“Creo que en La diáspora hay impulsos de mi obra posterior que permanecen, más allá de que hayan cambiado los universos narrativos, el impulso de los personajes a moverse hacia afuera o a tener personajes en movimiento entre los países es algo que viene de La diáspora y tener una voz disidente, una voz crítica o subversiva dentro del libro también creo que viene de allí, por ejemplo Moronga sucede en Estados Unidos y son dos personajes, un ex guerrillero y un intelectual, que es casi como si tomaras los personajes de La diáspora treinta años después; son impulsos constantes, fuerzas que están en toda mi obra y me sorprendió ahora enterarme cómo algo de eso ya estaba allí…”, apunta Horacio Castellanos Moya sobre su primer libro, La diáspora, recientemente reeditado y en ocasión de visitar Buenos Aires como invitado a la décima edición del Filba (Festival Internacional de literatura de Buenos Aires). Castellanos Moya es un escritor salvadoreño y autor de una docena de novelas –algunos de cuyos títulos son El asco. Thomas Bernhard en San Salvador (1997), Insensatez (2004), Tirana memoria (2008), El sueño del retorno (2013), Moronga, (2018)– y de varios libros de relatos y ensayos. Castellanos Moya fue periodista y editor y trabajó en diarios, revistas y agencias de prensa; residió en México, Costa Rica, Guatemala, Canadá, España, Alemania y Japón y actualmente vive en Estados Unidos. Un escritor nómada que porta una memoria nómada pero que paradójicamente parece estar rodeando ciertos personajes, ciertos hechos y, sobre todo, cierto país, San Salvador, y la experiencia de la Guerra Civil, que tuvo como protagonistas a la organización armada FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional) y al ejército regular, y que fue otra guerra sucia con miles de víctimas, torturas y desapariciones. “Es una memoria de las épocas clave que definieron mi propio carácter nómada, una época de gran tensión en El Salvador y Centroamérica, cuando comienza la Guerra Civil y se polariza políticamente el país, es la época en que voy saliendo de la adolescencia y uno es más receptivo a las impresiones. Luego viví 10 años de exilio en México trabajando como periodista y siguiendo la guerra y toda mi energía estaba puesta en conocer lo que ocurría en mi país, esa intensidad de vida que tuve en esos años y las cosas que aprendí se convirtieron en la materia prima, en el baúl que ando cargando para seguir escribiendo sobre eso cuando ando de ciudad en ciudad. Podría decir que es una identidad literaria, moverme alrededor y dentro de lo salvadoreño”, explica el autor esa característica de su memoria.
En esa primera novela, La diáspora, los personajes surgen de los sucesos de esa guerra y ya hay convencidos y disidentes y todos llevan esa marca indeleble que guiará sus futuros pasos; en el México DF –donde transcurre la acción de la novela– hay un intelectual que busca refugio político en Canadá (Juan Carlos), un ex guerrillero que escapó de la represión pero que quiere afanosamente volver a reincorporarse a la lucha (Quique), un músico que abrazó la revolución pero ahora abomina de ella y se muestra acribillado por culpas y recuerdos (Turco), y hasta un periodista argentino escapado de la dictadura cívico-militar del 76 que persigue escribir un libro sobre la revolución en Centroamérica (Jorge). Todos se cruzan y se relacionan en una ciudad que fue albergue de muchos militantes revolucionarios pertenecientes a distintas organizaciones y en la trama se desarrollan también hechos verdaderos como los asesinatos de dos miembros de la cúpula del FMLN y del intelectual y escritor salvadoreño Roque Dalton, quien contaba con predicamento internacional y apoyaba a la guerrilla, crímenes que se atribuyeron a otros integrantes del mismo frente revolucionario y causados por disidencias internas. Todo lo cual funciona como ascendiente para los personajes, que se mueven entre el escepticismo que provocaba tales comportamientos y la convicción de que la lucha debía continuar pese a todo. La diáspora, una novela intensa de ritmo atrapante, no hace sino poner de relieve situaciones que competían al propio campo de las guerrillas y que desembocaría en muchos casos en su exterminio, como fue notorio en varios países latinoamericanos. A continuación Castellanos Moya habla de esa diáspora, de ese exilio que diezmó a un par de generaciones, del nomadismo como práctica de escritura, de El Salvador y su trágico destino, y de su relectura de esta primera novela donde encuentra que el inicio de su derrotero literario tuvo allí sus primeras inscripciones.
El exilio y sus personajes
—¿Considerás que la diáspora en tanto irse de un lugar a otro es una condición innata del latinoamericano?
—No necesariamente, creo que los personajes de mi novela recrean un período muy específico, el de las guerras civiles que han llevado a mucha gente al exilio, ahora estos movimientos también se producen por otro tipo de motivos, por ejemplo el salvadoreño sigue yéndose del país, sigue convirtiéndose en expatriado, ahora por motivos de la criminalidad y siempre corriendo riesgos en términos de ilegalidad, de cruzar fronteras; entonces, por un lado los personajes pertenecen a esa época y a ese tipo de diáspora, de corriente migratoria, la que produce las guerras civiles pero las corrientes migratorias siguen existiendo en Centroamérica a raíz de la delincuencia y la pobreza, por las bandas criminales como las Maras, y esto produjo un incremento de gente que sale de El Salvador caminando, cruza Guatemala, México e intenta llegar a Estados Unidos.
—Los personajes de “La diáspora” tienen una forma singular de ver el mundo, y algunos parecen querer romper con la idea de la guerrilla, ¿los planteastes como voces disidentes con lo que era en ese entonces el Farabundo Martí?
—Me planteé tener personajes de dos tipos, algunos como disidentes, en el sentido de que se quiebran moralmente por los crímenes dentro de la guerrilla y se salen y es el caso del personaje Juan Carlos, y también me planteé personajes que pese a esa situación mantienen el entusiasmo y lo que quieren es regresar a la guerra, que es el caso de Quique; entonces son dos tipos de actitudes hacia la vida que vienen de personajes con cierta altura política dentro de la guerra, que vienen un poco asqueados, derrotados por lo que ha sucedido y personajes que se mueven más en la base y que responden a sus impulsos de aventura y de jugarse la vida, que tienen una edad menor, o un impulso juvenil fuerte, mi ánimo fue plantear estos polos opuestos, Juan Carlos no es tanto un disidente como un quebrado, mientras que el Turco es una voz disidente y provocadora, desencantada totalmente con el proceso.
—En esta novela incluís hechos reales, mencionás a los dirigentes guerrilleros Anaya Montes, a Cayetano Carpio y también a Roque Dalton, ¿fue una necesidad para el devenir de la trama citar esos casos verdaderos?
—La novela no se propone plantear lo que en verdad pasó, esos son casos controversiales que aún no se han dilucidado, incluso cuando se convirtieron en casos judiciales y en el caso de Dalton ni siquiera ha habido un proceso judicial, son casos irresueltos, la novela no se propone entrar en profundidad en ellos, lo que se propone es preguntar cómo en los liderazgos de estos movimientos se dan estas situaciones violentas entre ellos mismos para exterminarse, o el hecho que el intelectual más lúcido de El Salvador (Dalton) haya sido asesinado por sus propios camaradas, cómo estos hechos influyen en las personas comunes, cómo se quiebra una idea del mundo; los militantes de los partidos políticos se ven afectados por ese caso, se da un quiebre de los arquetipos, de la idealización, a través de una pudrición que afecta emocionalmente a la militancia de la época; Igual, en la novela queda claro que pese a eso la guerra sigue y el movimiento revolucionario tiene mucha fuerza, el mismo Juan Carlos lo dice en algún momento cuando le preguntan quiénes van a quedar en El Salvador si todos se van y él dice que los combatientes, la gente que no tiene otra opción que combatir, ahí hay una paradoja, una contradicción en términos de pertenecer o no pertenecer, no sentirse afectado porque en la cúpula se estén matando.
La memoria que anda
—¿Se podría decir que siempre escribís sobre El Salvador?
—Hay un libro mío que es el más conocido por fuera de la lengua española que es Insensatez y ese relato sucede en Guatemala, pero el narrador es un salvadoreño; otro libro mío sucede en México pero los personajes son salvadoreños, no es tanto la territorialidad sino los seres humanos que se forman en esa territorialidad, que salen al mundo o siguen en esa territorialidad; mis novelas giran en torno a salvadoreños, en cuanto a los aspectos que los salvadoreños tienen en cuenta más que en referencia a El Salvador.
—¿Cómo alguien con una marca tan fuerte de experiencias, en ese caldo de cultivo que hubo en Centroamérica, al que refiere tu escritura, eligió Estados Unidos para residir?
—Ya tengo como diez años de estar allí y la verdad es que para mí hay un principio en la vida y es que la vida me sucede, es decir, no es que yo elija, me sucede cuando me he movido de país a país, nunca en mi vida funcionó lo de elegir un lugar para vivir, se me cierran puertas y la única que tengo es la que abro y así terminé en los Estados Unidos, primero viví en Alemania y se me cerró Alemania, se me cerró Europa y por ahí se me abrió Estados Unidos y por ahí entré; igual fue en México y entré por la puerta que era la única opción que tenía y después regresé a Guatemala, luego fui a España pero el principio fundamental es que la vida me ha sucedido, nunca tuve opciones, ojalá hubiera sido así, a veces me preguntan en qué lugar me hubiera gustado vivir porque siempre termino quejándome de los lugares y yo les digo que no puedo pensar así porque nunca me ha sucedido, por eso es nómada mi literatura, un nomadismo por necesidad de casa.