Si algo sabe el movimiento de mujeres es que lograr una ley no es el final sino el comienzo de un camino hacia garantizar derechos. La ley de cannabis medicinal en Argentina, impulsada por organizaciones con un fuerte protagonismo de las mujeres, no es la excepción. Después de 5 años de ser aprobada y con una nueva reglamentación en marcha, el acceso seguro a la planta, sus derivados y a los tratamientos sigue siendo complicado. Mientras tanto, la forma de bienestar que brinda es sostenida por redes de madres, hijas, abuelas, militantes y profesionales que ganaron su lugar en la comunidad cannábica y proyectan futuro.
Es salud
A un mes de empezar un tratamiento con aceite de cannabis Emilia subió al escenario de su colegio en Paraná, Entre Ríos, y bailó una coreografía junto a sus compañeros y compañeras enfrentando a todo el público. “Se volvió más libre. Antes tenía miedo de moverse y ser vista”, cuenta Silvia, su mamá. Tenía sus motivos. Desde muy chica sufría convulsiones que le arrebataban el control y el disfrute de su cuerpo. El cannabis se lo había devuelto y con ello la familia de Emilia ganó estabilidad. Hoy producen aceites no solo para ella sino para otras personas en una red sostenida gracias a Aupac, la asociación de Usuarixs y Profesionales para el Abordaje del Cannabis y otras drogas.
El camino de Emilia es similar al de muchas otras personas cuyos grupos afectivos decidieron salir a buscar las respuestas que no encontraban en la medicina tradicional. Tiene una patología neurológica, los tratamientos medicamentosos tradicionales eran insuficientes o le traían daños colaterales y sus familiares debieron vencer el mandato cultural de que la planta “es droga y hace mal”. Igual de pesado, también enfrentan la reserva de profesionales de la salud que rechazan sumar al cannabis a su caja de herramientas clínica. Según el Ministerio de Salud santafesino, solo 22 de las 18 mil personas matriculadas habían recetado alguna vez su uso en 2019.
Desde hace años las organizaciones de derechos humanos y del activismo cannábico de Argentina comenzaron a involucrarse en la divulgación, atención y formación de profesionales que trabajan desde el bienestar que puede traer la planta. Trabajaron con mucho cuidado porque la ley 27.350 de uso medicinal de 2017 tenía una implementación pobre y corrían riesgo de ser allanadas por delitos incluidos en la ley de estupefacientes. Tuvieron que luchar por el acceso a la semilla, la planta y el aceite que era muy restringido y un programa nacional de investigación con un presupuesto de mil pesos por día durante la gestión de Mauricio Macri. En ese momento, quienes estaban a cargo dijeron que solo alcanzaba para los tubos de ensayo de un solo laboratorio del país.
Entre 2017 y 2020 hubo dos reglamentaciones de la ley, donde estos grupos y organizaciones con fuerte protagonismo de mujeres marcaron la diferencia. Poco antes, en 2016, nació Mamá Cultiva, una red de madres con familiares que por diferentes dolencias acudieron a la planta. El mismo año, Santa Fe aprobó su ley provincial de uso medicinal y se iniciaron los testeos de aceites en la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
También en 2016, Rosario alojó al primer taller de Mujeres y Cannabis en el 31° Encuentro Nacional de Mujeres (hoy Plurinacional y Disidente). Según recuerda Soledad Pedrana, de Aupac, la militancia de la Asociación Rosarina de Estudios Culturales (Arec) llevó a colmar más de 5 salones de la Facultad de Medicina y dejó instaurado el taller en los Encuentros siguientes.
Entre 2016 y 2019 muchas familias de distintas partes del país acudieron al Poder Judicial para que les garantizaran el acceso de aceites importados o permitiesen cultivar sin consecuencias en los tribunales. De nuevo, la legislación restringía la prescripción a una sola patología (epilepsia refractaria) y proponía un engorroso camino burocrático para importar productos que no tenían fabricación nacional. En Rosario, el grupo Madres que se Plantan, integrado por mujeres de la ciudad y de Villa Gobernador Gálvez, logró el primer amparo colectivo de Argentina para cosechar.
Es con ellas
Las organizaciones cannábicas de todo el país también vieron el crecimiento de la participación de madres, hijas y hasta abuelas que copaban los talleres de extracción, producción de aceite y cosecha. Para María Cruz Moyano Eleonori, integrante de Aupac, las mujeres fueron invisibilizadas durante mucho tiempo dentro del movimiento cannábico de Argentina. “Las madres que cultivaban fueron escuchadas por ser mujeres cuidadoras. La ley de cannabis medicinal las incorporó como una fuerza que hackeó para adentro y para afuera”, dice y completa: “Pusieron en tensión la función social que se espera de las maternidades: el rol de cuidado de las infancias y personas adultas que pasan por un proceso de salud enfrentando el prejuicio de «le estás dando droga a tus hijes»”.
En materia de comunicación y opinión pública, los testimonios de niños y niñas mejorando su calidad de vida, los fallos judiciales a favor y en contra, las denuncias por desatención estatal sumaron una flor de embajadora. Nora Cortiñas, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, contó que podía seguir haciendo las rondas de los jueves gracias al aceite de cannabis, mostrando otra de las grandes poblaciones que usa la planta: los y las adultas mayores.
Es herencia
El rol histórico de cuidado adjudicado a las mujeres las llevó a incorporarse, liderar organizaciones y sensibilizar a la sociedad sobre los usos medicinales de la planta en Argentina. Creció la idea de un goce de cultivar, consumir y buscar el bienestar entendido no solo como la ausencia de enfermedad. También abrió la puerta a una antigua y actual demanda del movimiento de mujeres: la distribución de las horas de cuidado en los hogares. Según un estudio de la Dirección de Economía, Igualdad y Género del Estado nacional, en Argentina 9 de cada 10 mujeres hace tareas domésticas y de cuidado no pagas y le dedican 6,4 horas por día, el triple que los hombres.
“Desde los feminismos esta lucha se incorporó a la búsqueda por visibilizar las dobles y triples jornadas de trabajo que significan las tareas de cuidado, incluida la cosecha y manufacturación de los aceites y derivados”, explicó Moyano Eleonori, de Aupac.
En el caso de la familia de Emilia, la chica de Paraná que ya no teme bailar frente a otras personas, su padre se encarga de una parte de la producción de aceite. Su madre asume las tareas de relevar cambios en el estado de salud de la familia, estudiar nuevas técnicas de extracción de la planta, gestionar insumos y atender a la red de personas que lo necesitan. Esa es otra de las dimensiones que convergieron en el cannabis medicinal: la sororidad. “Estos grupos replicaron lo que percibieron de cultivadores que les dieron conocimiento y armaron una red de identidad y acompañamiento entre ellas”, sumó Moyano Eleonori.
Es futuro
Hoy el mercado del cannabis se amplía y las mujeres, ya con recorrido en producir para el bienestar de sus familias, intentan desarrollar y vender alimentos y cosmética. Sus derechos como trabajadoras y emprendedoras empiezan a escucharse cada vez más fuerte. En la parte de salud, la deuda, tal como fue publicado en varias oportunidades en El Ciudadano, es por un Registro del Programa Cannabis (Reprocan) en funcionamiento y contemplando a las organizaciones como cultivadoras con un cupo acorde a la atención que resuelven.
Un punto común a lo laboral y lo relativo a la salud es el acceso a la semilla, algo trabajado por el Instituto Argentino de Semillas (Inase) durante 2021 para brindar trazabilidad y seguridad a los preparados. Por último, todavía queda pendiente un nuevo debate por una ley industrial que sirva de marco legal, proteja y empodere a los emprendimientos cannábicos. Algunas de estas luchas sembradas podrán tener su cosecha durante 2022.