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Castigos medievales en un convento de Nogoyá

El convento Carmelitas Descalzas de esa ciudad entrerriana fue allanado luego de que la revista Análisis denunciara torturas contra las monjas y autoflagelación. Encontraron cilicios, látigos y otros accesorios para provocar dolor.

Autoridades judiciales y policías allanaron en la madrugada de ayer el convento de las Carmelitas Descalzas de la ciudad entrerriana de Nogoyá, donde se denunciaron graves casos de tortura y autoflagelación.

El procedimiento, realizado en base a una denuncia periodística, fue encabezado por el fiscal Federico Uriburu, quien lo consideró “positivo”, al señalar que fueron hallados cilicios (fajas con púas), látigos y otros accesorios para provocar dolor.

El instructor sostuvo que para ingresar al establecimiento religioso debieron vencer la “resistencia” de la madre superiora del convento.

En ese sentido, indicó que hubo que utilizar la fuerza para entrar porque no se permitía el ingreso, con lo cual se rompió una puerta del convento. “No hubo necesidad de revisar cada cuarto porque una vez que se venció la resistencia inicial de la medida, de parte de la madre superiora, al revisar algunas dependencias se aportaron en forma voluntaria una cantidad de cilicios y látigos, que son pequeñas fustas de unos 30 a 40 centímetros”, informó Uriburu en declaraciones a Radio La Plaza de Paraná.

Uriburu señaló que el procedimiento judicial “se motiva en la investigación periodística, realizada por la revista Análisis, de la ciudad de Paraná, donde se detallan ciertos elementos de tortura o autoflagelación que fueron encontrados en el convento”.

En tanto, sostuvo que por el momento no había imputación alguna y que las averiguaciones son por supuesta “privación ilegal de la libertad”, mientras que el operativo fue ordenado por la Procuración General de la provincia de Entre Ríos.

En la denuncia publicada por la revista, se habla de torturas físicas y psicológicas, que incluye el flagelo y la desnutrición. Afirma que las monjas eran castigadas si abrazaban o daban la mano a un familiar. Tampoco podían mirarse a un espejo o en el reflejo de un vidrio.

El escarmiento comprende también vivir a “pan y agua” durante una semana; el uso del cilicio en las piernas por varias jornadas como sacrificio o bien la colocación de una mordaza en la boca, durante las 24 horas y por espacio de siete días.

También se señala que como práctica habitual semanal, las monjas se autoflagelaban desnudas, pegándose en las nalgas con un látigo provisto de varias puntas durante 30 minutos.

Además, si las religiosas se enferman o tienen que ser internadas, ningún familiar puede saberlo. Sólo pueden asistir al médico si se trata de un caso de extrema necesidad. Su ingreso al hospital siempre se hizo de noche, en forma casi clandestina.

La mayoría ingresó con 18 años al convento, pero hubo algunas que lo hicieron a los 16, por lo que tuvieron que hacerlo con permiso de sus padres. Tampoco saben lo que pasa puertas adentro sus familiares directos, precisamente por ese pacto de confidencialidad absoluta.

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