¿Quién podía apostar a un pronunciamiento en contrario del FBI? Una recomendación al Departamento de Justicia para imputar a Hillary Clinton por haber puesto en peligro secretos de Estado en sus tiempos de canciller habría supuesto un escollo jurídico insalvable para su candidatura presidencial. Y la Casa Blanca habría quedado al alcance de la mano del indigerible Donald Trump.
Pero si la ex secretaria de Estado zafó jurídicamente por no poder probarse que su pecado de utilizar cuentas de correo electrónico privadas –esto es, no encriptadas– haya sido intencional, no queda de ningún modo a salvo en términos políticos. De hecho, los dichos del director de la policía federal, James Comey, dejaron margen para que la campaña resulte un tormento para ella.
Fue “extremadamente descuidada”, dijo el funcionario, y eso hace “posible” que “actores hostiles” se hayan hecho de información clasificada.
Los antecedentes de Comey son los de un hombre acostumbrado a lidiar con temas políticamente sensibles y que, tal como dijo el martes The New York Times en su sitio web, “tiene un historial de confrontar con el poder”. Lo hizo en tiempos de George W. Bush, cuando era fiscal general adjunto y le puso límites al espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA). También en tiempos de Barack Obama, cuando se diferenció del presidente al criticar la publicidad dada a los casos de brutalidad policial, algo que, señaló, desmoraliza a las fuerzas de seguridad y atiza el delito.
Sin embargo, para Trump y otros referentes republicanos, el cierre del “email-gate” huele mal. A juzgar por sus reacciones, la independencia de las investigaciones policiales y judiciales tiene bemoles y sostenidos en todos lados.
Todo esto será material para la que se anticipa como la campaña presidencial más agresiva de la historia de Estados Unidos. Mientras Trump insistió anteayer en hablar de una pesquisa tramposa, la ex primera dama embistió contra el republicano al denunciar “el uso de una imagen descaradamente antisemita para promover su campaña”, en referencia a la estrella de David que aquél tuiteó el fin de semana superpuesta a una pila de dólares con la leyenda. “¡La candidata más corrupta de todos los tiempos!”.
Encuesta, liderazgo y grieta
Algunas encuestas dan a Hillary arriba por un margen amplio, mientras que otras anticipan una competencia cabeza a cabeza. En lo que todas coinciden, con todo, es en mostrar a dos candidatos que no enamoran y que deben lidiar con niveles de rechazo inéditos en este tipo de contienda. Surgen, entonces, dos preguntas: ¿qué clase de liderazgo saldrá de las urnas el 8 de noviembre? ¿Uno discutido como ninguno del pasado? La grieta, tan marcada como la de la Argentina o el Brasil de estos días, está llamada a perdurar también en Estados Unidos. Un obsequio de la intemperante era de las redes sociales, acaso.
La tensión es comprensible, ya que es mucho lo que está en juego. Por lo pronto, que la principal potencia económica y militar que la humanidad haya conocido continúe su camino por carriles más o menos transitados o que dé un giro temible hacia el aislacionismo y la xenofobia. ¿Hacia el populismo?
¿Populismo?
Esto es lo que sugirió la semana pasada el mexicano Enrique Peña Nieto en la conferencia de prensa que compartió en Ottawa con Barack Obama y el premier canadiense Justin Trudeau. La puesta en escena buscaba ratificar el compromiso de los tres países con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta), que Trump prometió denunciar.
Pero Peña Nieto se pasó de rosca. Enfático al rechazar la emergencia de propuestas “populistas” como la del magnate neoyorquino o los líderes del Brexit, a quienes aludió pero no mencionó, pidió evitar que “destruyan todo lo que ha costado décadas construir”, incluso cuando admitió que los frutos de esos logros pueden no ser percibidos aún. Curioso éxito: decenios de esfuerzo que nadie percibe…
Como sea, cuando no se lo esperaba, Obama lo cruzó. “No estoy de acuerdo en que la retórica a la que se refiere sea populista”, lo sorprendió.
Distribución de ingresos
Habló entonces de su aspiración de generar mayores niveles de distribución del ingreso, de mejorar el nivel de vida de los trabajadores y la clase media y de dar mejor educación a los niños pobres. “Podrían decir que yo soy un populista”, señaló. Lo de Trump, a quien también prefirió no mencionar, es “xenofobia” o “cinismo”, porque nunca pelearon por esos valores, aclaró.
En su interesante toma de posición, sin embargo, habló más como un candidato debutante que como un presidente que manejó el mayor poder del mundo por casi ocho años. Algunas declaraciones de principios (y omisiones de hecho) acaso expliquen la extraña fascinación por Donald Trump.