Ángel Cappa es uno de esos técnicos que dividen aguas en el fútbol. Tiene tantos defensores como retractores. Hijo dilecto de una marca registrada como es la de César Luis Menotti, genera desde su léxico una profunda admiración, aunque sus equipos lejos estén de generar el mismo sentimiento.
Aquellos que enarbolan la bandera de “la esencia” del fútbol argentino como ellos mismos dicen, hoy asisten a un nuevo fracaso de la ideología que defienden.
La gran campaña realizada en Huracán, que finalizó con el subcampeonato y que aún hoy se “llora” por la supuesta falta de Larrivey a Monzón que terminó con el gol de Morález y el título velezano a esta altura es una clara golondrina que no hace verano.
Pero para apoyar esta afirmación, es mejor ir a los registros. Tras su regular campaña en Racing en 1998 (38 partidos, de los cuales ganó 14, empató 11 y perdió 13), volvió a desembarcar en nuestro país en 2003 otra vez en la Academia. Su segundo paso por Avellaneda sería poco feliz. Tras 17 partidos jugados, ganó 4, empató 10 y perdió 3, hicieron que el ciclo se interrumpa antes de lo previsto.
Desde allí fue sólo su querido Huracán quien lo hizo volver a las tapas de diario. Asumió en las últimas fechas del Apertura 2008, condujo al Globo en el Clausura 2009 (acertó con los refuerzos de Eduardo Domínguez, Bolatti y Nieto) y tras el segundo puesto se embarcó en una nueva ilusión y el armado de un plantel. Y fracasó rotundamente. Agobiado por los problemas de la institución, no contó con grandes recursos pero “el ojo por el buen fútbol” le hizo una mala jugada y ninguno de los nombres rindió. Los resultados nunca aparecieron y debió dar un paso al costado.
«No sigo, terminó un ciclo y la decisión está tomada. Las derrotas duelen y desgastan. Mi relación con los hinchas de Huracán y seguramente con los directivos ya no es la misma, supongo», dijo al dejar “su” club tras la derrota en un clásico y que dejaba al equipo en el último lugar de la tabla.
La revancha le llegó en abril de 2010 y nada menos que en River. Arribó a un club que sabía que su situación a partir de junio no sería sencilla en el descenso. Desde su discurso, prometió buscar la salida desde el “buen juego y fútbol pulido”. Un nuevo fracaso que determinó su dimisión en medio del torneo (en los 18 partidos que dirigió, ganó 7, empató 6 y perdió 5). «Yo no renuncié, ni fue de común acuerdo. El contrato era por 38 partidos, van 13 (más cinco del torneo anterior) y, desde mi punto de vista, es demasiado rápido tomar esa determinación», agregó Don Ángel.
Para este 2011 una nueva oportunidad se le presentaría. Esta vez en Gimnasia. Otro comprometido con el descenso. Pero no tomó apunte de su paso por River e intentó elevar su bandera. Y otra vez terminó con un proyecto interrumpido. Como a él le gusta decir. Es cierto que no es el único responsable que hoy el Lobo sea principal candidato para bajar al Nacional B, pero también es concreto que no logró en lo más mínimo mejorar la situación. Once puntos en doce fechas (2 triunfos, 5 empates y 5 derrotas) son muy pocos para intentar salir de la zona roja. «Yo pensaba que este proyecto debía continuar, pero en este fútbol no me sorprende nada», dijo Cappa.
Otra vez un proyecto que se le interrumpe. Quizás sea cierto que no hay mucha paciencia y que los tiempos en el fútbol corren más rápido. Ese puede ser un derecho que habrá que asignársele a Angelito, pero no menos cierto es que sus números en el fútbol argentino al frente de sus equipos salvo aquel torneo con el Globo dejan mucho que desear y ponen en jaque un discurso que parece pasado de moda.