Por Laura Hintze
A Andrés Calamaro no le dicen El Salmón en vano. Sigue su propia dirección –no siempre la más fácil, claro está– y lleva esa premisa de vida a todos los aspectos de su vida. El pasado sábado, en el Salón Metropolitano de Rosario, su público dio fe de eso. Con un repertorio tan simple como confuso para los que acostumbran a escucharlo en vivo, Andrés Calamaro volvió a Rosario, la ciudad que él mismo denomina su casa, la que le da, siempre, una de sus mejores noches. “Va a ser uno de los días más grandes de mi vida para siempre. Gracias. Esta es mi casa y puedo volver”, escribió en su cuenta de twitter, al finalizar el show “bohemio” de rock, tango, cumbia y nostalgia que trajo a la ciudad.
Bien podría decirse que El Salmón tiene una responsabilidad muy grande cada vez que toca en vivo: satisfacer a todas las generaciones que van a verlo. No sólo eso: satisfacer también el nivel de fanatismo de cada uno que va a verlo. Tiene que hacerse cargo de tocar los “hitasos” – sus temas más hermosos, tal como “Flaca”, “Paloma”, “Te Quiero Igual”– y de regalarle a su público algo escondido en su largo repertorio. Siempre lo hizo bien.
“Nadie sale vivo de aquí”, “Lo que no existe más”, “Por mirarte”, “All you need is pop”, salieron más de una vez de los cd’s para colmar estadios del mundo y el país. El sábado no hubo nada de eso y sin embargo todo el público se fue feliz. Nadie necesitó más. Calamaro bailó, posó, tomó mate, y hasta se dio el gusto – lo que hace habitualmente– de cantar tango (un fragmento de “Volver”).
El recital arrancó con una puntualidad inusual: a las 22 ya salían del escenario acordes del Himno Nacional mientras el Metropolitano explotaba entre luces y griteríos. Contra la corriente, ya que históricamente, o al menos desde su regreso, abre sus shows con “El Salmón”, Andrés empezó cantando “Me arde”, del disco Alta Suciedad. Siguió con su hermoso “Crímenes Perfectos”, y luego saltó en el tiempo, aterrizando en “A los ojos”, de Los Rodríguez. Un recorrido que a todos dejó exhaustos: luego de ese comienzo, quedaba en claro que nadie podía imaginar qué lista iba a presentar.
El Tour Bohemio que está presentando Calamaro en Argentina y Latinoamérica incluye una banda que se puede aguantar más que bien el peso que significa tener a una estrella del rock nacional al frente. Julián Kanevsky y Baltasar Comotto en las guitarras, Mariano Domínguez en el bajo, Sergío Verdinelli en batería y Germán Wiedemer en los teclados completaron cada letra de El Salmón. No se necesitó nada extra: armonía, coros y rock fueron de la mano con las exigencias del público.
Los puntos máximos de la noche llegaron con “Sin documentos”, “El día de la mujer mundial” y la presencia de Cuino Scornik (poeta del rock y colaborador de Calamaro en las composiciones por más de 20 años) en “Estadio Azteca” (presentado al grito de “¡Viva Perón! ¡Viva México!”) y “Canal 69”. Calamaro lució un look rockero bien negro, con lentes que se sacó unas pocas veces y un pañuelo ropero; y también dio cátedra de cómo bailar cumbia con “Las tres marías” y “Tuyo Siempre”.
Canciones como “Mi enfermedad” (Los Rodríguez), “Quién asó la manteca”, “Los Aviones”, “Loco”, “Te Quiero Igual”, “Me estás atrapando otra vez” y “Carnaval de Brasil”, completaron el repertorio. Un repertorio que, cabe destacar, estuvo colmado de guiños: Led Zeppelin, Deep Purple, Sandro y fragmentos del Martín Fierro se mezclaron entre sus melodías.
“Rosario: están sacando lo mejor de nosotros”, gritó Andrés mientras imitaba a un torero en “Días distintos”. Cerca de la medianoche, los llantos y la voz de todo el Metropolitano quisieron cerrar el recital con “Paloma”, pero Calamaro volvió. Y los dejó a todos con el rock entre las venas. “Alta Suciedad” primero, y luego – en memoria de los amigos que ya no están– “Los Chicos” fueron un broche de oro, pero no el final. El final, el que hace que el recital esté acompañado de una sonrisa eterna, fue con Soda Stereo: “Música Ligera”. Andrés se fue ovacionado. Le dijeron que “olé olé, esta es tu casa podés volver”, y él se arrodilló y besó el escenario frente a un público que siempre lo espera y se fue sabiendo, ansioso ante un futuro incierto, que siempre habrá un regreso.