El 10 de abril se celebra el Día del Investigador científico. La fecha fue elegida en conmemoración del natalicio del científico argentino Bernardo Houssay, quien fuera creador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), institución que presidió desde 1958 hasta su muerte, en 1971. Houssay fue el primer latinoamericano en ser galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 1947, por sus descubrimientos en el campo de la endocrinología respecto de la glándula hipófisis, que permitieron avanzar significativamente en la lucha contra la diabetes. Si bien existe una difusa noción de que la tarea del investigador científico es importante para el desarrollo de la sociedad, también es cierto que la misma suele ser un enigma para la mayoría de los ciudadanos. Marta Bonaudo, investigadora del Conicet y directora del Instituto de Investigaciones Sociohistóricas Regionales (Ishir), describe en esta charla sus sensaciones al respecto: “El festejo en este día es virtual, los investigadores seguimos con nuestra tarea cotidiana, pero aceptamos el reconocimiento de esta labor que se desarrolla casi en sordina. Aunque a veces tenga exposición pública, en general va por caminos subterráneos dentro de la dinámica de creación de conocimiento”.
El trabajo cotidiano del investigador
El imaginario social, alimentado sutilmente de imágenes por la industria del cine, suele proyectar al investigador científico como un individuo que viste guardapolvos y manipula tubos de ensayo. “No todos los investigadores son así, aunque a veces los que investigamos en el campo de las Ciencias Sociales también podríamos necesitar guardapolvos”, comenta Baudano, risa mediante. Pero bien ¿Cómo es la rutina de un investigador, entonces? Es similar a la de cualquier otro profesional. Así lo describe la investigadora: “Tenemos una estructura formal de trabajo. Esta implica una cantidad de horas que nos impone la carrera, al tener dedicaciones exclusivas. Supuestamente 8 horas diarias, 5 días de la semana”. Pero “el investigador no puede atar su tarea y el funcionamiento de su reflexión y su trabajo a esa carga horaria, generalmente la jornada es mucho más larga”. Esto, aclara, se cumple tanto para los que trabajan en investigación básica o aplicada, en el laboratorio, como para los que lo hacen en el campo de las ciencias sociales: “El trabajo tiene un ritmo que impone la investigación, y vamos siguiendo ese ritmo tratando de cortar en algún momento, porque si no sería agobiante. Pero trabajamos más horas de las pautadas en la investigación”.
La búsqueda de todo investigador es, en general, que su trabajo redunde en una ampliación del conocimiento social. Pero no todos desarrollan su labor en los mismos ámbitos. Marta Bonaudo realiza sus investigaciones en el área de Historia. Así describe la especificidad del proceso de trabajo en el campo de las ciencias sociales: “Nuestra investigación tiene dos etapas. Una primera etapa puede estar representada por una búsqueda de archivos, que nos pone en contacto con documentaciones de otros momentos, o con otro tipo de fuentes o materiales. Historiadores y antropólogos hacemos investigaciones de campo, entrevistas, trabajamos con periódicos, documentos oficiales o no oficiales, correspondencia, etc. Nos interesa mucho, y esto es un gran cambio que han hecho las ciencias sociales en los últimos 30 o 40 años, la recuperación de la subjetividad de los actores, que se construye a partir de fuentes que armamos con ellos a partir de entrevistas concretas”.
Qué se investiga y para qué
Tanto en el ámbito de las disciplinas sociales como en las demás, hay momentos que van dirimiendo orientaciones en las investigaciones. Esos momentos, según la directora del Ishir, están definidos por preocupaciones sociales: “Investigamos para responder a preocupaciones, problemas, interrogantes que la sociedad está generando. El para qué se investiga ya sea en el campo de las ciencias sociales, o en el campo de las ciencias aplicadas o básicas de las llamadas ‘disciplinas duras’, siempre está ligado a preocupaciones contemporáneas”. Aquí entra en juego el debate sobre la pretendida objetividad de la investigación y la incidencia de la subjetividad del científico, debate que, según Bonaudo, “tuvo algunos momentos muy fuertes en el campo de discusión, pero que hoy los tiene menos, porque creo que hay algunos presupuestos que más o menos están relativamente acordados: cada investigador tiene formaciones específicas pero también una formación teórica”. “Son sus herramientas teóricas las que lo conducen a llevar adelante determinado camino en la investigación”, enfatiza.
La financiación y su impacto
Otro gran debate que se ha dado en los últimos años en el campo de la investigación, tiene que ver con la disyuntiva entre la producción de conocimiento en respuesta a demandas sociales o a demandas del mercado. La financiación es, en este sentido, un tema muy espinoso para los investigadores. Así lo relata Marta Bonaudo: “En algunas situaciones y en algunas disciplinas en donde existe una vinculación de los investigadores con el campo empresarial, puede pasar que se privilegie determinado orden de línea de trabajo sobre otro”. No obstante, para la Doctora en Historia “el Conicet ha jugado un rol fundamental durante mucho tiempo, sosteniendo y protegiendo líneas de investigación básica que pueden no tener salidas inmediatas de aplicación en el campo social, pero que eran fundamentales para el conocimiento de una realidad, de una sociedad, de una dinámica determinada”. Bonaudo admite que en este momento “hay una preocupación sobre todo del Ministerio de Ciencia y Técnica de la Nación de alcanzar mayores niveles de articulación de los Centros de Investigación de Conicet con el mundo empresarial por un lado, pero también con los organismos estatales, de otros espacios que no son específicamente al que está ligado orgánicamente el Conicet”.
La historiadora remarca la importancia de luchar contra esa diferenciación tajante que se realiza comúnmente entre las Ciencias Sociales y las llamadas ‘ciencias duras’. Por ello afirma que “Son distintas, pero en el fondo no tanto”. Y da al respecto un caso muy claro que ilustra su punto: “En este Centro Científico Tecnológico de Rosario hay investigadores de la rama de las ciencias sociales que han abierto camino a sus colegas de otras disciplinas proporcionando herramientas de conocimiento, por ejemplo para la investigación de enfermedades endémicas como el Mal de Chagas. Justamente gracias a este sostén institucional estatal, que ha sido el patrimonio más fuerte de Conicet hasta esta etapa, esas investigaciones han tenido la viabilidad que de otra manera no hubieran logrado”, completa. Pero para Bonaudo el problema no es sólo esa percepción de división irreconciliable, sino también el discurso que sitúa a algunas disciplinas por sobre otras: “Muchas veces desde una mirada muy ajena se ha pensado que el campo de las ciencias sociales no es un campo científico, y muchas de las disciplinas de lo social se colocan en un rubro muy laxo que es el de las Humanidades”. “Nosotros podríamos plantear que algo debemos estar incorporando al conocimiento, a la dinámica de lo social, cuando en momentos en que la democracia no es un valor para la sociedad y existen perspectivas dictatoriales, justamente las ciencias sociales resultan el campo más atacado”, argumenta con aplomo.