Soy uno de los señalados como mafioso por su dedo acusador en el acto de asunción del ministro de Relaciones Exteriores.
Usted ha preferido recurrir al insulto en lugar de los argumentos, quizá porque conoce poco del tema. Seguramente usted nunca tuvo que pasar por la angustia de no tener trabajo, de perderlo, de trabajar en negro, o de que el sueldo no alcance. Estas vicisitudes no las conocen tampoco sus allegados ni los integrantes del elenco que lo acompaña en el gobierno. Lo que saben les llega de oídas a través de la queja de empresarios que prefieren culpar a los abogados, a los trabajadores y a los jueces de las consecuencias de sus fraudes y picardías.
Tal vez verían las cosas de otro modo si hubieran leído el informe del Observatorio de Derecho Social de la UCA (la universidad donde usted se graduó), donde además de mostrar las preocupantes cifras del desempleo, señalan un índice del 37% de trabajo no registrado, más un número importante de trabajadores en situación de precariedad concluyendo que en este país, la mayor parte de los puestos de trabajo son de mala calidad.
Su acusación de mafiosos se ha hecho extensiva a los magistrados del trabajo, actitud absolutamente inaceptable en un Estado de derecho. Si tiene evidencias de la existencia de esa mafia o mafias, debe denunciarlas en forma concreta, es lo mínimo que se merece tanto el acusado como los justiciables y la sociedad.
Estas actitudes, así como el pedido de juicio político a jueces cuyos fallos no son del agrado del gobierno, llevan a pensar en un plan de desgaste orientado hacia la vieja ilusión que propiciaba un ajuste sobre las condiciones de trabajo con reducción de salarios y de protección para asegurar el bienestar general, y que se puso en práctica en los años noventa.
Aunque alejado de los problemas de la sociedad en aquellos años –más abocado a la gestión empresaria y deportiva– el señor presidente no debe ignorar que el ensayo fracasó estrepitosamente. La experiencia hoy no podría repetirse. Ni la Argentina es la misma que entonces, ni usted tiene el poder que supo tener aquel presidente, ni los argentinos, ya vacunados contra esos experimentos, volverán a someterse a los mismos
Me permito proponer entonces que, en lugar de caer en groseros lugares comunes, abordemos este tema con seriedad. Propongo un estudio de las situaciones litigiosas, un muestreo de los casos que llegan a la Justicia para establecer las razones de esos litigios, las evidencias aportadas al proceso, y si medió esa intervención mafiosa a que usted alude o se trató simplemente de una situación injusta que se ha procurado reparar. Para ello contamos con organismos de solvencia y prestigio, como las universidades, o la propia OIT que tiene capacidad para hacer aportes en ese sentido.
No tengo ninguna esperanza de que usted lea esta carta pero espero que sirva para hacer reflexionar a muchos argentinos, que influidos por la palabra del jefe del Estado, hacen suyo este discurso provocador y prejuicioso sin beneficio para nadie.
Por último, me permito dejarle un consejo. En esos “timbreos” que usted utiliza como recurso electoral, aproveche para preguntarle a los habitantes de los barrios que visita cuál es su situación laboral, que le cuenten sus padecimientos, sus experiencias y los abusos a que buena parte de ellos son sometidos. No deja de ser una manera de acercarse a la realidad.
(*) Abogado Laboralista Rosario