Espectáculos

Canciones corporizadas en una emotiva sensualidad

La cantante alemana Ute Lemper exhibió una cautivante presencia y una voz encantadora en el concierto que ofreció el jueves en el Auditorio Fundación Astengo.      


Por Juan Aguzzi

Foto L. Vincenti. Ute Lemper es una seductora nata y su manifiesto encanto contribuye a sostener un clímax parejo .

Como para dejar claro que le interesaba que su voz se escuchase cuando se dirigía al público para aludir a algún detalle de la génesis de los temas o hacía referencia al momento de su composición, la cantante Ute Lemper notó enseguida que el audio estaba bajo y preguntó si se la escuchaba. Ante unos insistentes ¡más alto¡ ¡más alto! que lanzaron un par de damas de la platea, la blonda alemana que ahora vive en Manhattan bromeó con el sonidista y le rogó afinar la puntería para que el micrófono respondiese. No fue un pedido menor, ya que el extenso espectro de modulaciones que esgrimiría durante casi dos horas de canciones para mostrar a los rosarinos Último tango en Berlín –como dio en llamar a su show–, que el jueves pasado tuvo su debut local en el Auditorio Fundación Astengo, requería de esa precisión.

Con el mínimo aunque inmenso acompañamiento del pianista Vana Gierig y el bandoneonista argentino afincado en suiza Marcelo Nisinman, enfundada en un vestido entero negro de lamé, un prendedor de brillantes en su cadera y una estola roja que cubrió su fino cuello al principio y luego sirvió como vara flexible para envolver partes de su cuerpo y “acariciar” a sus músicos, Lemper puso en evidencia que las canciones surgen de su interior y que al interpretarlas, todo su físico acusa las emociones de cada parte, apuntalando aquellos pasajes donde ella acompaña con pasos sensuales de tango francés o formula las más enérgicas insinuaciones en los temas de cabaret.

Ute lemper es una seductora nata, sus poses, su manifiesto encanto, la expresiva delgadez de una mujer que ronda los cincuenta, todo, contribuye a sostener un clímax que se prolonga durante el concierto y que hasta vuelve simpáticas las estrofas de algunos temas que en una extraña fusión combina en lenguas como el inglés, el francés, el italiano y el portugués. Si en ciertos momentos su voz suena ardiente y profunda sobre las notas cálidas y atemperadas del bandoneón de Nisinman, también es verdad que la amplia escala de agudos de los que hace gala, ubican a Lemper como una cantante polifacética cuyos acentos vocales funcionan como un envoltorio de las melodías provocando inflexiones casi experimentales que a veces ascienden hasta la asfixia. No quedan dudas que la motivación esencial de esas formas interpretativas es la actuación; Lemper canta y cuenta sus canciones y lo hace de modo temperamental, y esas escenas remiten fundamentalmente a las del cabaret berlinés y al París de los años locos donde la expresión era la “artística” de las canciones; canciones que por otro lado reflejaban un mundo en ebullición y que colocaban a las capitales europeas, de las que no estaba exenta Buenos Aires, en el centro del mundo.

Lemper ejerce su mirada musical hacia ese continente en el cenit de la liberación expresiva antes de los grandes desequilibrios del siglo XX (léase Segunda Guerra Mundial) y con esa impronta se escucharían “Bilbao Song”, “Tango Ballad” y “Surabaya Johnny”, del dueto  Weill / Brecht o la excelsa “Die Moritat” perteneciente a un álbum en que la cantante interpreta a Kurt Weill.  Por eso en Lemper conviven en una equilibrada amalgama el tango con las composiciones de esos dos alemanes aunque, claro, el tango no es otro que el de Piazzolla en su nutrida combinatoria con Ferrer. Desde ya que las entradas francas y brillantes provienen del bandoneonísta argentino, que se lució con una esmerada versión de “Adiós Nonino”, mientras la cantante observaba desde la oscuridad sentada en una banqueta. Mobiliario este último que junto a un atril, una silla y un sombrero fueron la escenografía perfecta para que desde una ubicuidad graciosa y versátil, Lemper se moviera en un espacio dinámico donde las modulaciones mencionadas adquirieron el tono corpóreo necesario. Melancolía, exaltación, quiebre, fulgor en cauces que arrastran las erres del alemán o someten y pisan las eses del castellano o su intempestiva imitación de una trompeta con sordina que ensayó en un par de temas, poniendo de relieve el manejo de sus “riendas” vocales, marcaron la temperatura de un concierto intenso que sitúa a Lemper en un lugar destacado de la escena internacional.

Cultora de una vanguardia que busca estilizar el clasicismo, Lemper le dio un lugar preponderante a Astor Piazzolla en su repertorio –ella hizo declaraciones sobre el largo tiempo que estuvo detrás de la posibilidad de interpretar sus temas– y así sonaron “Che tango”, vocalizado sobre una espesa base de pasajes del bandoneonísta marplatense; “Los pájaros perdidos”, el bellísimo tema con letra del poeta argentino recientemente desaparecido Mario Trejo, y una encendida versión de “Yo soy María”, perteneciente a la opereta María de Buenos Aires, que la alemana hizo con énfasis y entrega en un castellano que a esa altura hasta pudo sonar excéntrico pero que expuso el latido urbano de la canción.

Con timbres ajustados al devenir de las canciones, Nisinman esgrimió una destreza llamativa en la ejecución de su instrumento, capaz de encontrar el tono melancólico de Piazzolla para poco después volcarse a un fraseo más proclive al júbilo teutón, componente que le sirve a Lemper para acentuar su presencia europea de carácter universal.

Probablemente todavía no muy ensayados, por tratarse de un trabajo reciente que Lemper llevó a cabo junto a Nisinman –contó cómo a las tres de la mañana convoca al bandoneonísta a su habitación de hotel en alguna ciudad del mundo para que juntos den forma a los poemas que ella terminó de leer en su cama luego de beber un whisky–, la alemana cantó y actuó algunos poemas de Pablo Neruda con cadencia y sensualidad, tornando vívidos muchos de sus pasajes. “Tus manos”, “El viento en la isla”, “Ausencia” fueron algunos de esos poemas que sonaron tempestuosos y enriquecidos por timbres que oscilaron entre el tango y el jazz.

Una platea casi colmada, con un público que probablemente asistió llevado por un  matiz curioso más que por su conocimiento de la artista alemana –sus primeros discos tienen más presencia de baladas con matrices generadas por el blues, el rock y el punk, y un andamiaje de la canción francesa y las melodías del cabaret berlinés, lo que no los hacía digeribles para todo público– aplaudió efusivamente y desgajó enfáticos ¡bravo, bravo! durante todo el show, reforzando el lugar común de que los rosarinos conforman una “audiencia especial”. Algo que seguramente Lemper experimentó como una devolución a la manifiesta entrega que puso de relieve su integridad como artista pero a la vez también su artesanal composición para encarnar las canciones buscando en ellas lo que su personalidad adopta como propio. Una magia que no suele ser frecuente.

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