Por Mariano Gálvez – integrante del Colegio San José
Exactamente un año atrás, la comunidad toda de la Casa Salesiana San José de Rosario amanecía conmovida: la noche anterior, cuando retiraba a su hija mayor de un cumpleaños, David Paredes quedaba en medio de una irracional balacera (¿Puede ser racional una balacera?) y perdía la vida allí, en la vereda de una casa del barrio Empalme Graneros.
La despedida
David era un muchacho joven, tenía tres hijas y había llegado a Rosario desde Las Toscas hacía casi 20 años. Las vueltas de la vida lo trajeron a trabajar en el Colegio San José allá por abril de 2007. Voluntarioso, alegre, de trabajo y andar discreto y silencioso, se incorporó al equipo de mantenimiento de la escuela como herrero.
Sus días transcurrían andariegamente entre su taller y la enorme manzana de la escuela. El Negro David elegía muy bien las palabras antes de que salieran de su boca. En el buen sentido, no se andaba preocupando por caerle bien a la gente, era muy transparente. Su nobleza no necesitaba disfraces, y todos valorábamos su honestidad.
Su partida y las circunstancias en las que sucedió sacudieron los cimientos de la Casa. Días después, en un abrazo simbólico al San José, pedíamos “Paz y Justicia para Rosario”.
El colegio San José hizo una misa con mucho dolor para pedir justicia por el crimen de David Paredes
¿Ciudad de pobres corazones?
Rosario transita desde hace algunos años una escalada de violencia inusitada. Tal vez no se trate solamente de la inseguridad, que con sus matices afecta la calidad de vida de los millones de argentinos y argentinas que viven en medianas y grandes ciudades. Lo que aquí se vive es despertar cada mañana con el reporte de las balaceras de la noche anterior.
¿Concentrados en algunos barrios concretos? Tal vez. ¿Destruyendo familias enteras? Siempre. Lógicamente, y con cada noticia que satura la pantalla a lo largo del tiempo, un invisible e inevitable instinto de supervivencia nos va zambullendo de a poco: naturalizamos la muerte violenta y nos volvemos indolentes frente a ella.
Casi todas las noches una persona anónima en un lugar no transitado cotidianamente por la mayor parte de la ciudadanía pierde la vida. Un apartado especial para quienes viven y/o trabajan en esas zonas “calientes” de la ciudad: a una temprana hora de la tarde saben que pierden el espacio público. Quedarse en casa, si bien no es garantía de supervivencia, los protege de la riesgosa existencia del afuera. Pero cada tanto un suceso irrumpe en nuestra pasividad.
El nombre de ese día no fue anónimo para nosotros. Fue un amigo, un conocido, un familiar, un compañero de trabajo. Ese día la violencia y la inseguridad amenazó nuestra propia existencia y revolucionó nuestro entorno. Se vuelve el tema de nuestro día.
Las cámaras y los micrófonos se encienden y periodistas con voz de circunstancia interrogan sobre el caso a un individuo más o menos conmovido, de acuerdo a la cercanía con la víctima. Luego de apagarse las cámaras, las facciones de los periodistas se relajan, los hombros caen, y comentan entre ellos el hastío de cubrir cada día la misma historia. De dar el rigor de novedad a lo que es cotidianidad. De ponerle al maniquí de la normalidad el vestido de la excepcionalidad.
Ese nombre propio, que es propio para nosotros y uno más para la mayor parte de la sociedad, durará 48 o 72 horas como máximo en los medios de comunicación. Seguramente no es culpa de los medios. Ellos deben seguir atendiendo a los nuevos nombres de cada día. Darle una dimensión temporal, o extra temporal a “nuestros” nombres es responsabilidad de la comunidad inmediata, del breve o extenso tejido social que haya contenido esa vida.
El amor después del amor
Hoy, viernes 21 de abril de 2023 a las 9, la Comunidad de la Casa Salesiana San José de Rosario se congregó bajo la memoria de David. Tan sencillo y tan magnífico como eso. Una de sus hermanas, su “familia del corazón” en Rosario y algunos amigos más cercanos, acompañados de casi 1.400 de nuestros estudiantes de 10 a 19 años y decenas de docentes y no docentes, presididos por el Padre Director, rendimos homenaje a su memoria.
Se vivió un clima de amor, respeto, dolor y memoria. Algunos pocos testimonios nos hablaron de David, de la “huella” que dejó entre sus compañeros más inmediatos. Nos invitaron a pensar cuál es la huella que nosotros mismos estamos dejando en nuestro entorno, a quienes más queremos y a quienes, casi sin quererlo, les cambiamos su propia vida.
Se descubrió y bendijo una placa conmemorativa, un recuerdo indeleble de su paso por el San José. Luego de ello, uno de los momentos más vivos de la jornada: un puñado de globos celestes y blancos portando un cartel con la palabra “Paz” se soltaron al cielo.
Al principio, las almas se estresaron al ver cómo le costaba elevarse. Instantes después, parecía que el ascenso se detendría en un árbol. Al cambiar el viento ¡Temimos que termine enredado en otro árbol!
Finalmente, se elevó y se detuvo como posándose majestuoso ante la mirada de todos los presentes, para luego sí subir hasta perderse de vista tras uno de los altos edificios que rodean el patio, 50 metros más allá estaba nuestro templo. Personalmente me quedé con la duda de si no se habría quedado atascado por allí. En cualquier caso, el gesto fue hermoso y todos lo celebramos con sentidos aplausos.
Yo vengo a ofrecer mi corazón
Reconocer el dolor en el llanto desconsolado de la familia de David nos humanizó un poco más. Asumirlo no implica una insensibilidad previa. Al contrario. Implica tener aún la capacidad de conmovernos. Paradójicamente, aproximarnos a lo inexplicable de la muerte nos asoma a lo maravilloso de la vida.
Luego de un año, siento que es una gran injusticia que alguien pierda la vida para que nosotros aprendamos algo. Sin embargo, sería un gran pecado que, ante este suceso, no aprendamos nada.
No me siento en condiciones de enseñar nada a nadie a partir de David. Creo de hecho que otras personas están en excelentes condiciones de hacerlo. Pero sí puedo compartir lo que yo siento. Sin dudas, si lo pudiera resumir en una palabra, sería la de “rebeldía”.
La rebeldía de no aceptar que estas cosas sucedan cotidianamente y que puede plasmarse de las maneras más diversas. ¿Qué es rebelarse frente a esto? Personalmente estoy convencido: es construir más comunidad. Cuando una sociedad se preocupa por la vida del otro, cuando cada uno de sus miembros sabe de corazón que nadie es mejor que nadie, lo antinatural es ocasionarle un daño al hermano que está al lado.
Así, la diferencia más mínima se asume con la convicción de que con humildad podré aprender de la posición del otro, y que la violencia ejercida discrecionalmente nunca, pero nunca, será un camino hacia un lugar feliz.
Ante cada acto que realizaremos, podríamos preguntarnos si construye o destruye. En cada pensamiento, podríamos incorporar el filtro de saber qué nos mueve, si es el ego, la empatía u otra cosa. No para cambiar inmediatamente, pero sí para conocernos, reconocernos, y ganar en deseos de ser mejores.
Bello abril
La familia ampliada de David se quedó un rato más en el Colegio con nosotros. Entre emocionada y agradecida, se retiró luego. Parece ser que uno de ellos había ofrecido pagar la ronda de café para todos y nadie quiso desaprovecharlo. Con un fuerte abrazo y el compromiso de seguir en contacto, nos despedimos.
El día transcurrió con cada quien realizando sus responsabilidades. Un día diferente haciendo las tareas de siempre.
Sin embargo algo pasó. A finales de la tarde un mensaje llegó a nuestras redes sociales:
Buenas tardes, les escribo desde la ciudad de Chivilcoy, provincia de Buenos Aires. Estaba mi familia en el campo y llegó un globo con sus datos. El globo que llegó decía «PAZ».
Un mensaje muy importante para la sociedad y es increíble que llegara tan lejos. Si me envían un email o un número de celular puedo adjuntarles fotos.
Muchas gracias, saludos.
La botella en el océano había llegado a una playa habitada. En algunas pocas horas, el mensaje recorrió 250 kilómetros para aterrizar en un campo donde circunstancialmente había algunas personas. La picardía de la Directora de la Escuela Primaria de estampar el sello institucional en el cartel hizo el resto.
¿Cuántas veces nos hemos sentido hablando a la nada? ¿Y las oportunidades que percibimos como fútiles nuestros esfuerzos o nuestro testimonio? Una vez más, la vida nos demuestra que cual efecto mariposa nuestras acciones tienen consecuencias, y que sí está bien esperar contra toda esperanza, sí está bien confiar.
Mientras escribo estas palabras mis hijas dibujan a mi lado. Como si supiese en qué estoy, Margarita, de 7 años, me muestra: “Esto es cuando murió Dios, su tumba”. Inmediatamente pienso en David y lo asocio a la manera de ver al otro de nuestro patrono Don Zatti: “¿Tienes sopa caliente y vestidos para un Jesús de 10 años?”
Un mundo mejor no solo es deseable, también es posible. Éticamente lo tenemos que ir a buscar, debemos construirlo a partir de pequeñas acciones. A contramano de lo que nos quieren imponer, los héroes de las películas sirven para entretener pero no siempre para superarnos. Así lo creo, el heroísmo es un acto cotidiano.