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Charles Lindbergh y el espíritu de volar

Por: Rubén Alejandro Fraga

Lo llamaban Lindy el suertudo (Lucky Lindy), pero sus únicos talismanes fueron la pericia y la voluntad. Hace 84 años el aviador e ingeniero estadounidense Charles Lindbergh quedaba en la historia al unir las ciudades de Nueva York y París, sin escalas, conduciendo en soledad su avión Spirit of St. Louis.

Y aunque no fue el primero que cruzó el Atlántico en aeroplano ni el primero que realizó una travesía aérea sin escalas –ambas proezas ya se habían realizado en 1919– fue el primero que lo hizo solo, y su audaz tentativa captó la atención mundial hasta un nivel sólo comparable hasta entonces con la firma del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial.

Hijo de un diputado de Minnesota y una profesora de química, Charles Augustus Lindbergh nació el 4 de febrero de 1902 en Detroit, Michigan, un año antes de que los hermanos Orville y Wilbur Wright realizaran el primer vuelo en un aeroplano con motor.

A los ocho años, Charles tuvo la oportunidad de ver por primera vez un avión. El atrevido y temerario Lincoln Beachey era el piloto. Allí nació su amor y pasión por el vuelo. Una vez que finalizó la escuela secundaria, trabajó tres años en la granja de su padre y después comenzó a estudiar ingeniería mecánica en la Universidad de Wisconsin. Cuando presenció el aterrizaje de un avión en el campus de su universidad, un gran deseo por aprender a volar se apoderó de él. En 1922 dejó sus estudios para unirse al programa de entrenamiento de la escuela de vuelo y mecánica en Lincoln, Nebraska. Pronto demostró su valor: hacía acrobacia caminando en las alas de los aviones, saltando en paracaídas y por cinco dólares daba paseos aéreos a los aventureros.

Con 500 dólares compró su primer aeroplano en abril de 1923, un avión Curtiss JN-4 de entrenamiento de la Primera Guerra Mundial, al que bautizó Jenny. Ese año realizó su primer vuelo solo trabajando para una compañía aérea de Nebraska. Al año siguiente ingresó en la escuela aérea militar en San Antonio, Texas, y se graduó con honores.

En 1925 lo nombraron teniente segundo de la reserva, y en 1926 comenzó a trabajar en una compañía de correo aéreo haciendo vuelos entre Chicago y Saint Louis. “¡Imagínate ser capaz de sobrevolar la tierra a voluntad, aterrizando en este o aquel hemisferio!”, escribió a un amigo. Es que el alto y flaco piloto se aburría llevando correo aéreo y soñaba con protagonizar aventuras mayores. Por eso comenzó a pensar en los 25 mil dólares ofrecidos por el magnate hotelero y filántropo francés nacionalizado estadounidense Raymond Orteig al aviador que realizara el primer vuelo directo entre Nueva York y París o viceversa. El premio estaba vacante desde 1919 y muchos pilotos habían muerto en el intento por ganarlo.

Con la ayuda monetaria de sus amigos y 2.000 dólares de su propio bolsillo, Lindbergh pensó un modelo y lo diseñó. Tras continuas negativas de aquéllos que pensaron que estaba loco, Lindbergh encontró por fin una pequeña fábrica aeronáutica casi desconocida que compartía su entusiasmo: la Ryan Aircraft Company, de San Diego, California.

La aeronave se construyó a toda prisa, ya que otros pilotos, como el prestigioso explorador del Ártico almirante Richard Evelyn Byrd, también competían por el premio. Sin embargo, el único que planeaba realizar un vuelo solitario era Lindbergh y la prensa se concentró en él. El avión monomotor estuvo listo el 10 de mayo de 1927 y fue bautizado como Ryan NYP Spirit of St. Louis. El nombre Ryan fue en homenaje a la compañía que había ayudado a financiar el proyecto y las siglas “NYP” significan de Nueva York a París.

En la madrugada del viernes 20 de mayo de 1927 Lindbergh decidió que era el momento adecuado para el viaje y se subió al avión con cinco sándwiches y un termo de café. Su plan de vuelo era muy simple: volar 5.670 kilómetros sorteando las vicisitudes del Atlántico hasta llegar a París. No llevaba radio ni paracaídas y había recortado los mapas para llevar sólo aquellos que le serían necesarios. Bajo la llovizna, a las 7.52 de la mañana Lindbergh despegó desde el aeródromo Roosevelt de Long Island, Nueva York. Ante la vista de una muchedumbre entre esperanzada y escéptica, el avión ascendió pesadamente para perderse entre las nubes.

La víspera de su viaje histórico Lindbergh no había podido dormir. Por ello, su vuelo a lo largo de 5.782 kilómetros fue una batalla contra la fatiga y la confusión mental producida por volar a solas conduciendo un avión inestable por densas nieblas y nubes heladas, luchando para permanecer despierto. La velocidad promedio desarrollada por el aeroplano fue de 174 kilómetros por hora.

A la tarde siguiente, luego de 33 horas y media de vuelo ininterrumpido, el extenuado Lindy vislumbró París y en un giro cerrado rodeó la Torre Eiffel antes de dirigirse al aeropuerto parisino de Le Bourget. Cuando por fin el Ryan NYP Spirit of St. Louis se posó en suelo francés, la muchedumbre ovacionó al hombre que no sólo acababa de obtener el premio Orteig, sino que acababa de convertirse en el primer héroe internacional del siglo XX.

Cuando regresó de París, lo esperaban 3,5 millones de cartas y telegramas. La prensa lo acosó como a ningún otro y fue víctima de un sensacionalismo inédito hasta el momento.

En 1929 se casó con Anne Morrow, la hija de un embajador americano que odiaba tanto la persecución periodística como su flamante marido. En 1930 la pareja tuvo su primer hijo: Charles Augustus Lindbergh Junior.

En los años 30 se convirtió en directivo de la compañía aérea Panamerican y participó en las investigaciones científicas del premio Nobel de Medicina Alexis Carrel; quien inventó un corazón mecánico capaz de pasar los líquidos vitales a través de órganos suprimidos.

Pero la fama y la “suerte” de Lindy se transformó de un golpe en tragedia, el 1º de marzo de 1932, cuando fue secuestrado su hijo de 20 meses. El bebé fue raptado por una ventana de su habitación y, pese a que la familia pagó los 50 mil dólares exigidos en una nota dejada por los secuestradores, su cuerpo sin vida fue hallado seis semanas después en una zanja cubierta con hojas a 6,5 kilómetros de la residencia de los Lindbergh. El hecho conmovió a Estados Unidos e indignó al mundo.

En septiembre de 1934 la Policía arrestó al presunto asesino, Bruno Richard Hauptmann, un carpintero alemán que vivía con su esposa e hijo en el Bronx. Pese a que Hauptmann siempre aseguró que era inocente, fue condenado a muerte por asesinato en primer grado y ejecutado en la silla eléctrica el 3 de abril de 1936.

Luego, el matrimonio Lindbergh decidió mudarse a Europa, justo cuando el viejo continente empezaba a temblar bajo las botas de Adolf Hitler. Allí los Lindbergh tuvieron otros cinco hijos, pero los vientos jamás volvieron a calmarse para el aviador, quien fue muy cuestionado por sus posiciones políticas al mostrar cierta admiración por la Alemania nazi.

Lindbergh murió de cáncer el 26 de agosto de 1974, a los 72 años en Maui, Hawai, y sus restos descansan en el archipiélago hawaiano, de acuerdo con su última voluntad.

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