Ciudad

Qué mirá, bobo

Ciudad sin servicios, andá payá: corte de cable e internet antes del partido, de luz y agua después

El karma de los servicios que no sirven y abonan el "nacidos para sufrir". Un multimedios y una empresa estatal más bomberos que el árbitro español


Con un calor agobiante, una economía derretida y el mate en la vereda como una recreación de riesgo, la esperanza de tener aunque sea una breve alegría compensatoria estaba puesta este viernes en acompañar un nuevo triunfo de la Selección argentina en el Mundial. Pero ni eso: en gran parte de Rosario, la empresa Cablevisión se mandó un corte del servicio de cable y de internet justo minutos antes del choque contra Países Bajos. Más bajo, imposible. Y después, ni siquiera pudo haber desquite con el poco de alivio que concedía la naturaleza, porque llegó con tormenta y la tormenta, como se sabe, puede con las endebles instalaciones y redes eléctricas de la EPE. Otra vez no, decía, pero fue: numerosos barrios quedaron a oscuras. Y sin agua. No fue mucho tiempo, pero alcanzó para torpedear los festejos y activar el enojo.

La postal menos deseada: gente recorriendo estaciones de servicio o bares, oteando los aparatos de TV para ver si ahí, al menos, llegaban las imágenes de Qatar. Pero claro, valga la ironía, la mayoría está suscripta a los servicios del multimedios, que tiró la pelota afuera antes de la pitada inicial y no la devolvió a la cancha hasta casi el final de los primeros 45 minutos.

Una de las pinturas de la orfandad ciudadana fue la de varios y varias con las cabezas pegadas en el intento de distinguir la pelota diminuta en pantallas de menos de seis pulgadas. Siempre que alguno tuviera a mano un celular con señal. Intercambio literal de aliento. Otra, la de los resignados que al no poder aprovechar las bondades de la tan mentada era de las imágenes, revivieron involuntariamente el tiempo de sus abuelos con el solitario sentido del oido enfocado en relatos radiales tan exagerados como poco confiables. En general.

Sufrimiento en el barrio propio o en otro, en la casa de un amigo, pariente o vecino que aceptó impensadas visitas dadas las circunstancias que complicaban desde acá y las que sucedían a 13 mil kilómetros con un pase a semifinales que ya estaba y después, no. Que se estiró 30 minutos que no alcanzaron, valenciano Mateu Lahoz mediante. Que parecía sellado con dos atajadas y tampoco. Pero llegó, con el corazón salido de la boca, con el condimento de los gestos y esas palabras rosarigasinas del 10 que se pareció al otro 10, con la bronca del potrero metiendo cuña en la aburrida formalidad qatarí.

Bueno, listo. Y otra vez no: llegó la tormenta. Anunciada, fuerte pero corta y aún así, como otra marca folclórica, desactivó los servicios tan esenciales como caros e intermitentes. Zonas sin energía eléctrica ante el primer viento. Y algunas, sin agua. Lindo para el final de una jornada que reclamaba un aire acondicionado, un ventilador al menos, un baño para el sudor del estrés futbolero.

Y los anegamientos, y los árboles caídos, y la desidia ante lo que se sabe que seguirá pasando porque no se arregla.

A los responsables de todo el desquicio, orondos con la impunidad de jamás recibir una amarilla por no cumplir con lo que deben y por lo que cobran, dan ganas de decirles “qué mirá, bobo”. Y por supuesto, “andá payá”. O por lo menos, acomodate.

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