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CFK, entre el cuerpo y la palabra

Por Luis Novaresio, especial para El Ciudadano.

Cristina Fernández de Kirchner tiene, con total evidencia, mucha más facilidad para enfrentar un cacerolazo que lidiar con una media docena de preguntas de estudiantes universitarios. Con apenas quince días de diferencia dos hechos poco previstos, pero que no fueron para nada sorpresivos, desnudaron la presencia de distintos ánimos con los que se muestra la actual mandataria. El primero de estos episodios, el cacerolazo del 13 de septiembre, de convocatoria mixta entre lo espontáneo y lo azuzado desde ciertos medios de comunicación, la mostró intransigente, reacia a toda concesión y hasta fortalecida en su dogmatismo. El manual de construcción política K funcionó, sin entrar en valoraciones, de manera aceitada. El segundo hecho, su intervención en la Universidad americana de Harvard, la ubicó en el plano de la infrecuencia.

Fue infrecuente (si no inédito) verla sometida a un cuestionario directo sobre inseguridad, enriquecimiento personal, inflación, cepo cambiario y reelección. Cinco o seis alumnos que pisaban suelo extranjero tuvieron la chance propia de una democracia, que es interrogar a los funcionarios públicos. Ante esto, fue muy llamativo, por no decir inusual, encontrar a la presidenta desorientada en varios momentos.

Al cacerolazo se contestó con contundencia. A las preguntas de los estudiantes, el ofrecimiento fue de apenas titubeos de quien se siente con derecho a estar ofendido por la osadía de cuestionar y hasta respuestas con cierto desprecio. No hay Twitter que subsane la gaffe de comparar Harvard con La Matanza ni fastidio derivado de la investidura que amerite el uso del diminutivo despreciativo (“a tu compañerito no le dije”) o las engoladas descalificaciones al público que, como los que fueron a ver a “Maravilla” Martínez, los contradecía por el cepo cambiario. Innecesario absolutamente.

No es menor ni antojadizo analizar en comparación ambas reacciones. Apuntan a la base del saber y hacer de un representante político. Uno, se asienta en la calle y en la presencia física que propicia un escenario de choque cuerpo a cuerpo. El otro, se funda en el territorio de las ideas y en la sola arma de la pregunta y la respuesta. Habrá que darle razón, entonces, vistas estas dos experiencias, a los que creen que el kirchnerismo es un producto del empuje militante que no admite disensos de ninguna índole ni condena los atropellos antes que una construcción dialéctica de cruce de ideas diversas.

Desde adentro

Un viejo profesor de Boston, que fue visitante en innumerable cantidad de veces en la Escuela de Negocios y Administración Pública de la Universidad anfitriona de la presidenta argentina, coincidió con el viaje de ella. Hoy jubilado, el hombre fue por estos días a visitar a sus colegas y logró ingresar a la charla del jueves pasado. Su promesa como ex docente de esa casa de estudios incluye, dice él, la confidencialidad de ciertos detalles a los que accedió al punto de pedir expresamente que no se revelara su identidad. Ni siquiera el hecho de estar casado con una argentina (nacida en un pueblo a menos de 50 kilómetros de Rosario) hace más de 30 años erosionó sus códigos sajones de reserva. “Por más que me pregunte con la acostumbrada sagacidad latina, no pienso responder en primera persona pública”, acota por teléfono a este cronista.

Algunas cosas, es cierto, nos hace saber. “La charla vino muy militada desde hace tiempo”, explica. “Los alumnos se dividieron claramente entre los partidarios de la presidenta y los adversarios. Aparte de saturar las listas de inscripciones para lograr colar las asistencias, había como un cierto consenso para ser originales en las preguntas”, dice el docente, que es buen conocido del actual director de la Escuela. Esto no es mal visto en Harvard; tampoco las afiliaciones partidarias, ya que se trata de un instituto que suele formar alumnos que, una vez egresados, van a la función pública con un cariz ideológico definido. “En la visita de Dilma Rousseff había estudiantes que habían trabajado abiertamente en la campaña de José Serra. Y eso es normal”, acota el profesor.

“Lo que sí llamó la atención –comenta el docente– fue la sorpresa y hasta una cierta desesperación del canciller, que no esperaba el cuestionario de los jóvenes”. Esto resultó extraño, entienden los organizadores, teniendo en cuenta que Héctor Timerman fue largo tiempo representante diplomático en los Estados Unidos y debería estar familiarizado con estos eventos. Un verdadero error para un canciller y para el embajador Jorge Argüello, que quedaron en off side al no haber prevenido del clima existente.

Por fin, el docente cuenta que en la primera fila de los asistentes a la reunión alguien deslizó a su término: “Todo esto se podría haber evitado con una conferencia de prensa en Buenos Aires cada seis meses con periodistas <amigos>. La mitad de las preguntas basadas en el silencio oficial no se hubieran podido hacer aquí”. La reacción de los secretarios de Estado de la delegación argentina fue una mirada de hielo.

Acuartelados

Mientras todo esto ocurría en los Estados Unidos, las calles de Rosario estaban desiertas de custodia policial. O, al menos, de los uniformados destinados específicamente a esta tarea. Desde 2005 que no ocurría una cosa similar. Más allá de la reactivación del debate de las agremiaciones de los policías y del derecho a tomar o no “medidas de fuerza”, el conflicto dejó dos aspectos centrales. Un integrante del Comando Radioeléctrico tiene como sueldo inicial algo más de 3.000 pesos por mes. El resto del estipendio debe forjarse a base de horas extra que evitan los descansos reglamentarios y protegen la salud psicofísica de ellos. Y eso si se hace “por derecha”, como explican los propios reclamantes. ¿No es esta consideración del Estado una puerta abierta para las tantas veces denunciadas “cajas negras” de la Policía?

Lo otro que desnudó este paro fue el desconcierto del gobierno provincial, muy golpeado en materia de seguridad por la realidad violenta de los centros urbanos y por la interna que ya cobró la cabeza de un ministro del área. Tuvo que ser un juez el que motorizara las negociaciones ante un extendido silencio de las autoridades políticas. También es cierto que la oposición no logró articular una propuesta de superación al conflicto, a no ser la catarata de críticas acostumbradas (algunas justificadas) para sacar rédito político. En el medio, nada menos, la seguridad de la ciudadanía. Del tema, muchas gracias.

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