Beto recibe un paquete de cebollas a dos muchachos que bajan de un camión, les paga y acomoda la mercadería en un rincón de la verdulería. Trabaja ahí desde 1990 y hoy su local es el único que funciona en lo que alguna vez fuera un pequeño mercado. Ubicado sobre San Juan entre Mitre y Entre Ríos, el antiguo paseo comercial que supo tener carnicerías, fiambrerías y demás, es en la actualidad un depósito.
“Cuando cierra el viejo Mercado Central, que estaba en la plaza Montenegro, se abren varios mercaditos que se desparraman por la zona. Este lugar era muy concurrido. Por Mitre, donde ahora hay un súper chino, había otro igual”, explica Beto con tranquilidad.
“Había muchos camioneros y comerciantes de todas partes yendo y viniendo –continúa–. Por eso los bodegones, los hoteles de alojamiento y bueno… las chicas que trabajan en la calle. Algo de eso todavía queda, pero poco a poco va desapareciendo. Cambiaron las costumbres y además se está construyendo mucho”.
Si se camina calle San Juan en el tramo que va desde San Martín hasta Entre Ríos, sus palabras resultan ciertas. En un paisaje cambalache e inverosímil, se mezclan enormes edificios en plena construcción con inmuebles derruidos, tiendas de ropas, mueblerías y algún que otro bar; personajes de los márgenes, gente de paso, comerciantes y vecinos.
Pasado
En la esquina de San Juan y San Martín las galerías de un viejo edificio de departamentos eran refugio de bandas adolescentes sin rumbo ni hogar. La planta baja estaba abandonada y entre sus columnas se veían las pocas pertenencias que tenían: colchones, sábanas y ropa vieja. Hoy funciona un bazar de artículos para el hogar. En el terreno aledaño, una poderosa constructora local levanta una torre de edificios. Nada más y nada menos que donde estuvo el “Rich”, emblemático comedor de la ciudad que en 2006 cerró y cuyos bienes fueron rematados en una subasta, luego de que su dueño se declarara en quiebra.
Casi en la esquina de Sarmiento, el abandonado hotel Marconi constituye una postal fantasma en la que la ciudad apenas repara. Tras su cierre sufrió distintos robos que prácticamente lo dejaron sin mobiliario. Ya no le quedan ni sus carteles: fueron retirados en abril de este año a causa de una ordenanza municipal. En sus balcones, bandadas de palomas pasan sus días y sus noches.
“La actividad viene cayendo mucho, como le pasa a la mayoría de los comercios”, cuenta Daniel, encargado del bar ubicado en San Juan y Sarmiento y que se llama, justamente, “Sarmiento”. El lugar es uno de los últimos bodegones que hay en el centro. Antes trabajaban hasta la madrugada, sirviendo platos de comida a los viajantes que paraban en los hoteles cercanos. Cuando los habitantes de la noche fueron ganando sus mesas, decidieron cerrar sus puertas antes de la cena. Los pequeños traficantes, los malandras y los tipos siempre a la espera de que “pase algo”, terminaron por correr a su clientela.
“Dejamos de abrir de noche y lo mismo hicieron los demás bares” –explica Daniel– y los nombra uno por uno.
En la cuadra siguiente, en la mano impar, solo hay actividad comercial en los grandes negocios que ocupan las esquinas de Sarmiento y Mitre, respectivamente. Entre ellos sólo hay inmuebles abandonados que, componiendo una gris hilera, esperan su final. Una empresa constructora de viviendas los compró y por etapas va a ir levantado una serie de edificios. De la mano de enfrente, en un local que no volvió a abrir pero que aún mantiene sus persianas levantadas, se ve un afiche gastado por el sol, escrito a mano, que reza: “Vendo todo. Me voy. Liquido”. Si se mira para adentro, se descubre un estante con libros de todo tipo, antiguos monitores de computadoras, televisores viejos y lámparas desarmadas.
El cartel de neón rosado del hotel “Venus”, inmutable parpadeo del maneje, actualmente es sólo un recuerdo. El lugar, que servía como escondite para encuentros urgentes y lugar de citas para las trabajadoras sexuales, está cubierto con cartelería publicitaria.
“Era un hotel de trampas. Era muy gracioso ver como a la hora del mediodía, o tipo cuatro de la tarde, un tipo venía desde una esquina y una mina desde la otra y, casi sin mirarse, se metían juntos ahí”, dice Mabel, una vecina que vive en la cuadra desde mitad de los setenta.
De los hoteles tradicionales queda sólo el “San Juan”, que está entre Mitre y Entre Ríos.
“Antes veías muchas chicas esperando por algún cliente –agrega Mabel–, pero desde el cierre del hotel ya no se las vio más”. Cuando se les pregunta si es cierta la teoría que durante los noventa y principios de 2000 eran conocidas por tratar con discapacitados, se sorprende: “Recuerdo que había unos hermanos que venían juntos, los dos andaban en sillas de ruedas y contrataban sus servicios. Más que eso no te sabría decir”.
De alguna manera ajeno al mundo que lo rodea, Mingo lleva adelante su peluquería de toda la vida, ubicada frente al hotel “San Juan”. Tiene ochenta años y todo su mobiliario data de décadas pasadas. Se sabe un sobreviviente de otros tiempos y no oculta su orgullo. En su pared están colgadas y enmarcadas las notas que le han hecho en distintos medios locales. Probablemente sea el único peluquero que aún afeita con navaja la barba de sus clientes.
La pared del estacionamiento de la esquina de San Juan y Entre Ríos desde hace unos años está pintada de rojo. Es a modo de homenaje a un pibe de 19 años que mataron una madrugada de una puñalada. Hay una placa que lo recuerda y varios murales artísticos.
Con ojos preocupados que miran fijos estas calles y sus personajes, su rutina y sus secretos, se alza finalmente la estatua de Domingo Faustino Sarmiento, en el centro de una enorme plaza que lleva su nombre.
“Que cosa –ironizó una noche un poeta de la ciudad–, le pusieron Sarmiento a la plaza más bárbara de todo el centro”.
Por Santiago Beretta