Cerró El Sótano. Más de una madre respirará aliviada. Muchos de los que gustan de la noche lamentarán no poder volver a atravesar esa puerta, bajar las escaleras e internarse en un antro –definido así vox populi– donde no había clima ni tiempo, sino –como evoca más de un rockero– olor a sudor, cerveza y lavandina y recitales y música que duraban hasta más allá del amanecer. El Sótano llegó a ser una de las alternativas nocturnas más frecuentadas por el under rosarino y fue escenario de más de mil recitales locales, nacionales e internacionales. Después de doce años su dueño asegura que cerró sus puertas para siempre. “Se terminó un buen ciclo”, sentenció.
Noviembre de 2001. Fernando, de 33 años, entró a un local de Mitre 785 que había estado cerrado por diez años. Bajó una escalera. En una mano llevaba un palo y en la otra una linterna. Tuvo que correr telarañas e iluminar el piso para esquivar las cucarachas. Pero lo que vio no le impidió proyectar y enseguida decidió alquilar.
Un jueves de agosto de 2002, El Sótano abrió sus puertas, con un show de la banda local Los Sucesores de la Bestia. La idea inicial era que fuese un lugar exclusivo de bandas locales. Jueves y sábado de recitales, los viernes se transformaría en la tanguería “Rubias de New York”. Pero el plan duró poco: la demanda de shows los sobrepasó y en septiembre de 2002 ya estaba Babasónicos sobre el escenario de El Sótano. “Siempre apuntamos a lo under, pero se dio que bandas que estuvieron pasaron a ser de primer nivel: Intoxicados, La Vela Puerca, Árbol, No Te Va Gustar, Pappo”, enumeró Fernando. Llegaron bandas de toda Argentina y de quince países, incluido C. J. Ramone, el bajista del grupo punk Ramones.
Productores audiovisuales, músicos, periodistas, periodistas culturales y ante todo noctámbulos de entre 20 y 30 años, fueron consultados por este medio sobre El Sótano. En todos se repitió la misma definición: era ante todo un antro. Esto es, según la Real Academia Española, una “caverna, cueva, gruta”; también un “local, establecimiento, vivienda, etc., de mal aspecto o reputación”. La gente no se equivocó, porque El Sótano siempre sedujo sin la necesidad de dejar de ser una mezcla de antro que no iba a decepcionar y uno de los espacios “más peligrosos” de la noche. Sea como fuere, más que un templo heavy, hardcore o punk, fue la casa de los que buscaron pasar el fin de semana fuera de los boliches bailables.
Con el paso del tiempo la fama del after fue más que la del lugar de recitales. “Cuando el boliche se termina, si querés seguir divirtiéndote vas a un after. Pero si estás muy lleno de químicos y tenés que bajarlos de alguna manera, vas –ibas, mejor dicho– al Sótano. Nunca levanté ahí, nunca crucé una mirada cómplice con ninguna chica. Todos estábamos para reventar lo último de falopa que ingerimos. Eso es lo que siempre pienso cuando pienso en El Sótano, que es un lugar para terminar el mambo”, señaló uno de los entrevistados, quien prefirió mantener el anonimato.
Otro agregó: “Una vez fui a un reci. Yo era chico; tenía 18 años. Si bien en ese momento ya estaba medio oscuro el lugar, creo que se fue poniendo como más heavy o no sé, cada vez más antro de lo que era. No volví a ir mucho más después de ahí”.
Todos los que alguna vez fueron lamentan el cierre del lugar. Pero también comparten en que la mala fama, el volverse más antro, colaboró a que merme su público y la concurrencia se dispersara en otros bares. El dueño de El Sótano coincide en parte, afirmando que el motivo principal es el cambio generacional: “La gente que empezó conmigo hace doce años hoy tiene 30 y pico. La nueva generación se divierte con otras cosas, prefiere juntarse en una casa o ir a fiestas. La escena rosarina ha cambiado, la noche también, por muchos factores: la economía, las autoridades, las nuevas diversiones, los costos más ajustados y difíciles para poder mantener un negocio. Todo cambió”.
También subió el alquiler. Fernando aguantó, para “ver qué pasaba”. Pero lo que pasó fue el fin. El fin de un ciclo.