Empecemos por China. El gobierno chino está tratando de profundizar su cambio de modelo, desde una economía de inversión y exportaciones hacia una economía orientada al mercado interno, con más consumo y menos ahorro.
Sin embargo, no resulta fácil para una población sin derechos de propiedad bien definidos y sin un sistema de protección social eficiente y extendido reducir su ahorro e incrementar su consumo.
Una de las “ideas” que se le ocurrieron a la burocracia china para hacer crecer el consumo fue la de alentar el crédito indiscriminado a través de la banca pública. Una banca, obviamente, no acostumbrada a evaluar riesgo, y menos en un contexto de “otherspeoplemoney”, que tiene como consecuencia no sólo la mala asignación de recursos, sino también la corrupción generalizada.
Como era de esperar, ese experimento dio paso a un fenomenal stock de malos créditos, de inversiones sin sentido, y a una cuasicrisis financiera, disimulada por un sistema centralizado y opaco. Y a casos tan flagrantes de corrupción que no pudieron ser barridos bajo la alfombra y que llevaron a algunas “ejecuciones” ejemplares y a ciertas reformas en curso.
La otra “gran idea” fue estimular a los ciudadanos chinos a invertir en el mercado de capitales, comprando acciones. Con un mercado que ofreciera rápidas y constantes ganancias, los chinos podrían obtener su ahorro deseado con las ganancias de capital surgidas de la suba de las cotizaciones, y destinar, entonces, más dinero al consumo.
De esa manera, se han incorporado más de 80 millones de inversores individuales al mercado de capitales chino, es decir, dos Argentinas completas. Por supuesto, este esquema funciona sólo si los precios de las acciones suben permanentemente, en forma constante y sin volatilidad. Pero eso no existe en los mercados. Los árboles no crecen hasta el cielo y, cada tanto, hay toma de ganancias, contextos que cambian, preferencias que se modifican, miedos, especulaciones, etcétera. Y la bolsa china no escapó a esta regla. El índice de Shanghai, luego de crecer más del 60 por ciento en el año, se desplomó un 40 por ciento en menos de un mes.
Pero esto es lo que los burócratas chinos no pueden permitir. Tienen que asegurarse que los chinos sigan invirtiendo en el mercado de capitales y que los árboles sigan creciendo. Que se sientan ricos y consuman. Por lo tanto, la solución fue muy sencilla, ante el estallido de la burbuja, no sólo se intervino el mercado utilizando fondos públicos y con los bancos dando préstamos contra el colateral de las acciones. También se obligó a los inversores institucionales a comprar acciones y se dieron redescuentos a las agencias chinas para que compren acciones. Además, se prohíbe a los “especuladores” y grandes inversores con tenencias mayoritarias a vender sus acciones por los próximos seis meses, entre otras medidas drásticas, como perseguir a los que vendan. En otras palabras, cuando se compra se es un inversor, cuando se vende, se es un desestabilizador.
La falta de “globalización” del mercado de capitales chino hace que estos avatares tan peculiares no se transmitan demasiado al resto de los mercados del mundo.
Aunque, claramente, el eventual “efecto pobreza” sobre la parte de la población china con más capacidad de gasto influye sobre el nivel de actividad interno, la demanda de durables y bienes prescindibles, etcétera. y esto sí vincula un menor crecimiento chino con el mundo.
Pasemos a la Argentina. Aquí también los funcionarios quieren manejar el mercado, para lograr sus objetivos. En este caso, la meta es consolidar un esquema preelectoral, en donde el gasto público desborda, financiado con emisión de pesos, y hay que evitar que esta fiesta de pesos presione sobre los precios y sobre la brecha cambiaria, que, al final del día, es más inflación, menos consumo y menos reservas.
Para lograrlo, los burócratas locales, como sus pares chinos, aunque con menos capacidad de maniobra, han intentado estas semanas combatir a los “especuladores” y manipular el mercado. La ofensiva contra el mal llamado “contado con liqui”, la venta de títulos de las carteras oficiales, la presión sobre entidades financieras, etc., las amenazas de espías contra los “golpes de mercado” o el intento de lograr llevar la cuestión de la legalidad de la operatoria con bonos a la Corte, y que el tema se demorara en la Justicia unos meses, se inscribe en esta estrategia.
En ese sentido, la rápida reacción de la Corte Suprema desarmó en parte, sólo en parte, esta estrategia. Pero el intento para mantener “pesificada” la economía hasta las elecciones continuará (es decir, el que esté en la punta compradora del mercado cambiario será un desestabilizador y el que esté en la punta vendedora será un patriota).
Los burócratas chinos no quieren que su “modelo” de capitalismo de Estado sea desafiado por la realidad e intentan inventar un mercado de capitales sin volatilidades ni respuestas irrespetuosas.
Los argentinos, con metas menos ambiciosas por cierto y, “casualmente”, ayudados por los swaps de sus colegas chinos, sólo pretenden llegar a octubre con el menor ruido económico posible, para poder seguir inundando de pesos el mercado, financiando la campaña, para tratar de ganar en primera vuelta.
Obviamente, ir contra la realidad manteniendo las inconsistencias en el corto plazo siempre se puede, pero, más temprano que tarde, las políticas insostenibles pasan la factura, en China, o en la Argentina.