A medida que se estudia en profundidad la actuación pública de dos hombres que han ocupado la vicepresidencia de la República, Julio Argentino Roca (hijo del general Roca, conocido entre sus amistades como Julito) durante el período comprendido entre 1932 y 1938 y siendo presidente Agustín Justo, y Amado Boudou, quien tras ser ungido en la Quinta Presidencial de Olivos para completar la fórmula oficialista, se desempeña en el cargo por el período 2011-2015, resulta notoria la similitud de ambos en una cuestión de fondo y crucial para nuestro país. Ello más allá de sus obvias diferencias, no sólo cronológicas, sino incluso estéticas entre aquel latifundista de frac y galera, y esta suerte de rock star aficionado.
Aquello en lo que ambos personajes coinciden, además de que Roca fue en su época salpicado por escándalos de corrupción, tanto económica como electoral (no constituye un dato menor que llegó al cargo por elecciones fraudulentas) y el actual vice ha sido denunciado por presunta corrupción y tiene un proceso abierto ante la Justicia, consiste en la pública actitud de acatamiento de los dictámenes del discurso cultural dominante del momento, lo que conlleva inevitablemente a relegar el interés nacional a un notable segundo plano.
El estatuto legal del coloniaje
En 1933 el vicepresidente Roca viajó a Londres para firmar el tratado conocido como Pacto Roca-Runciman, suscripto por el nombrado y por Sir Walter Runciman, el ministro de finanzas británico. Dejemos para otra oportunidad un análisis más profundo del mismo, pero basta para comprender su significado en la historia argentina que sus cláusulas eran tan leoninas en perjuicio de nuestro país que apenas tomaron estado público no le fue difícil a Arturo Jauretche, integrante del grupo de intelectuales que poco después fundaría F.O.R.J.A. (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) calificar el acuerdo como “estatuto legal del coloniaje”, en referencia a la situación a la que se sometía a la Argentina respecto de Gran Bretaña. En otras palabras, aquel tratado venía a poner sobre el papel más o menos lo siguiente: que no éramos una colonia inglesa como lo eran Australia y Canadá, sino que éramos algo peor, una semicolonia, ya que poseíamos un himno, una bandera y fechas patrias, lo que llevaba a que nos creyéramos independientes, cuando en realidad, carecíamos en absoluto de soberanía toda vez que el manejo de todos los resortes estratégicos de nuestra economía y sistema financiero estaban en manos extranjeras.
En el banquete ofrecido por el Príncipe de Gales a Roca y su comitiva, el heredero a la corona señaló que “el porvenir de la Nación Argentina depende de la carne; ahora bien, el porvenir de la carne argentina depende, quizás de los mercados del Reino Unido” (a buen entendedor …) a lo que nuestro “negociador” sólo atinó a retrucar, en palabras del historiador José María Rosa, afirmando que “Ha podido decir un publicista de celosa personalidad que la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico”, agregando el citado historiador que “era verdad. Pero convengamos que confesar el coloniaje no era, ni elegante, ni la manera eficaz de empezar la negociación”.
Lo penoso de nuestro entonces vicepresidente era que al decir que éramos virtualmente la joya más preciada de la corona británica no se limitaba solamente a dar un diagnóstico, preciso por cierto, de nuestra realidad pero con miras a transformarla de raíz, sino que, por el contrario, había una muestra de sumisa satisfacción por esa situación de marcada inferioridad.
Amado y la falacia de género
El 12 de diciembre de 2012 el vicepresidente Amado Boudou concurrió a Suecia a recibir en nombre del gobierno argentino el premio otorgado por la L.G.B.T.I. internacional, lobby del activismo de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersex. Dicen algunos testigos que esta última categoría genérica causó cara de extrañeza en nuestro funcionario. La presencia del primer ministro del país anfitrión como así también de buena parte de la burocracia de la ONU y demás organismos trasnacionales conferían a los presentes la certeza de encontrarse en un ámbito “políticamente correcto” y constitutivo del establishment cultural mundial.
El premio le fue conferido a nuestro país por acatar acríticamente los dictámenes de la ideología del género, sancionando el año pasado la llamada “Ley de Identidad de Género” norma que, a semejanza de aquel “estatuto legal del coloniaje”, adopta sumisamente una ideología que, como dice el jurista Jorge Scala, “como ideología, parte siempre de una o más premisas falsas”. En este caso, la ideología del género, negando que exista una evidente naturaleza humana, pontifica dogmática que habría un sexo biológico (varón/mujer) pero que lo realmente decisivo sería el género como “identidad o preferencia sexual autoconstruida”, afirmación que como bien señala Scala, carece de fundamento científico y por lo tanto constituye una falsedad.
Sumisión a los poderes dominantes del momento y claudicación en la defensa del interés nacional. Ayer con el Imperio Británico, hoy con la burocracia de algunos organismos internacionales empeñada desde hace años en un proceso de reingeniería social afín a intereses de minorías. Idéntica actitud por quienes tuvieron el honor de ocupar la vicepresidencia de la República.