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Chicos y vacaciones de invierno

En cada receso escolar los padres se plantean qué hacer con sus hijos, en tanto, especialistas se dividen entre quienes ven positivo que los alumnos tengan “algunas tareas” y quienes afirman que “las vacaciones son para descansar”.

La proximidad de las vacaciones nos pone frente al dilema de todos los años: ¿qué hacemos con los chicos? El debate pedagógico y hasta social y cultural divide la biblioteca en dos: por un lado quienes sostienen que es necesario que los chicos realicen durante el receso algunas tareas escolares; por otro los que afirman que las vacaciones son para descansar de los largos meses de carga lectiva.

En el medio de este debate se encuentran los padres, que en su gran mayoría no tienen vacaciones de invierno, por lo que deben elaborar una dedicada ingeniería familiar para evitar que los chicos queden a la deriva durante el receso invernal.

Los que sustentan la necesidad de mantener a los niños ocupados con tareas, defienden su teoría en la prioridad de reforzar los aprendizajes que los jóvenes fueron adquiriendo durante el año. El objetivo, es llegar en mejores condiciones pedagógicas para comenzar la segunda etapa del año.

Esta posición necesita de la alianza de los padres, porque serán ellos los que cargarán con la responsabilidad de asistir a los chicos con las tareas escolares. Los jóvenes pueden requerir de alguna orientación adicional, porque al no estar frente a un maestro el compromiso recaerá indefectiblemente sobre la familia.

Vacaciones sin tarea

La otra parte de la biblioteca se inclina por unas vacaciones libres de tareas escolares, que le permita al estudiante conectarse con otros aspectos de la vida cotidiana, que han sido dejados de lado por las exigencias requeridas durante el cursado del semestre. Esta posición también requiere la presencia de los padres, que deberán destinar más tiempo para compartir con sus hijos salidas de entretenimiento.

Para los jóvenes las vacaciones se manifiestan como un tiempo esperado, acompañado por la posibilidad de disfrutar un espacio propio, es como una necesidad fantaseada donde el ocio se preanuncia como el centro del universo. Las expectativas que se ponen en juego en este lapso de tiempo son tantas, que muchas veces no alcanza el tiempo para realizarlas. El riesgo que se corre es el de mensurar el tiempo libre en clave de producción, en este caso, vinculado al “trabajo escolar”.

La psicóloga Ana Quiroga sostiene: “La contradicción interna que implica la conquista de un tiempo libre y la frustración en sus posibilidades de ocio, no resulta comprensible sino a través de la hipótesis de que aún en las comunidades más evolucionadas ni los individuos ni las sociedades cuentan todavía con los medios que les permitan convertir el tiempo libre en fuente de felicidad”

La necesidad de que los chicos ocupen parte de su tiempo libre realizando tareas escolares, estaba fuertemente sustentada en los principios teóricos de las corrientes conductistas, que sostenían la necesidad de la repetición mecánica de los contenidos para que sean incorporados como conocimientos. Si bien estos conceptos no han sido del todo refutados (muchos neurocientistas mantienen vigentes estos principios como modo de almacenamiento) hoy resulta que la repetición de contenidos no garantiza el aprendizaje.

En este contexto académico, ciertos pedagogos consideran que estos conceptos han perdido vigencia, por lo que no sería necesario reforzar contenidos que pueden ser retomados sin ningún perjuicio en el comienzo del segundo semestre.

Por otra parte, la dinámica que ha adquirido la vida de los jóvenes y adultos de las sociedades actuales, se diferencia bastante de la realidad social en la que las tareas de vacaciones eran el único refuerzo a las carencias pedagógicas de los chicos.

Vacaciones y tiempo libre

Los jóvenes de nuestros días realizan muchas actividades extracurriculares que los enfrentan a situaciones de aprendizajes permanentes. Sus actividades formativas no están signadas sólo por las horas de clases, sino también, por un sinnúmeros de actividades que pasan por fuera de las aulas y que no dejan de ocupar una porción importante del tiempo e intelecto.

La Licenciada Mireia Long sostiene que “se habla de la utilidad de las tareas escolares en vacaciones con mucha facilidad, pero el tiempo libre, las vacaciones, tienen precisamente una razón, desconectar cerebro y cuerpo de las obligaciones cotidianas y permitirnos decidir libremente en que lo ocupamos”.

En el contexto de actividades permanentes en que los jóvenes están sumergidos, muchas veces sin su voluntad, se torna imperioso un descanso que permita bajar los niveles de estrés a lo que están expuestos, incluso los más chiquitos.

En tanto, la pediatra María Varas sostiene que “muchos niños están muy ocupados y no tienen tiempo para jugar de manera creativa o relajarse después de la escuela. Los niños que se quejan de la cantidad de actividades en las que participan o se niegan a asistir a ellas pueden estar dando a entender que están demasiado atareados. A todas las edades puede experimentarse estrés. En pequeñas cantidades, el estrés es bueno, ya que puede motivar a superarse. Sin embargo, el exceso de estrés puede interferir con la vida, las actividades y la salud”.

Otro debate que se plantea entre los especialistas es si los conocimientos únicamente se pueden adquirir en las escuelas, o si la vida cotidiana, representada en el esparcimiento y el tiempo libre, aporta saberes tan útiles como la escuela. Muchos sostienen que visitar museos, ir al cine o jugar con amigos, son instancias de aprendizajes tan útiles como los que se imparten en la escuela. Los jóvenes están, aún en vacaciones, en permanente contacto con saberes que no están sólo en el plano conceptual, sino también, en el campo actitudinal y hasta en el procedimental.

En la actualidad los jóvenes aprenden tanto en la escuela como más allá de ella. Para el licenciado Ricardo Baquero, docente de la Universidad Pedagógica de la provincia de Buenos Aires, “la escuela es, sin lugar a dudas, uno de los escenarios de aprendizaje privilegiados en los cuales participan los niños y jóvenes. No obstante, en sus actividades por fuera de la escuela, ellos se ven envueltos continuamente en situaciones de aprendizaje que, en muchos casos, resultan valiosas y significativas para su vida cotidiana y sus proyectos a futuro. Estos aprendizajes, quizás más difíciles de identificar por su carácter en gran medida informal, abarcan desde los aprendizajes cotidianos producidos en el ámbito familiar y barrial, hasta aquellos que se producen a través de la participación en ONGs y movimientos sociales, organizaciones políticas, culturales, religiosas, prácticas deportivas y laborales; así como también los que se producen en las actividades recreativas y por el consumo o contacto con los medios masivos de comunicación, diferentes tecnologías de la información, y otros bienes culturales”.

Las vacaciones sin tareas escolares no son un tiempo perdido, son otra forma de adquirir aprendizajes indispensables para el desarrollo cultural y social. Jugar con amigos sin horas fijas, encontrar pasiones que estaban ocultas, leer lo que no es exigido en la escuela y aburrirse hasta inventar, son conocimientos que van a alimentar el desarrollo físico, emocional y perceptivo del niño.

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