonces yo no tenía una estructura, ni una disciplina. Sí tenía un método, un know how, pero super intuitivo.

El grupo tuvo muchas idas y vueltas hasta conformarse la banda que es hoy. En el 2016, Daniel dijo hasta acá llegué y nos quedamos nosotros. Me imagino que debe haber sido difícil lidiar con pibes de veinte años. Pero él fue una gran pieza, armó una base para que nosotros sigamos con lo que estamos haciendo.

–Yendo a tu proyecto solista, ¿Por fuera de Caliope Family te permitís ser más rapero?

–Siempre quise abrir caminos y no quedarme. Es una filosofía de vida. Deseo ampliar mi carrera mediante distintos géneros musicales. Pero, igualmente, con «Bars Collecction, el primer disco que hice, tenía ganas de poder dejar la huella de lo que soy. Mi base es el rap. Es mi herramienta principal. Y me apoyé en el rap estricto para hacerlo. Ese disco era una deuda pendiente conmigo mismo.

–¿Con tu primer disco hiciste pie en un lugar? ¿Eso es el rap estricto?

–El rap estricto es una etiqueta. Pero sí, dentro de esa etiqueta hay algo de lo que hago. Fue un disco que busqué. Un lugar desde el cual decir: esto es lo que tengo para ofrecer, de donde vengo. Fue un momento super rapero. Me gusta mucho ese mundo. Escribir barras, hacer estructuras, enloquecer con juegos de palabras. Pero también encuentro el goce en otras cuestiones que no requieren estar tan preocupados por la lírica y la métrica. Porque por momentos se convierte en algo muy psycho. Estar atrás de la rima perfecta es complicado. Escribir, borrar y volver a escribir. A mi me ha pasado de castigarme mucho en ese aspecto.

–¿Cómo conviven el solista y la banda?

Intento separar pero soy la misma persona. Siempre escribo. Y las cosas que voy escribiendo me van llevando para alguno de los dos proyectos. O a ambos. Todo fluctúa. No lo pienso. Si lo pienso es más difícil. A veces alguien de Caliope saca un beat increíble entonces me pongo a escribir para eso. Después otro día me junto con Pancho y Cofran, que también son el guitarrista y el bajista de Caliope y me pongo a hacer cosas para Brapis.

Hace un par de años empecé a hacer beats, y con la vieja maña de agarrar cositas de internet, referencias que me gustan, empiezo a samplear y crear mis propios proyectos. Mi sonoridad. También llegué a un momento en el que sé cual es mi gusto personal. Y sé cuales son las cosas que no encajaría con Caliope.

Hay diferencias estéticas notorias. Caliope tiene algunas cosas oscuras pero es más ATP. Es más disfrutable a nivel generacional. Lo que yo hago es un poco más urbano, callejero, y a su vez vinculado a la gente que entiende el mambo en el que yo construí mi identidad. Brapis es más rap para raperos. Es para un grupo de personas que entiende ese idioma.

–¿Tu rap es más de nicho?

Sí. Son un montón de códigos que una señora de cincuenta años probablemente no los entienda. O que un pibe chiquito tampoco. Tiene que ver con lo que uno consume. La música con la que se curtió, la historia del Hip-Hop, los modismos, las formas de hablar. Eso le va a gustar a la gente que está dentro de ese círculo. Y otra gente que tuvo otra crianza, otras influencias no le va a llegar tanto. Es difícil que alguien que no entienda una técnica silábica propia de un estilo de rap pueda llegar a valorarla.

–¿Cómo viene la fecha del 24 de marzo?

–Tengo un show armado. Hace mucho que no toco en Rosario. Estuve en Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe. Voy a aprovechar un poco los recursos que tengo en la ciudad para explorar y explotar un poco. Voy con mi disco, las canciones nuevas y seguro largue algún inédito. Quiero probar el feedback del público. Ir y ver qué pasa. También voy a disfrutar del evento en sí. Juli Giuliani va a estar ahí representando el rap español. Después va a haber un DJ set de Radio Verano, un pibe de Chile que va a estar tocando para que la gente después se quede a bailar.

–¿Siempre te pensaste en Rosario?

–Mucho tiempo tuve el berretín de querer ser el embajador de acá. En cierto punto creo que lo logré. Pero hoy por hoy tengo cada vez más ganas de salir y poder conquistar otros lugares. Es todo tan amplio y tan grande pero no hay que perderse. Uno va creciendo y la cabeza va viendo otras cosas. Mi idea siempre fue hacer lo mío en Rosario. No fue necesario irme a Buenos Aires para que me vieran.  Hoy en día con la música en Internet ya hay muchos ejemplos que no es necesario arrancar en Buenos Aires. Pero sí que después lo más probable es que vayas a tener que ir para allá porque, se quiera o no, allá es donde sucede todo.

–¿El rapero a pesar de su lugar de origen siempre busca salir al mundo?

–Claro. Eso en la jerga se llama representar. Es así. La casa existe porque existe un mundo que está afuera de la casa. Eso es lo que entendí ahora. Después de muchos años. Es un proceso largo. Ya la voy a hacer.

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