Protagonista de un video viral en la que un niño de siete años baila con particular gracia y libertad en la vereda de un bar al ritmo de una banda de jazz, la saxofonista Yamile Burich definió como un acto de “justicia divina” a esa sorpresiva difusión, incluso a nivel mundial, porque reivindica el carácter “popular” del género.
En tal sentido, la artista celebró “la espontaneidad y la libertad” con la que se manifestó el niño mientras ella realizaba su solo de saxo y puntualizó que esa actitud coincide con su apreciación personal de que “cualquier lugar puede ser un escenario” cuando hay necesidad de expresarse artísticamente.
“Es muy loco lo que pasó con el video porque lo compartieron en todo el mundo, e incluso lo hizo gente que no tiene que ver con el jazz. Yo trato de analizar por qué llamó tanto la atención y, sin dudas, es por su espontaneidad, su libertad, esa cosa de dejar ser sin prejuicio, sin estar diciendo cómo hay que bailar o cómo hay que tocar”, expresó Burich a Télam.
Y añadió: “El jazz es una música popular que salió de las calles pero hay una cultura muy conservadora en la Argentina que quiere hacer creer que no es así. No entiendo por qué no se lo deja fluir y se la pone en un altar inexplicable. Si tuviera tanta difusión como el reggaetón, si lo pasaran por la radio, la gente amaría el jazz. Es una música que te deja crecer, desarrollarte, ser vos mismo. Pero no hay mejor explicación que lo que pasó en ese video”.
Con una larga trayectoria artística, el nombre de Yamile Burich sonó con fuerza en las últimas semanas luego de que el mencionado video, registrado en una de sus actuaciones durante el verano en el palermitano Virasoro, circulara por redes al punto de ser replicado por páginas, músicos y críticos relacionados con el jazz a nivel internacional.
Pero esas imágenes pueden impactar aún más al conocerse los conceptos que maneja esta artista y la manera en que lleva adelante su relación con la música, debido a que el video opera como una curiosa síntesis de ese pensamiento.
“Yo soy de tocar mucho”, simplificó Burich, a quien se la podrá ver y escuchar mañana, a las 19.30 y 21.30 en Thelonious, en el barrio porteño de Palermo, con su cuarteto integrado por Ezequiel Dutil, en contrabajo; Ramiro Franceschin, en guitarra; y Sebastián Groshaus, en batería.
Pero más allá de estos dos shows, en donde seguramente mostrará los temas de Bardo, su flamante disco, la saxofonista también ameniza con su música en vivo en estos días a los ciudadanos que concurren al vacunatorio montado en el Centro Cultural Kirchner (CCK), del mismo modo en que usualmente lo hace sentada en el banco de cualquier plaza.
“Cualquier lugar en la vida puede ser un escenario. Yo improviso en cualquier lugar. Saco el saxo y me pongo a tocar. Lo hago por una cuestión energética. Lo que me hace feliz a mí, seguramente también puede hacer feliz al otro. La vida es jazz. Hay que improvisar. El único proyecto es la felicidad”, sentenció la artista.
Criada en la localidad salteña de Tartagal, en donde estudio piano en el conservatorio para luego cambiar al saxo y en donde integró un grupo rockero de covers; Burich emigró a Cuba de muy joven, tocó en un grupo de música caribeña, residió en otros países y finalmente recaló nuevamente aquí, para seguir construyendo un camino caracterizado por la espontaneidad y la libertad estilística. Acaso su último disco sea la mejor síntesis de ese andar en donde la única brújula es la música.
Consultada sobre si el titulo disco alude a las complicaciones que trajo la pandemia para la actividad musical, Burich confesó: “¡Fue un bardo todo! Juntarse con los músicos respetando los protocolos, luego se demoró la portada porque se contagió de covid-19 el responsable del arte de tapa. Pero bardo en algunas culturas también es el intermedio entre la vida y la muerte. Es ese momento de transición espiritual. En el disco hay un funk, una onda latina, una balada a lo Lester (Young), una cosa tanguera. Así que fue un bardo en ambos sentidos, porque fue un quilombo total organizar el disco y porque fue un momento de transición mío, con influencias de lo que viene y de lo que vengo haciendo”.
Además el libro está marcado por no haber podido tocar en vivo durante el año que paso: “Porque creo que los clubs son laboratorios donde uno prueba ideas”, dijo y agregó: “Yo le muestro algo que se me ocurrió a los músicos y los temas se terminan de armar ahí. No es que uso computadoras y tengo definido el sonido, sino que cada uno aporta sus cosas. Las canciones de Bardo no pude probarlas en el escenario antes de grabarlas”.
“Compongo desde la melodía, cantándolas”, repasó su modo de trabajo. “Para mí la melodía es lo más importante. Después me siento al piano y trato de encontrarle una forma. Hay muy pocos temas que compuse desde el saxo. Lo que sí me pasa es que compongo con el piano y luego me encuentro con la instrumentista, ¡que soy yo misma! Como que estoy en los dos lugares, hay dos personas en mí. Incluso hay temas que no grabé nunca porque no estoy muy segura si van bien para saxo”, puntualizó.
Prejuicios y viralidad
Para la saxofonista la viralización del video evidenció el carácter popular del jazz, algo que muchas veces se intenta ocultar. Consultada sobre si ese prejuicio sobre el género tiene que ver con la complejidad en la ejecución de piezas jazzeras, Burich lanzó: “Es que eso también está mal porque el jazz se puede tocar con unos acordes básicos. Fijate sino canciones como «All of me». Yo estuve en New Orleans y tocan ahí en la calle, de manera simple. Para mí el jazz es música popular y puede ser tocada en una parrilla. Cuando surge alguna cosa como ocurrió con el video, el jazz vuelve a ocupar ese lugar de música popular”.