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Pasión de altamar

Cinco filipinos en una tarde del Gigante

Marineros de un buque de carga vivieron una experiencia inolvidable en el triunfo de Central sobre Tigre.


Por estas horas, la ruta de navegación del buque de carga Corella Arrow, acelera con destino a Río Grande del Sur, Brasil. Hasta ayer, la nave de bandera de Bahamas clavó ancla en el Puerto de Rosario. Y durante diez días sus tripulantes de origen filipino pudieron degustar las bondades gastronómicas de la ciudad, recorrer los sitios históricos de la cultura rosarina y contagiarse de la pasión futbolera que se transmite por estas latitudes.

El pasado sábado, en ocasión del partido que Central le ganó por 1-0 a Tigre, los marineros filipinos Pem Pom Parcon (44 años), Niel Mar Niembra (25), Lynton John Estebal (25) y Andy Balaoro (23) comprobaron la pasión con la que se vive el fútbol en Rosario, situados en la platea superior este del Gigante de Arroyito. Esa tribuna de frente al sol del atardecer y de espaldas al río Paraná, cuyas aguas volvieron a navegar pocos días después.

“Estos chicos quedaron maravillados con lo que vivieron en la cancha de Central”, confió Francisco Ochstadt, proveedor de servicios marítimos y encargado de la logística para que estos filipinos pudieran disfrutar de una experiencia inédita en el Gigante.

Es que en la República de Filipinas, un país insular ubicado en el sudeste de Asia, sobre las aguas del océano Pacífico, las preferencias deportivas pasan por el básquet de la NBA -los filipinos en cuestión profesaron admiración por el bahiense Emanuel Ginóbili- y por las proezas pugilísticas de Manny Pacquiao, uno de los mejores boxeadores de la historia y el único púgil que ha conseguido nueve títulos mundiales en ocho categorías diferentes.

“Messi, Maradona, Batistuta y Crespo”, enumeró Pem Parcon, oficial de cubierta y el más veterano de los marineros, sobre los jugadores más reconocidos del fútbol argentino en Filipinas, cuyas hazañas y goles en selecciones nacionales y en equipos internacionales trascendieron océanos y fronteras.

Antes de irse de Rosario rumbo a Río Grande, junto al proveedor de servicios marítimos Francisco Ochstadt.

“No teníamos entradas pero fuimos con la ilusión de que íbamos a conseguir”, reconoció Francisco. Con vestimenta casual, caminaron por bulevard Avellaneda hasta el Gigante. Se detuvieron un par de cuadras antes. Pidieron choripán y gaseosa, mientras el capitán del barco ‘regateaba’ el precio de las camisetas con una vendedora ambulante. “Al final se llevó 20 camisetas para toda la tripulación, por casi 5 mil pesos”, añadió Ochstadt.

En agradecimiento, una emocionada vendedora por semejante compra les obsequió una bandera, que los cinco filipinos agitaron con fuerzas en la platea del Gigante cuando se produjo la salida del equipo y cuando Teo Gutiérrez convirtió el gol de la victoria de Central.

Para la mayoría de ellos, fue la primera vez que asistieron a un partido de fútbol. No es el caso de Pem Parcon. “He ido a ver fútbol en Salvador de Bahía”, contó en un entendible castellano. En la antigua Filipinas, tres siglos de colonización española dieron lugar a una cultura hispano-asiática y a una introducción filipina al idioma español, que tuvo su apogeo entre los Siglos XIX y XX.

Un embarcado filipino de menor rango percibe un sueldo aproximado de 500 dólares mensuales, algo así como 7.800 pesos. En el año, navegan durante nueve meses y descansan tres en Filipinas. “Son 270 días”, lleva la cuenta Parcon.

“Nos gusta el clima de Rosario. Como el tropical de Brasil y Filipinas”, comparó el veterano marinero. Tras zarpar de Rosario, el itinerario del Corella Arrow continuará por Singapur, China, Taiwán y Corea del Sur, entre otros destinos. Antes de despedirse, pidieron el deseo de volver vivir otra tarde inolvidable en la cancha de Central.

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