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Camporini: “El peligro no está sólo en las calles”

El actual fiscal de Cámaras, con 37 años de profesión, enfatizó el aumento de la violencia familiar.

Diego Montilla

Tiene una vasta trayectoria en el Poder Judicial. Con treinta y siete años sobre sus espaldas en el ejercicio de la profesión, actualmente es fiscal de Cámaras en los Tribunales locales, actividad que desempeña desde hace diecisiete años. Guillermo Camporini tuvo participación en casos resonantes como el que tuvo como protagonista a el ex juez de Rufino Carlos Fraticelli y a su esposa Graciela Dieser por la muerte de su hija Natalia. También tuvo intervención en la turbulenta época de los saqueos durante 1989 en la ciudad, en el ocaso y caída del gobierno del presidente Raúl Alfonsín y en muchísimas causas con distintas situaciones delictuales. Experto en el tema, dice con respecto a la inseguridad que lo preocupante es el crecimiento de la violencia, algo que no hace distinción de clases, ya que se registra en los estratos más altos como en los más bajos. Como solución a esta compleja problemática, que está en constante discusión, dice que gran parte de la solución pasa por tomar medidas de base, es decir, en apostar a la educación, la salud y al trabajo. “Lo que no se gasta ahora se termina gastando más tarde en construcción de cárceles, más policías o más jueces”, remarcó. Además, explicó que es muy preocupante las casi inexistentes probabilidades de reinsertarse a la sociedad que tiene una persona que haya completado su condena. “Si le cuesta conseguir trabajo a alguien que tiene estudios y un prontuario limpio, hay que imaginarse lo que le pasa a alguien que recién sale de la cárcel”, comentó el funcionario.

—¿La inseguridad crece realmente o la repetición del tema en los medios hace que parezca que eso sucede?

—La inseguridad existe, tal como existió siempre; la diferencia ahora, lo que se ve diariamente, es un crecimiento exponencial de la violencia en los hechos delictivos. Esto se debe a cuestiones que tienen que ver con una mayor pobreza, mayor marginalidad, más drogas, entonces el delito aumenta de forma aritmética. En Rosario, por ejemplo, ha crecido mucho la población marginal y esto se debe, aunque suene muy duro, a que es una ciudad donde todavía se puede comer de la basura. Eso genera que mucha gente se radique en la ciudad, pobres personas que no tienen destino y que buscan una chance de supervivencia lejos de sus lugares de origen. Los casos de violencia han crecido mucho y no sólo en las clases bajas. La violencia está instalada en todos los sectores de la sociedad. La prueba está que en enero tuvimos 540 denuncias de casos de violencia familiar en los juzgados de familia en la ciudad. Eso indica que no solamente hay peligro en las calles sino que la problemática está instalada también en el seno de muchos hogares.

—¿A qué se debe ese crecimiento de la violencia?

—Desgraciadamente uno de los elementos que mayor injerencia tiene es la droga. En las clases bajas la falta de oportunidades genera situaciones de mucho resentimiento. Hay una brecha gigante que las separa de las clases más acomodadas. Eso genera odio, dolor, y a todo esto hay que sumarle la falta de perspectivas. En las clases altas está como principal causa la ambición desmedida, la necesidad patológica de consumo, de ascender económicamente. Muchas veces las personas terminan teniendo un  estilo de vida que después se les hace muy difícil o imposible mantener y ahí es cuando aparece la necesidad de infringir la ley. Eso no es algo aislado, es algo que vemos cotidianamente.

—¿Qué se hace con la persona que delinque? ¿Hay herramientas en el Estado para reinsertarlo en la sociedad?

—La reinserción es muy difícil. Cuando una persona queda privada de la libertad no recibe ninguna herramienta para poder luego reinsertarse en la sociedad. Para darse cuenta lo que le cuesta rehacer su vida hay que pensar en gran cantidad de personas que tienen un estudio, que no tienen un solo antecedente policial, que tienen una conducta ejemplar y así, igualmente, no pueden conseguir trabajo y de esa manera formar parte de la sociedad activa. Hay que imaginarse entonces las posibilidades que tiene una persona que salió de una condena de conseguir trabajo. Son nulas. Entonces esa persona, que tiene el estigma de haber estado detenida ve cómo se le cierran las puertas en todos lados y como el sistema lo vuelve a rechazar. Esa persona, en muchas ocasiones, por más buena voluntad que ponga, por más esfuerzos que haga para reinsertarse se encuentra con una realidad que no se lo permite, con lo frustrante que suele ser eso.

—La opinión pública suele decir que la Justicia es muy lenta ¿qué tiene para decir al respecto?

—Es cierto, a veces la Justicia es lenta pero no se puede pretender, como muchas veces sucede, que sea la Justicia la que resuelva todos los problemas que tiene la sociedad. Tampoco lo puede hacer la Policía. Es un tema complejo de resolver el de la inseguridad y creo que la forma de revertirlo es atacando el problema directamente desde la base. ¿A qué me refiero con esto? Estoy hablando de dar educación, salud, desde el inicio, y trabajo para los mayores. Que se genere una base para las futuras generaciones. Si no, la plata que no gastamos hoy en esas áreas la vamos a terminar gastando mañana en cárceles, en más jueces, más policía y demás. Es fundamental generar las condiciones de igualdad necesarias. Ése sin dudas es uno de los caminos. Hay que formar a las personas desde el inicio.

—¿Una mayor presencia policial es la solución a la inseguridad?

—Sin dudas, una mayor presencia policial actúa como elemento disuasivo, pero insisto que no es la solución al problema. Ahora no nos alcanzaría toda la policía del mundo, ni siquiera que las cosas sean como en la época de nuestros abuelos con el vigilante haciendo la ronda en cada cuadra. Ahora, estarían esperando a que doble la esquina para empezar a robar. Los controles más férreos suelen ayudar, pero acá el tema pasa por otro lado y ese lado es generar las condiciones para que la violencia no siga creciendo como lo viene haciendo.

—¿Es alto el nivel de reincidencia de los delincuentes?

—Es alto. El tema es que siempre son los mismos los reincidentes. El sistema se nutre siempre de las mismas personas. Lo que también pasa es que empiezan a aparecer nuevas generaciones y los viejos delincuentes, en muchos casos, no tienen más chances de salir. En general, los que están en el régimen de salidas transitorias no suelen cometer actos delictivos. Sí ocurre con aquellos que terminan su condena y salen de la cárcel. Acá volvemos a lo que decíamos antes: esa persona se encuentra sin la más mínima posibilidad de reinserción, o una posibilidad muy baja, y vuelve en muchos casos a echar mano a viejas prácticas delictivas.

—¿La inseguridad genera negocios paralelos, es decir, le conviene a alguien?

—Las personas cuando más inseguridad sienten más medidas toman para tratar de protegerse y eso genera el crecimiento en actividades como la seguridad privada, en los que blindan los autos, los que blindan los vidrios, las alarmas y demás. Es entendible que la persona que tiene la sensación de que peligra su vida, que corre riesgo, trate de protegerse. Es paradójico, pero una de las cosas que también se ve, esto en las clases medias-altas y altas, es el tema de los barrios cerrados o countries. La gente se encierra en barrios que están controlados por vigiladores que en definitiva terminan conociendo todo de sus vidas. Están cerradas en paredes o alambrados dependiendo de esas personas que les dan seguridad. Y terminan perdiendo, en muchos casos, su libertad. Todo tiene un costo.

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