Autora: María Elena Romero
Fotos: Ailín Daniela Gómez*
El Parque Caraguatá, unas 80 hectáreas que abarcan monte virgen y una amplia diversidad de flora y fauna, es el gran pulmón verde del área urbana capitalina Gran Resistencia, en la provincia del Chaco. Es también la tierra prometida, tanto por ser el guardián del bosque nativo como por su amplia extensión cercana al casco urbano. Entonces, es la tierra prometida, pero ¿para quién? El Caraguatá es, en principio, territorio que se impone y se habita, pero que también se destruye. Este espacio verde, uno de los pocos que subsisten en la periferia de la capital chaqueña, es un lugar de tensión entre la existencia primaria de los seres -humanos y no humanos- en esa porción de tierra y la intromisión del Estado, a lo que se suma una cuestión urgente: la crisis climática.
La provincia tiene una historia de resistencia frente a la conquista colonial. El Territorio del Gran Chaco fue uno de los últimos en incluirse en el mapa político de Argentina en 1872. Desde el principio, el interés por este territorio estuvo marcado por la explotación de los recursos naturales del monte. Empresas forestales y agropecuarias avasallaron la tierra en estos casi 150 años, y los pueblos originarios perdieron su lugar y sus recursos para vivir.
Según un reporte de la organización de conservación del ambiente el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), el Gran Chaco americano es uno de los grandes “frentes de deforestación” a nivel mundial: una bomba que contribuye al calentamiento global, al perder sus propiedades de gran sumidero de carbono. Según detalla el doctor en Ciencias Biológicas de la Universidad de Tucumán, Leandro Macchi, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) sobre la sustentabilidad de la agricultura y la protección de bosques, “la conversión de bosque en el norte del Chaco argentino para la agricultura se ha triplicado en los últimos 30 años, y la presión productiva y económica para deforestar sigue creciendo”. Si bien afirma que es posible equilibrar preservación y actividad humana, insiste en señalar que “al menos el 40-50% de los bosques del Chaco deberían estar protegidos en todo su territorio”.
“Tener áreas de bosques grandes en la ciudad permite que las poblaciones naturales sean más resilientes al ser humano”, añade el investigador.
El Parque Norte Caraguatá se creó en 2001. El proyecto buscaba transformar ese espacio verde, repleto de fauna y flora autóctona, en un lugar turístico y de esparcimiento para la gente de la ciudad. Se construyeron baños, quinchos, parrillas, juegos para las infancias, pistas de patinaje, circuitos para caminata. Se agregó luego un anfiteatro y una cancha de fútbol. Estas estructuras siguen en pie 20 años después como ejemplo de cómo el monte cuida lo que guarda en sus entrañas.
Pero el monte y sus pobladores originarios, anteceden al parque. Adriana Rojas es una caminante continua del Caraguatá. Heredera ancestral del sueño qom por limpiar y permanecer en esta tierra, es guía de los senderos (im)posibles de este espacio. Conoce rincones y habitantes y enseña a pedir permiso, a pasar con respeto.
Caraguatá, además de ser el nombre que bautiza al parque, es un tipo de cardo propio de la zona que tiene las hojas alargadas y los bordes espinosos. Cuando florece, su centro se tiñe de un rojo furioso y es fácil de encontrar porque crece libremente en el monte húmedo del Gran Chaco. Las caraguatás son parte del paisaje cotidiano. Se adaptan y resisten en condiciones hostiles, aún cuando las decisiones políticas pesan sobre estas tierras donde crecen.
La guía
Adriana tiene 33 años, es música, artesana y maestra de nivel inicial en la escuela del barrio Mapic, contiguo al parque. Aprendió la labor de recolectar recursos y conocer los misterios del monte junto a su abuelo Federico. Su familia es fundadora del Mapic y vive desde hace más de 40 años en la zona del Caraguatá. Su pedagogía es comunitaria y lo que aprendió de sus abuelos y abuelas lo transmite a las infancias del barrio porque, para la cosmovisión qom, los seres pertenecen a su comunidad. No responden sólo a la sangre y no están ligados a una propiedad.
El pueblo qom es recolector y siempre vivió en grandes grupos, asentado en zonas boscosas, pero la explotación forestal del Gran Chaco primero y la latifundista después, les fue obligando a ser mano de obra barata, cuando no al destierro. Adriana, como otras mujeres qom, tomó la bandera del rescate y resguardo de su cultura, que resiste al desplazamiento histórico de su fuente de vida: el monte.
Las figuras identitarias sobreviven por reconocimiento y negación: por un lado están quienes se perciben como indígenas o descendientes, y por otro quienes no, los criollos. “Venían algunas familias criollas a visitar el Caraguatá, pero en modo turista. Nosotros no, nos sentíamos dueños del lugar”, la sonrisa de Adriana invade su cara y extiende las manos. “Para nosotros eran ‘bienvenidos a nuestra casa’, así los recibíamos. Nos conocíamos todos los recovecos, venían y nos preguntaban”.
Las manos criollas se cortarían con el solo roce de la caraguatá. Pero Adriana sabe cómo extender sus manos y, en una suave caricia, recolectar sus hojas. La caraguatá, entre otras especies, le provee insumo para el tejido de bolsos y artesanías, un ingreso económico importante para las poblaciones marginadas en barrios urbanos, que al mismo tiempo es arte, patrimonio y lenguaje para la nación qom. Es por eso que, aunque cada vez tengan más acceso a oficios y carreras de grado, la producción de artesanía sigue teniendo una presencia fuerte.
La mujer dobla con ternura una hoja de camalote, moldea el cuerpo y hace con una habilidad lúdica el pelo rizado de una muñeca usando sólo sus dedos. “De chiquitas veníamos acá y usábamos sus hojas para hacer nuestras muñequitas”, cuenta, mientras rodea la laguna más cercana al parque. Elige esa infancia en la naturaleza como su carta de presentación.
“Antes incluso de que sea parque, ya buscábamos ahí”, dice mientras muestra caminos y reconoce plantas. Caminar junto a ella el territorio es pedagógico y divertido. El monte le provee totoras, caraguatás, hojas de palmera, varillas, arcilla, semillas y esterillas. De vez en cuando saca ramitas “para experimentar” alguna artesanía, hojas de escoba para espantar a los mosquitos, hierba lucero para el tereré.
“Cada cosa tiene su forma, tiempo de secado y recolección”, cuenta. No hace grandes discursos, pero en su relato cotidiano se siente la importancia de ese monte para su vida. Adriana se relaciona con mujeres de otros barrios como el Toba y el Cacique Pelayo y se encarga de recolectar para su familia y para ellas. “Cuando tengo tiempo, me siento a tejer o armar algo”, dice. En realidad, su modo de vida es tejer solidariamente saberes y espacios.
Territorio en disputa
El parque está ubicado al norte de la ciudad de Resistencia y se accede por una calle de tierra sin nombre, conocida justamente como acceso al Parque Caraguatá, cerca del kilómetro 1.000 de la ruta nacional 11. Esa calle es también la última del barrio Mapic y otras barriadas con alto porcentaje de familias qom y wichi. Según el Club de Observadores de Aves Guaicurú, es el área pública en condiciones naturales más extensa del Área Metropolitana del Gran Resistencia. Está en la cuenca del riacho Ojeda, cuya pendiente culmina en el río Negro. Desde el 2004, pertenece al Sitio Ramsar “Humedales Chaco”, una figura que le otorga un nivel de protección internacional.
“El monte es comida”. En una zona con más del 50% de la población bajo la línea de pobreza, la definición de Fernando Santiago, escritor, profesor de Geografía e integrante de una granja situada a pocos kilómetros del Caraguatá, suena contundente.
El Gran Chaco es una de las regiones con mayor deforestación en el mundo, con números negativos que crecen anualmente. Chaco tenía casi 10 millones de hectáreas de monte, de los que quedan 3 millones, afirma Santiago. “Donde más monte en buen estado de conservación queda es en las reservas y parques nacionales. En las comunidades campesinas e indígenas hay, no en el mejor estado, pero tampoco en el peor. No hay una tala rasa, hay un uso sustentable”, explica.
“Hay un axioma que se cumple a rajatabla: a mayor deforestación, peores condiciones sociales de vida para la población”, agrega el docente. Según datos de 2010 del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), Chaco tiene casi 1.100.000 habitantes, de los cuáles el 40% viven en la zona metropolitana de la capital.
“La provincia está siendo atacada por la tala rasa y por la topadora en nombre de la mejora productiva, porque dicen que así ingresan divisas y hay mejores condiciones sociales. Pero el 50% de la gente es pobre. A mayor destrucción de los recursos naturales, mayor aumento de la pobreza. El discurso estatal es una falacia”, denuncia Santiago.
Y agrega que del total de lluvia que cae en Chaco, más de la mitad es absorbida por la masa boscosa: “Cuando la destruís estás dejando ese suelo sin cobertura, no tenés ninguna posibilidad de que sea absorbido” por fuera del bosque. Por eso, hay mayor posibilidad de aumentar la crisis climática, básicamente con inundación y sequía, dos fenómenos que afectan al Caraguatá. La sequía de sus lagunas, por un lado, y las inundaciones provocadas por una urbanización con talado y falta de desagües, por otro.
La topadora deja a la gente sin trabajo y sin alimento. “El monte es comida”, repite Santiago, aunque prevalezca una lógica que dice que “es un recurso que hay que usar, explotar y aniquilar”. El último censo de 2010 del INDEC considera a Chaco como área de expulsión en las migraciones internas. El docente explica que una gran cantidad de indígenas y campesinos migraron al área metropolitana porque “las condiciones a la que fueron sometidos fueron extremas: se fumigó, se topó, se quemó, se mandó a apretar con policías, jueces y paramilitares. Se utilizó todo para echarlos”.
Por eso, compara a la región chaqueña con un “desierto verde”, lo último que el hombre blanco conquistó. Para Santiago, fue el modelo colonial del uso de la tierra el que la degradó exponencialmente.
Intromisiones del poder político
Las personas mayores de 30 años recuerdan bien las salidas familiares de fin de semana al lugar, con tereré y bicicleta, tras la inauguración del Parque Caraguatá hace dos décadas. “Íbamos al parque todos los días, era algo nuevo para nosotros tener un espacio hermoso, teníamos todo”, recuerda Adriana. “Hubo convivencia con la gente criolla que venía como lugar de fin de semana, nosotros también lo usábamos así”.
Terminando el mandato del Gobernador Ángel Rozas que inauguró el Parque en 2003, la atracción natural no tuvo más mantenimiento y en los años siguientes, una familia del barrio Mapic tomó la responsabilidad de habitar y cuidar las instalaciones. Así, con un aporte solidario que esta familia pedía, el parque funcionó por varios años. Entre 2014 y 2015 se propuso trasladar allí el cementerio municipal y también hubo un proyecto de construcción de viviendas, pero legisladores y grupos ambientalistas frenaron ambas propuestas.
Andrea Janin es analista químico-biológica y trabaja para el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación. Además, es parte del Consejo Provincial de Ambiente de Chaco, así conoció el Parque Caraguatá y las realidades de las familias indígenas aledañas. En ese contexto se creó el colectivo Caraguatá Reserva Ya, del que Janin forma parte de manera independiente. Lo que empezó como una idea de conservación culminó en una lucha que sigue hasta hoy: la realidad es que el Caraguatá es ahora un parque alambrado, con el acceso prohibido y la policía ocupa la entrada.
El paso está totalmente restringido y, ante esto, en diciembre de 2020 el colectivo ambientalista presentó un proyecto que plantea al Caraguatá como una reserva natural y cultural en la Legislatura de Chaco. El Ejecutivo provincial, que había acompañado a los ambientalistas, decidió finalmente votar a favor del traspaso definitivo del parque de la Provincia al Municipio.
El parque hoy está dividido a la mitad con alambrado, una parte se adjudica a la Municipalidad, y la otra a la Policía. Adriana piensa que la parte más linda quedó del lado policial, que decidió usarla como depósito de vehículos. “No sé para qué quieren semejante lugar para ir a tirar todos esos autos. Una lástima, a ellos no les sirve”. Las personas artesanas del barrio sintieron mucho la restricción de acceso. Adriana hace una pausa al decirlo, lo siente en el cuerpo.
La otra historia
El área del Caraguatá tiene una historia humana de protección anterior a la constitución del parque que está íntimamente relacionada con el desplazamiento indígena de las décadas de 1950-1970, en plena crisis agro-forestal. En esos años, comunidades enteras -que habían sido desterradas de los bosques nativos y que habían encontrado subsistencia en las zafras, mariscadas y cosechas cercanas a sus casas- se quedaron sin trabajo por la innovación tecnológica de las industrias primarias. El primer modelo económico provincial estaba en plena crisis, tal como lo resalta Marcos Altamirano en su libro Historia del Chaco.
Fue el caso de las comunidades del paraje La Colorada, a unos 270 kilómetros de Resistencia, que trabajaban en el ingenio Las Palmas. Ahí comenzó el peregrinar de Federico Rojas, abuelo de Adriana, primera generación fundadora del Mapic, junto a otro puñado de familias.
El cierre del ingenio, la falta de trabajo y las malas condiciones de vida fueron motivo de la migración indígena y campesina a finales de la década de 1960 hacia la capital chaqueña. Así se fundaron tres de los barrios metropolitanos indígenas: Mapic, Toba y Cacique Pelayo. Los tres en la periferia de la ciudad y visiblemente distintos del resto de las barriadas en cuanto a la carencia en el acceso a servicios básicos de agua, luz, transporte, salud y educación, entre otros. Hay una barrera política y simbólica que diferencia estos barrios.
“Mis abuelos vinieron del ingenio Las Palmas para Resistencia”, relata Adriana y enlaza la historia de sus abuelas y abuelos como si fuera la propia: “Siempre cuenta él que vinieron por un sueño que tuvo”. Alrededor de cinco familias vinieron en un largo peregrinar acompañando la revelación mística de Federico, que en un sueño escuchó una voz divina que lo guiaba a una tierra que sus familias debían habitar y cuidar. “Tuvieron que pasar un montón de cosas para que le puedan ceder el lugar”, relata Adriana, ya que el predio era un basural municipal a cielo abierto en ese momento. Los primeros grupos de habitantes llegaron guiados por el abuelo de Adriana, sin precisiones sobre esa tierra prometida.
Mapic significa algarrobo en qom. Esta palabra señala al árbol elegido, donde sucedieron, suceden y sucederán los hechos trascendentales de la comunidad: asambleas, festejos, nacimientos, toma de decisiones, escuela, cultos y entretenimiento.
El discurso de Adriana no es una construcción lineal, sino un espacio-red: de la historia más o menos reciente pasa a la actualidad y cuenta que el Mapic, eje de la comunidad, “ahora ya no está, lo sacaron para hacer la autovía. Sacaron el algarrobo que es fundante del barrio y lo volvieron a trasplantar al costado de la escuela, con suerte vivirá. Ese árbol era todo para las familias”.
Lugar de biodiversidad
En su trabajo de investigación sobre la biodiversidad del parque, Janin relevó 95 especies de plantas, líquenes y hongos; 57 aves y mamíferos; 40 insectos y arácnidos; tres moluscos y dos especies de anfibios y reptiles. Entre la flora, encontró al menos 11 usos distintos. Más de una veintena de especies resaltan por sus usos como alimentos, decoración o como medicina.
Adriana cuenta de las huellas de la boa curiyú y de tucanes que solían habitar antes en las inmediaciones del Caraguatá, así como de los carpinchos que aún pueden verse siguiendo el camino del monte. En el barrio Mapic, la gente toma lo que necesita de la basura: “Íbamos y buscábamos lo que a nosotros nos servía, era como una lucha, porque también entendíamos que estaba mal que la basura estuviera cerca”, dice algo avergonzada. Lo cierto es que las fachadas de las viviendas del Mapic son una gran muestra de reciclado y reutilización, con jardines frondosos decorados con macetas y cercos de botellas, llantas, y elementos de cocina descartados. De la misma forma que recolectan insumos del monte, lo hacen también en el entorno cercano que son los basurales, obligados por una realidad social muy precaria.
El Caraguatá, como zona de humedal, tiene una amplia diversidad geográfica, canales de agua, lagunas, una zona de monte cerrado y otro sector de pastizal. Adriana vive al lado de una de las lagunas del barrio, de las pocas que quedan en la zona. La llaman “El pisadero”. Muchos de estos espejos de agua actualmente se han secado y, en los que no, la contaminación del agua ha eliminado a las especies de peces como las mojarras, que también eran recursos para las familias.
El relato melancólico sobre la extinción de esas aguas se mezcla otra vez con los juegos de infancia: “Hacíamos nuestras canoas con el palo borracho, porque era una laguna enorme”, recuerda Adriana.
El monte es vida
El monte es fundamental: “Tenemos las hierbas medicinales, la materia prima, incluso algún diente o pluma de animal”, teje Adriana y subraya en cada anécdota la importancia de pedir permiso para ingresar en él. “Hay almas que están ahí, para nosotros es muy importante. Es como en tu casa, vos sos dueño de tu casa, no vas a permitir que otros entren y hagan lo que quieran, lo mismo pasa en el monte y en el agua. No vas a ir porque sí y hacer lo que quieras”, agrega.
Un artículo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de 2013 menciona al Caraguatá como una plaga a tratar con herbicidas “para el mejor pastaje del ganado”. Sin embargo, ese texto de divulgación deja una frase interesante de resignificar: “Al Caraguatá tantas veces se lo corta, tantas veces rebrota”. Tantas veces como sea necesario rebrotará y guardará su verde corazón, fuerte y curtido, aunque deba adaptarse. La nación qom, Adriana y el caraguatá, son parte en espíritu y lucha del monte nativo.
Para Adriana el monte “Es todo. La vida en sí veo en el monte. Para nosotros es un espacio donde nos sentamos, analizamos, repensamos nuestra vida, nuestro entorno, lo que pasa en el mundo. Te comunicas con vos misma, con los seres sobrenaturales del lugar. Es un lugar donde vas y te desahogas, purifica nuestro espíritu”. Su palabra inunda la siesta de calor, la condensa: “Yo te cuido, vos me cuidas, así somos con la naturaleza”.
*Esta historia forma parte de “Territorios y Resistencias” la investigación federal y colaborativa de Chicas Poderosas Argentina, que fue realizada entre octubre y diciembre del año 2021, con el apoyo de la Embajada de Estados Unidos en Argentina, por un equipo de más de 35 mujeres y personas LGBTTQI+ de todo el país de forma colaborativa.