Los multimillonarios acuerdos firmados esta semana por la presidenta Dilma Rousseff con China no aplacan la polémica sobre la relación del gigante asiático con América latina, pero marcan que se trata de una realidad ineludible.
Cuando hablamos de 53 mil millones de dólares y la construcción de una línea ferroviaria de 4 mil kilómetros para unir las costas de Brasil y de Perú el volumen de este tipo de acciones que van más allá de lo económico impresionan realmente.
La visita del premier Li Kequiang a Brasil, Colombia, Perú y Chile deja un fuerte impacto regional y da mayor perspectiva para evaluar la polémica política generada a nivel local cuando China confirmó la financiación de la mayor obra del país, las represas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic.
En ese contexto, son varios los ojos que se posan con atención sobre los movimientos de Beijing en esta zona del Sur.
No por nada la agencia estatal china Xinhua publicó un comentario que indicaba que la cooperación bilateral de ese país con América latina no está pensada para “afectar” los intereses de Estados Unidos.
“Mientras que no hay duda de que China ha avanzado en esfuerzos para fortalecer los lazos con los países latinoamericanos a partir del nuevo siglo, el objetivo es promover la cooperación win-win, más que afectar los intereses de Estados Unidos en una región que Washington tradicionalmente considera como parte de su esfera de influencia”, señala el medio de comunicación, en un lenguaje más que diplomático.
La creciente presencia china en América Latina seguirá concitando interpretaciones por muchos años más.
Esta semana, el Banco Mundial emitió un informe en el que caracteriza desde su óptica la situación de la región en un contexto de un “Sur” que crece en el peso económico global.
El organismo internacional determinó que entre 2000 y 2012, la proporción de manufacturas mundiales que ahora corren por cuenta de países del Sur creció de un 32 a un 48 por ciento, pero advirtió que la mayor parte de ese incremento corresponde a China.
Así, a China le corresponden más de 10 puntos porcentuales de ese incremento, mientras que a los 20 países que le siguen en esa categoría –entre ellos Brasil–, sólo suman 8 puntos.
De hecho, hay países como México que, señala el Banco Mundial, redujeron su aporte manufacturero.
La clave parece estar en que los países del Este Asiático participan de manera mucho más activa en las llamadas Cadenas Globales de Valor (GCV) que la mayoría de los países latinoamericanos.
La situación es conocida y corre también para la Argentina: nuestros países se integran en esas cadenas globales sólo al inicio, donde hay menos agregado de conocimiento y valor.
Dicho en otros términos, países productores de alimentos como Argentina y Brasil están más cerca del producto primario que de colocar un producto alimenticio de calidad, empaquetado y con diseño, en una góndola de un supermercado europeo.
Aquí los caminos divergen: para el Banco Mundial la clave está en aplicar más mecanismos de mercado, mientras que buena parte de los países de Sudamérica, por ejemplo, vienen desconfiando de ese camino al desarrollo.
Las polémicas, como se indicó, no se agotarán ni en esta gira del premier chino, ni en esta nueva tanda de inversiones del país asiático en la región y se relacionarán en los años por venir con las decisiones que vaya tomando un continente que necesita imperiosamente crecer pero también reducir sus brechas de desigualdad en la distribución del ingreso.