Flavia vivía en Arteaga, una localidad situada a 113 kilómetros de Rosario. Allí se casó con un poderoso empresario del agro, con quien tuvo un hijo. Cuando el pequeño tenía cuatro años ella detectó en un juego que su hijo mantenía con un amiguito de la misma edad algo extraño: cuando el niño lo pudo verbalizar, dejó claro que era víctima de una situación de abuso por parte de un tío. El reclamo de Flavia a su pareja determinó que terminaran divorciados. La mujer pudo denunciar dos años después en una Fiscalía de Casilda. Pero no sólo no logró una investigación, sino que todo el caso derivó en un expediente que se perdió y que recién ahora se está reconstruyendo. Mientras tanto, su hijo terminó viviendo con el padre sin tener contacto alguno con su madre o con la familia de ella, pese a las órdenes judiciales de revinculación por parte de la Justicia. “Es como si le hubiesen borrado la figura de su mamá y de toda su familia”, cuenta Flavia. Si bien el expediente se reconstruye y buscan que la causa avance, el niño ya es un adolecente que no tiene relación con su madre. Y la causa es una muestra más no sólo de la habitual misoginia judicial, sino que cuando el denunciado es algún hijo del poder la Justicia y las instituciones no se muestran eficientes en la aplicación del Derecho.
La mujer recuerda que hace nueve años observó que su hijo planteaba un juego con un amiguito que no era acorde con su edad. “Yo entendí que algo estaba mal, y me senté a hablar con él y tuve el instinto de grabarlo”. El nene no quería contarle. Le dijo que era un secreto. Y ella insistió: “Mamá no sabe cómo son los juegos de varones”.
El pequeño logró contar que era un juego que hacían con su tío, pero que no quería que se enojaran con él. Y reveló en qué consistía el juego, lo que describió a las claras una situación de abuso.
Flavia le contó a su marido y la respuesta que recibió fue: “Yo no sé si pasó, pero si pasó fue una sola vez”. Al comienzo la mujer se dedicó a buscar contención psicológica para el nene. La profesional que lo atendió pidió que no tuviese contacto con el familiar denunciado. Es por eso que el tío en cuestión dejó de vivir en la casa de sus abuelos, pero el contacto nunca se interrumpió.
En una oportunidad, cuando la madre llevó al pequeño a un pediatra, el profesional observó una situación que develó abuso y le aconsejó que lo llevara a un especialista. El pediatra después negó esta situación, previa visita de su suegra, contó.
Flavia recuerda que el nene vivía con culpa y ella era víctima de amenazas: “Si denunciás, no ves más al nene”. Pero los tratamientos daban cuenta de un abuso; en las entrevistas con las psicólogas, en los dibujos. Flavia decidió mudarse de pueblo y radicar la denuncia dos años después.
“Ahí empezó el calvario. Todo lo que yo planteaba en la Fiscalía, ellos lo sabían. Nunca se hizo una Cámara Gesell, ni se citó al acusado, no se hizo nada. Me presentaba cada 15 días en la Fiscalía y allí se burlaban de mí”, describió para de inmediato sintetizar: “No sólo la víctima fue mi hijo, yo padecía la condena social por creer en mi hijo”.
Flavia cayó en una fuerte depresión que incluyó hasta intento de suicidio. Ese contexto fue aprovechado por el padre del niño, que empezó a buscar al nene todos los días. Y a veces no lo traía de vuelta. Y el nene también la acusaba: “Por tu culpa no puedo ver a mi tío”. Ella evitaba discutir frente al niño, pero de a poco se lo fue llevando. Y, desde 2018, Flavia no volvió a ver a su hijo.
La madre entabló una demanda por la tenencia y la jueza falló a su favor y pidió que se formara un gabinete multidiciplinario que, si bien se armó, la mayoría de los integrantes eran familiares y amigos de la poderosa familia de su ex, graficó.
Después Flavia conformó otra pareja, volvió a Artega y quedó embarazada. En esa época el asistente social de Casilda le pidió “que no invada” a su hijo. En esa etapa, cuando el nene la veía la abrazaba, pero los especialistas le pedían que no intentara revincularse. Si bien el nene veía a la mamá de Flavia, cuando le planteó que quería conocer a su nuevo hermano todo terminó. “Cuando mi mamá le planteó a mi ex que quería conocer a su hermanito, dejaron de llevarlo a la casa de mi mamá. Lo que hicieron fue borrar todo vínculo conmigo y con toda mi familia”.
Siete años después Flavia contrató a otro abogado. Tuvieron que reconstruir un expediente que no estaba, pidieron que convoquen a los testigos que nunca llamaron y solicitaron que se allane las viviendas buscando material electrónico para detectar si hay signos de abuso.
Pero para muchas pruebas ya es tarde: el chico se niega a una Cámara Gesell o a prestar su testimonio. La causa queda en nada.
Flavia igual intenta ver a su hijo, aunque sea de lejos. Va a los actos de la escuela, aunque le piden que se retire del lugar. Su hijo no quiere verla. Pero, pese a todo, ella sueña con revincularse: “Todo lo que hice fue pensando en mi hijo”.