La historia juzgará a Mauricio Macri y a Ernesto Sanz por haberse ausentado en la noche del miércoles pasado de la última gran peña política previa a las elecciones nacionales. La cena de la ONG Conciencia era el retablo para acariciar a sus votantes del distrito que más los halaga. Cuentan con su voto para lo que hagan y ahí se dividen los diagnósticos: a un electorado favorable ¿hay que halagarlo o sólo contabilizarlo como un activo inmodificable?
Entendieron esto último, como también otras estrellas de ese arco, Elisa Carrió o Martín Lousteau, quienes arriesgaron más que la dupla que trasnochó ese día en las quebradas jujeñas –adonde sí creen que puede cambiarles la historia– al dejarle los faroles a Horacio Rodríguez Larreta y a María Eugenia Vidal.
El candidato porteño midió la exposición aprovechando el cóctel de espera para saludar, pero tampoco tuvo protagonismo en las mesas principales ni en los discursos que le dejaron a “Mariu”, que sí necesita voto para su pretensión de la gobernación bonaerense. Le dejaron un partido desigual porque estaban comprometidas en la primera línea dos fieras escénicas, como Daniel Scioli y Sergio Massa, que necesitan como ella de los votos de la región metropolitana, que proyecta sus intenciones hacia un radio que es mayor que el del conurbano.
Bonaerense atento
Scioli, que no suele quedarse en estas algaradas porque las agota con la presencia temprana en el cóctel, que es donde hay más periodistas que buscan la nota del cierre, mostró que tiene que cultivar esa clientela. Se sentó a una de las mesas principales, simuló cenar y dio un discurso apropiado al clima de la noche, que era de moderada tranquilidad y que no estaba para frases agresivas. Cumplió con todo lo que se esperaba de él, acompañado de Karina Rabolini y compañeros de mesa como el empresario Alejandro Mac Farlane, y apenas terminó de hablar se retiró pulcramente. Dejó una representación para el resto de la noche, de su hermano Pepe a Jorge Telerman, y algunos funcionarios que rieron al ver que Massa demoraba el ingreso aprovechando hasta la última gota ese regalo del centenar de fotógrafos y movileros que se agolparon en el hall. Esperó, claro, que la atención estuviera puesta en Scioli para ocupar una mesa notable, en la primera línea y frente al escenario.
Massa dio otra señal al aparecer pegado a Francisco de Narváez, a quien llevó en las sombras del patio de ingreso al salón Rojo de La Rural para evitar que alguna presencia le quitase luz a su aparición en el minirretablo que habían instalado los organizadores para que se sacasen fotos los invitados.
Aplacado el nervio que tiene toda fiesta masiva –hubo más de 1.000 asistentes– las mesas se entregaron a dar más gestos con significado político. El más estridente fue el abrazo que le propinó a Massa el diputado porteño Cristian Ritondo: estrecho, efusivo y prolongado. El contexto aumentó el significado: ya van varias semanas de conversaciones entre el PRO –en el cual Ritondo es figura central– con punteros del Frente Renovador para cerrar algún tipo de alianza que salve al tigrense de la disolución pero a la vez no alimente la reconciliación de sus tenientes y votantes con el peronismo que gobierna, el kirchnerismo.
Massa, el más necesitado de exposición entre todos los presentes, aprovechó la noche hasta que se habían ido casi todos, después de medianoche. Cuando a un político le va bien, aparece por esas reuniones, se muestra un poco y se va; al que le va muy bien, quizás, le puede convenir ni asistir, para convertirse en algo deseado. En este punto, Massa casi se regaló, y bien que hace porque ha pasado, diría Marx –Carlos, no Daniel–, del reino de la libertad al de la necesidad. Saludó a todo el mundo y casi no lo dejaron cenar. Esa actividad demoró su discurso, que apuró cuando vio que algunos buscaban el túnel para fugarse.
La charla se animó en mesas con encuentros oportunos, como aquel en el que se sentaron Telerman con Pinedo, dos armadores en pugna porque uno representa a Scioli y el otro a Macri. Son dos políticos mansos, pero rigurosos, y trabajaron como pocos en la noche del miércoles. Ni miraron al escenario, no compraron globos (los había de 3.000 y de 20 mil pesos, a beneficio de la ONG).
Mesa de película
En otras mesas notables de la primera línea, se habló de proyectos más ambiciosos que los electorales: en la del embajador de Estados Unidos, Noah Mamet, estaba el productor de cine Jorge Estrada Mora junto a tu esposa Nancy y también el segundo de esa delegación, Kevin Sullivan. Mamet, que ha trabajado como consultor de los grandes estudios de cine de Hollywood, explicó su idea de hacer en Buenos Aires un festival internacional de cine con la participación de los gigantes del negocio. Tomó nota del relieve que ha alcanzado el invento delarruista del Bafici como festival “indie”, pero aclaró que él quiere un festival con las “majors”.
El Momo en otra cancha
Otra mesa tuvo signo político, la que encabezó el sindicalista opositor Momo Venegas, donde sentó al ex vicecanciller Juan Archibaldo Lanús, Teresa González Fernández, el abogado Alejandro Fargosi, el productor cultural Miguel Frías y su mujer, la restauradora de los dorados del Colón, Teresa Gowland. No es habitual que los sindicalistas vayan a estos saraos de la burguesía porteña, pero la barra era tan variada –es la Argentina de la extensión de derechos– que no llamó la atención en una multitud en la que se cruzaron personalidades de todos los palos.