Por David Narciso/El Ciudadano
El reconocido realizador Tristán Bauer acaba de presentar un documental gratificante. Los 124 minutos de Che, un hombre nuevo, estrenado el domingo pasado en el Monumento Nacional a la Bandera en forma libre y gratuita, y a partir del pasado jueves en las salas de cines de todo el país, tienen en la por estos días despreciada investigación periodística e histórica un motor invalorable, un gancho que mantuvo las nalgas de miles de espectadores sujetas al incómodo piso de piedra del Patio Cívico y a sus bocas mudas como si nadie hubiera estado en ese solar histórico.
La idea de una nueva producción sobre Ernesto Guevara, cuando ya han pasado 41 años desde su muerte en la selva boliviana y tanto se ha escrito, dicho y filmado sobre él, puede resultar desalentadora. Pero el director de cine y actual funcionario nacional optó por la trabajosa tarea de revivir el pensamiento del rosarino más famoso. No eligió un camino sencillo, pero el resultado es notable: recupera y potencia la dimensión política de las acciones y pensamientos del Che, lo ubica en su tiempo y su espacio, le devuelve el carácter humano y le arranca el revoque mitológico que los años pusieron en él.
Tristán Bauer lo consigue con imágenes inéditas que pudo arrancarle al gobierno cubano, cintas y fotos aportadas por Aleida March y documentos de las fuerzas armadas bolivianas, hasta ahora clasificados y sacados a la luz para este documental sólo cuando medió la orden expresa del presidente Evo Morales.
La reconstrucción del pensamiento y las ideas de Guevara van de la mano de un soporte visual inédito. Imágenes de potencia conmovedora, desconocidas hasta ahora, dan vitalidad a un relato edificado desde los libros que él mismo escribió, discursos que pronunció en los primeros años de la revolución, cartas a sus padres y citas de pasajes de sus diarios, que escribió metódica y compulsivamente hasta en momentos desesperantes para su permanencia con vida.
Che, un hombre nuevo es un film en y con blanco y negro. Ernesto Guevara con esposa e hijos pero sin tiempo para ellos; con padres a los que no veía pero a quienes mantenía al tanto de sus planes con fluida correspondencia postal; empeñado en dar el ejemplo y trabajar por la Revolución y luego embarcado en un derrotero con el que sólo acumulará fracasos políticos y militares desde que decide abandonar Cuba para organizar la guerra de guerrillas en el Congo y en Bolivia; sus críticas a las potencias como China y la Unión Soviética por su falta de compromiso con los emergentes gobiernos comunistas del Tercer Mundo, y el rumbo que había tomado la economía del bloque, pasando del dogmatismo cerrado de Stalin al pragmatismo de Nikita Kruschev y que –avizoraba el Che como si tuviera un oráculo– iba camino a la destrucción del socialismo real.
Aun cuando el film fue cocinado desde la trinchera del Che, Bauer despojó de romanticismo al personaje para llenarlo de sentido político, filosófico y humanista, ya sea a través de acalorados discursos revolucionarios, frías letras de crítica teórica o la gruesa dulzura de su voz recitando poemas de Pablo Neruda y “Los heraldos negros”, de César Vallejo, registros que por primera vez salen a la luz desde que él los grabara y obsequiara a su mujer.
La dimensión épica y el fascinante cariz poético que impregnaron la vida del Che tienen el mesurado tratamiento que exige echar una ajustada mirada sobre todo personaje que haya caminado con sus pies por este mundo.
Si el film de Bauer resulta rico porque no esconde errores y derrotas del Che sino que las expone encajadas en las circunstancias históricas y políticas en que ocurrieron, también lo es porque se toma el trabajo de exhumar su ideario humanista, la decisión de vivir de acuerdo con sus convicciones, de reivindicar que sólo sirven los proyectos colectivos.
Es el legado que hace 40 años le recuerda al “hombre viejo”, como una espina hincada en su sien, que se debe a sí mismo y sus semejantes la construcción de un mundo mejor.