Hoy se cumplen 99 años de la muerte del padre José Gabriel del Rosario Brochero, el legendario “cura gaucho” que realizó una gran labor evangelizadora en el valle cordobés de Traslasierra, a fines del siglo XIX.
Prototipo del cura humilde y sencillo, se caracterizó por ser activo, alegre y tozudo mientras realizaba una titánica labor apostólica, fundando escuelas, asilos e iglesias, con una mentalidad progresista que no cesaba de estudiar las obras necesarias para desarrollar la región serrana de la provincia de Córdoba que lo vio nacer.
Fumador empedernido y con un léxico donde abundaban las palabrotas, tenía una voluntad de coloso, en un cuerpo pequeño y tomado por la lepra. La misma estampa que ahora cabalga a lomo de mula, como hace un siglo atrás, lenta pero infatigablemente, rumbo a la canonización.
Es que el cura gaucho fue declarado “venerable” por el papa Juan Pablo II en 2004, y el 10 de mayo de 2012 quedó a un paso de ser beatificado cuando una junta médica declaró como milagrosa la recuperación de un bebé que estaba al borde de la muerte y cuya sanación se atribuyó a la intercesión del presbítero Brochero; sólo se espera la confirmación del milagro por una junta de obispos y cardenales y la correspondiente bula del papa Benedicto XVI, posiblemente este mismo año.
Así, la mítica figura del “cura gaucho” se acercó a la canonización, acto por el cual el Papa, en forma pública, proclama la santidad de una persona fallecida.
El apóstol que murió leproso
El sacerdote cuya vida fue llevada al cine en la película El cura gaucho, dirigida en 1941 por Lucas Demare y con Enrique Muiño en el papel principal, nació el 16 de marzo de 1840, en el paraje Carreta Quemada, cerca de Santa Rosa de Río Primero, en el norte de Córdoba. Era el cuarto de diez hermanos, que vivían de las tareas rurales de su padre. Ingresó al Colegio Seminario Nuestra Señora de Loreto el 5 de marzo de 1856, y fue ordenado sacerdote el 4 de noviembre de 1866.
Como ayudante de las tareas pastorales de la Catedral de Córdoba, desempeñó su ministerio sacerdotal durante la epidemia de cólera que devastó la ciudad. “Se lo veía correr de enfermo en enfermo, ofreciendo al moribundo el consuelo religioso, recogiendo su última palabra y cubriendo las miserias de sus deudos. Ese fue uno de los períodos más ejemplares, más peligrosos, más fatigantes y heroicos de su vida”, señaló su amigo Ramón J. Cárcano.
El 19 de noviembre de 1869 fue elegido vicario del departamento San Alberto, con unos 10 mil habitantes de toda Traslasierra. Eran 4.336 kilómetros cuadrados con gente que vivía en la miseria, en lugares distantes sin caminos ni escuelas, incomunicados por sierras de más de 2.000 metros de altura y azotados por grupos de bandoleros.
La historia dice que Brochero contempló a sus pies el rosario de pueblos donde habría de desempeñarse y aceptó la tarea con alegría. Su obra testimonia la verdad de aquel propósito que cumplió con creces, armado de fe, coraje, amor sin límites que alcanzó hasta a los más remisos y una célebre picardía criolla, perpetuada en cientos de anécdotas que se incorporaron a la historia del valle por el que tanto luchó.
La casa de ejercicios espirituales que convocó a miles de feligreses fue uno de sus logros más importantes, pero lo que impresiona en su vida es la coherencia y la bravura aplicadas a cada una de las obras que emprendió y, sobre todo, la convicción de llevar la fe allí donde fuera más difícil, norma que lo hizo encontrarse con el célebre bandido rural Santos Guayama.
Brochero y la fe triunfaron en el corazón de Guayama, pero perdieron en el terreno legal, que ignorando el acuerdo fusiló al arrepentido. “Se dice que era un hombre muy malo, pero para mí era un manso cordero y un buen amigo”, dijo Brochero, al enterarse de su muerte, en 1879, que lo llenó de tristeza.
Al año siguiente de llegar a Traslasierra, Brochero comenzó a llevar a hombres y mujeres a Córdoba, para los ejercicios espirituales. Recorrer los 200 kilómetros requería tres días a lomo de mula, en caravanas que superaban las 500 personas. Más de una vez fueron sorprendidos por fuertes tormentas de nieve. Al regresar, tras nueve días de silencio, oración y penitencia sus feligreses cambiaban de vida, siguiendo el Evangelio y buscando el desarrollo económico de la zona.
Así, “arremangándose” junto con sus feligreses, el cura construyó más de 200 kilómetros de caminos, acequias de riego y varias iglesias, fundó pueblos y se preocupó por la educación de todos. Trabajó en la promoción social de la inmensa zona, solicitó ante las autoridades y obtuvo mensajerías, bancos, oficinas de correo y estafetas telegráficas. Proyectó el ramal ferroviario que atravesaría el valle de Traslasierra uniendo Villa Dolores y Soto para sacar a sus queridos serranos de la pobreza, “abandonados de todos pero no por Dios”, como solía decir.
Predicó el Evangelio asumiendo el lenguaje de sus fieles para hacerlo comprensible a sus oyentes. Llevaba lo necesario para la misa en las alforjas de su mula y ningún enfermo quedaba sin su atención espiritual, para lo cual ni la lluvia ni el frío lo detenían. “Ya el diablo me va a robar un alma”, solía decir.
Siempre “pegado” al que sufre, el cura gaucho se contagió lepra atendiendo y tomando mate con dos lugareños enfermos del Mal de Hansen. Debido a su enfermedad, renunció al curato, viviendo unos años con sus hermanas en su pueblo natal.
Pero respondiendo a la solicitud de sus antiguos feligreses, regresó a su casa de Villa del Tránsito –hoy Villa Cura Brochero–, muriendo pobre, leproso y ciego el lunes 26 de enero de 1914.
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