Para muchos, hoy en día escuchar que una pareja lleva mucho tiempo junta es poco común. Pero más de medio siglo ya puede causar asombro. ¿Y más de sesenta? Decir que “amor era el de antes” podría sonar a frase trillada pero se ajusta exactamente a la historia de Alberto Aragno, de 87 años, y de Yderli Vignolo, de 83, que hoy cumplen 65 años de casados. Ambos son de Colonia Belgrano, un pueblo de unos 1.300 habitantes del departamento San Martín, ubicado a 160 kilómetros de Rosario, en el centro oeste de Santa Fe. Hace casi una semana que vinieron a vivir a Rosario. Y en la ciudad que los adoptó celebrarán hoy sus bodas de platino.
Tras estas más de seis décadas que llevan juntos, Yderli y Alberto contaron a El Ciudadano que se tienen un amor profundo. Y que se coló: él la conquistó a ella a través de una ventana, cuando pasaba llevando las cartas que repartía, por su trabajo.
Yderli y Alberto se mudaron hace casi una semana a Rosario. Mientras mantienen la charla con este diario están sentados en un sillón que era del consultorio odontológico de su hija. Cuando uno mira hacia cualquier ángulo, el departamento está tapizado con fotos familiares: hay hijos, hay nietos y también bisnietos. Y no se sabe si no tendrán tataranietos.
“Empecé a trabajar como cartero en 1942. Tenía 13 años y vivíamos a 40 metros del Correo. Justo habían trasladado al cartero de turno y el jefe del lugar le preguntó a mi papá si por unos días podía repartir la correspondencia. A mí no me gustaba, pero estuve 48 años trabajando en el oficio”, detalló Alberto.
El abuelo contó que al año ya lo nombraron efectivo en esa labor. Allí comenzó su peregrinar en las calles de Colonia Belgrano, y mientras repartía las cartas, Yderli siempre lo esperaba en la ventana de la cocina de su casa familiar para charlar.
“Y llegó el momento en que tuve que pedir la mano de Yderli. El padre me dijo que sí. No costó mucho porque ya era conocido de la familia”, recordó con alegría aquel día.
La pareja se casó un 15 de septiembre. Era 1951 y se fueron de luna de miel a Huerta Grande, en Córdoba. Tuvieron dos hijas: Graciela y Nidia. Y de ellas llegaron cuatro nietos.
“Mis charlas con él pasaban por la ventanita del amor, él venía con la bicicleta y el uniforme de cartero. Cuando nos pusimos de novios salíamos a pasear por la plaza de día: de noche no podíamos porque no nos dejaban. Nos juntábamos con parejas amigas y también íbamos a los bailes”, recordó Yderli con una sonrisa de dibujo.
Yderli recordó que el sueldo de su marido no alcanzaba y su padre le prestó dinero para invertirlo. “Salí a buscar ropa y le vendía a mis amigas en el living de mi casa. Después la gente me empezaba a pedir cosas específicas y me vine a comprar a Rosario y me puse un local en el pueblo. La calle San Luis la conozco de punta a punta”, describió.
A Yderli le gusta estar activa y si no está tejiendo le gana la pulseada a la sopa de letras, mientras Alberto le hace compañía.
Ahora cambiaron la tranquilidad del campo por el bullicio de la gran ciudad. Saben que ya están grandes pero más lo saben en la familia, que los quiso tener cerca para cuidarlos mejor: entre todos los lograron convencer y hoy viven casi en el centro, a unas pocas cuadras de bulevar Oroño.
Las tareas se reparten y las camadas se van pasando la posta. Hoy las cuatro generaciones de la familia estarán juntas, en una fiesta que harán en su nueva casa y en su nuevo lugar, al que se van acostumbrando.
La fórmula para perdurar
Luego de más de medio siglo que caminan a la par, tanto Alberto como Yderli coinciden en que el secreto para estar juntos es que se supieron entender. Y dicen ser buenos compañeros y que el amor después del amor también existe.