Antes de convertirse en aliado y financista esencial de los Kirchner, Hugo Chávez tuvo una intensa y sinuosa cercanía con la política argentina, desde una relación epistolar con los carapintadas Aldo Rico y Mohamed Alí Seineldín hasta diálogos con Carlos Menem.
Su pasado golpista -por el putch del 4 de febrero de 1992- lo hermanó a la distancia con los uniformados criollos que encabezaron levantamientos contra Raúl Alfonsín y en el tramo inicial de la década menemista.
Entre Rico y Chávez pivoteó Norberto Ceresole, un sociólogo argentino que pasó por el ERP, el peronismo y coqueteó con el filofascismo, colaboró con Rico y luego asesoró al venezolano. Raúl “Vasco” De Sagastizabal, ladero de Seineldín, fue otra llave: en 1995, trajo a Chávez a un acto por Malvinas.
El primer Chávez presidente no había abrazado el socialismo cuando pidió una audiencia con Menem, cita que le organizó Edmundo González, su embajador en Buenos Aires.
Ya electo, minimizó su cercanía con Rico y Seineldín. “Jamás me vi con ninguno de ellos. Me escribieron cartas y yo se las respondí. Y se despegó de los militantes autoproclamados nacionalistas que lo invocaban como una referencia regional. “Yo no soy carapintada”, dijo.
Empezó otra etapa. Con el nuevo siglo, sus simpatías mutaron. A principios de 2001 recibió en el Palacio de Miraflores a una comitiva encabezada por el cura Luis Farinello, que era candidato a diputado por el Polo Social.
Estuvieron también el metalúrgico Francisco “Barba” Gutiérrez y el docente Hugo Yasky, consultados por Chávez sobre la organización gremial en la Argentina. A su lado sentó a un joven dirigente del sindicato de conductores de subterráneos, su delfín en la arena gremial: Nicolás Maduro.
Humberto Tumini, fundador de la Corriente Patria Libre y luego jefe del Movimiento Libres del Sur, y el titular de Sadop, Mario Morán, fueron los otros integrantes de la delegación. Fueron sus primeros contactos de Chávez con la izquierda argentina.
El diálogo se estrecharía en un ámbito de reservas. La procedencia militar del venezolano era un elemento difícil para los referentes de la izquierda nacional. Otro argentino, cercanísimo a Chávez, alivió esas sospechas: Fernando Ramón Bossi Rojas.
Nacionalizado venezolano y con una butaca en el Congreso Bolivariano de los Pueblos, Bossi supo convertirse en un eficaz ejecutor del chavismo para irradiar la “revolución bolivariana” al resto de América Latina.
Fue el constructor, archivada la influencia de Ceresole y los intentos de cercanía de Rico, del primer chavismo vernáculo: una izquierda nacional variopinta que iba de Farinello a Fernando “Pino” Solanas, del periodista Miguel Bonasso a la CTA de Víctor De Gennaro.
De lejos animó a los movimientos piqueteros que se convirtieron en un actor de peso en 2001 y 2002. Bossi fue, otra vez, esencial: fue el correo del chavismo con grupos como el MTD Aníbal Verón, Venceremos y Quebracho.
Su trato con Eduardo Duhalde fue mínimo y accidentado: el presidente interino rechazó la propuesta de designar como embajador en Venezuela a Elías Jaua, por entonces secretario general de la presidencia, al ser notificado de la formación nacionalista del delegado.
Su primer mano a mano con Kirchner fue, junto a Fidel Castro, el 25 de mayo de 2003. Aquella estadía generó en el bolivariano un antojo: en su paso por Buenos Aires, el cubano fue invitado a dar una conferencia magistral a la Facultad de Derecho de la UBA, pero como la concurrencia sobrepasó la capacidad, hizo un discurso de dos horas y media desde las escalinatas del edificio.
A Chávez le fascinó la postal y pidió a sus simpatizantes argentinos un evento similar. En agosto siguiente cristalizó su relación con Madres de Plaza de Mayo, línea Hebe de Bonafini, acercamiento que solidificaron Bossi y el latinoamericanista Carlos Aznares.
Tuvo su show en octubre de ese año, hábito que repetiría en la Argentina -y en varios países- en los años siguientes: en Mar del Plata durante la Cumbre de las Américas, en Córdoba con Fidel en 2006 y, el último, rodeado de misterio, en la cancha de Ferro.
Para entonces, Chávez había centralizado su relación con la Argentina en Kirchner, lo que derivó en la remoción de su embajador en Buenos Aires, Roger Capella, de actividad política “desmesurada” según la Casa Rosada.
El artífice de la relación con Kirchner fue Alí Rodríguez, un viejo conocido de Rafael Folonier, el sempiterno canciller paralelo K para Sudamérica. Como ministro de Energía, Rodríguez desvió el buque insignia de los mercantes venezolanos, bautizado Miranda, con su carga de fueloil hacia la Argentina.
“Dale lo que necesiten: si es necesario, mude más allá hasta las refinerías”, fue la orden de Chávez a su futuro canciller, la primera figura de la izquierda tradicional e histórica de Venezuela, que abrazó la causa chavista.
El vínculo estrecho entre del bolivariano con el matrimonio Kirchner fulminó las demás simpatías. Sectores como Libres de Sur de Tumini o Bonasso salieron del radar de Chávez cuando tomaron distancia del kirchnerismo.
Otros, como Quebracho, hicieron el proceso inverso: siguieron ligados al bolivariano, pero eso terminó, con el tiempo, por acercarlos a la Casa Rosada.