En medio de la incertidumbre global, cuando se mira a China lo único cierto es que sus tasas de crecimiento son ahora más bajas que antes del impacto de la crisis financiera internacional: lo que no queda claro para casi nadie es si esto se debe a una nueva dinámica “normal” de esa economía, a una inminente crisis o a una reestructuración.
El mes pasado se conocieron datos sobre una desaceleración en la producción industrial, la inversión y las ventas minoristas, luego de que el gobierno asiático redujera políticas de estímulo en la economía.
Algunos analistas hablan de una “trampa de liquidez”, es decir que los inversores se abalanzan sobre el dinero que fluye pero no lo vuelcan al aparato productivo.
Una economía global interconectada juega también en contra y retroalimenta la incertidumbre: el diario The Wall Street Journal citó declaraciones de un vocero del “Indec” chino afirmando que “el desempeño económico en julio fue de hecho más lento, en un contexto en el que la economía doméstica y la global atraviesan un fuerte ajuste”.
“Las compañías en China prefieren no arriesgar capital en nuevas inversiones, desalentadas por un panorama global nuboso y cuatro años de desaceleración en el crecimiento”, publicó el mismo diario en una nota reciente.
En ese contexto, el Banco Central chino está en el centro de las miradas: si la economía se desacelera, la autoridad monetaria debería adoptar una política de mayor estímulo, pero los fondos que ha inyectado hasta el momento en la economía no dan muestras de conducir a una mejora.
En ese contexto, un informe del banco de inversión Goldman Sachs marcó con algo más de detalle algunos de los cambios que atraviesa la economía china.
Es que Beijing se está moviendo hacia un modelo más basado en el consumo interno que en las exportaciones y reformulando parte de su estructura económica.
En ese contexto, la proporción del producto interno que significan las exportaciones está ahora en el mismo nivel que el que se registraba a mediados de los 90.
Pero el país ha escalado en el tipo de productos que vende a los mercados internacionales: hace 20 años exportaba principalmente calzado, ropa y juguetes.
Pero ahora las ventas están centradas en equipos de telecomunicaciones, máquinas de procesamiento de datos, válvulas catódicas, muebles y joyería productos más caros y con más –valor agregado–.
Además, el informe señaló que China importa ahora productos primarios más vinculados con la “nueva economía”, esto es soja, níquel y nafta, disminuyendo el peso del trigo, el asero y gasoil, vinculados con un “viejo” esquema productivo.
Hace pocos días pudo leerse en la prensa internacional una nota de opinión de Zhang Jun, investigador e la universidad de Fudan, en Shanghai, donde avalaba la teoría de que lo que atraviesa china no es una crisis sino una reestructuración.
“Esto es menos una desaceleración que un cambio de marcha”, señaló el experto, que destacó que hay regiones de China que experimentan un fuerte crecimiento, mientras otras caen.
El economista señaló que “luego de la crisis financiera de 2008, cuando un crecimiento más lento se convirtió en la nueva normalidad para muchos países, China comenzó a acelerar su rebalanceo económico, cambiando los motores del crecimiento desde la manufactura de exportación hacia bienes y servicios para consumo doméstico”.
“China está en el medio de ese proceso y debe tener cuidado de no desalentar las actuales fuentes de crecimiento y menos caer en una trampa estructural en el que el costo de la transición le gane a los beneficios”, subrayó.
Faltan varios capítulos de esta historia para determinar el futuro del gigante asiático, un país que tiene fuertes y crecientes conexiones económicas con Sudamérica y la Argentina.