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Claro que hay solución, pero primero hay que ver las causas profundas de la inflación

Si los argentinos no sabemos y conocemos hacia dónde nos llevan los gobiernos y de qué manera vamos a generar empleo con justicia social, nadie, ni los trabajadores ni los empresarios, tendrán certeza alguna de alcanzar la estabilidad deseada,

Esteban Guida

Fundación Pueblos del Sur (*)

Especial para El Ciudadano

La inflación vuelve a estar en el centro del debate económico de la Argentina. Los medios de comunicación presentan las discusiones de siempre: los precios se aceleran; el atraso cambiario que esto genera complica el saldo comercial; los pesos excedentes en la economía presionan sobre el tipo de cambio; el déficit fiscal retroalimenta el proceso inflacionario; la falta de previsibilidad y la incertidumbre dan lugar a la especulación en la oferta de bienes, y ya sabemos…

Las propuestas que allí se oyen para enfrentar el problema también caen en los mismos argumentos de siempre. Abunda el diagnóstico coyuntural y salir del paso con el discurso que se da por válido porque “todos lo repiten”. Con el peso de los archivos muchos prefieren quedarse en la superficialidad que permite el vocabulario de cafetín.

El gabinete económico, con Martín Guzmán a la cabeza, se apoya en las proyecciones del Presupuesto nacional 2021, aprobado por ley en el Congreso, para reducir la incertidumbre acerca de la macroeconomía y sus principales variables. Pero, por el contrario, esto es lo que genera desconfianza, porque cualquier avisado puede hacerse la siguiente pregunta: si el gobierno de Alberto Fernández no hace cambios significativos en la estructura económica argentina desde que asumió, ¿en qué se apoya la proyectada estabilización de las variables económicas que están en el Presupuesto?

No debemos olvidar que en abril del 2018 la economía argentina colapsó. El modelo económico mostró su fracaso de manera rotunda, arrojando los peores indicadores socioeconómicos y alejándonos (en serio) del mundo financiero. La expectativa con el cambio de gobierno era mucho más grande que lograr sólo una “estabilización”, ya que estabilizar la economía no implica sacar al país de los niveles de pobreza, desempleo, primarización y retraso tecnológico que nos mantiene atrapados en esta situación de dependencia y subdesarrollo. En otras palabras, ¿puede estabilizarse la economía de un país que no da muestras de encontrarse en una trayectoria de crecimiento y desarrollo sostenible?

De ahí que cuando los economistas dicen que “el problema es la macro” se refieren a que las actuales condiciones estructurales que hacen al funcionamiento general de la economía (o sea, no solamente a la sintomatología que implica la inflación), no está garantizando las condiciones necesarias para lograr estabilidad, con crecimiento y desarrollo. Por lo tanto, aunque se “den señales” para acomodar las expectativas, si el modelo no da muestras concretas de solvencia y sustentabilidad, tarde o temprano los agentes económicos buscarán sacar ventaja de una situación de crisis y zozobra; pero, como ya sabemos, esto es algo que sólo unos pocos pueden lograr con certeza.

Para ser más precisos y no caer en el mar de palabras repetidas que se escuchan en estos tiempos sobre la inflación, apuntando a los síntomas y eludiendo el problema de fondo: la suba de precios desmedida en alimentos es el síntoma del problema de la concentración económica, producto de casi medio siglo de políticas anti-industriales que destruyeron el aparato productivo local Pyme, y cedieron el manejo de cadenas de valor enteras a manos de grupos concentrados de poder.

La dependencia de los precios domésticos a las variaciones del tipo de cambio es el síntoma de nuestra pobrísima capacidad de producir internamente los productos básicos y necesarios para desarrollar nuestra vida cotidiana. Por eso, las modificaciones en el tipo de cambio, útiles para ganar competitividad (como hacen todos los países), provocan, en nuestro caso, alteraciones en el sistema de precios, alimentando el proceso inflacionario. Sin embargo, sigue postergada la voluntad política de poner en marcha la industria sustitutiva de importaciones, o de regular planificadamente el comercio y los sectores estratégicos para impulsar con visión de largo plazo la producción nacional de más cantidad de bienes y servicios con orientación al empleo y el desarrollo nacional (energía, transporte, comunicaciones, tecnología, etcétera).

Por su parte, la política monetaria, que es un elemento clave para alcanzar esa expansión de la oferta, tiene un efecto indeseado sobre el tipo de cambio, ya que el dinero emitido termina fluyendo hacia los grupos con capacidad de especular sobre el mercado cambiario gracias a las imperfecciones del sistema de precios de nuestra economía.

El sistema financiero, así como está regulado hoy, es un obstáculo para abordar las soluciones de fondo; no sólo porque impiden la orientación productiva del crédito (para expandir la inversión, generar empleo y retener internamente la generación de riqueza) sino también porque al apropiarse de gran parte de ese excedente monetario, especulan sobre la divisa para mantener sus márgenes de rentabilidad y fugar la riqueza.

Con esta argumentación no se pretende subestimar el valor de la sintomatología del problema económico argentino, sino poner en énfasis en la necesidad de enfrentar los problemas de fondo, que son los que realmente aquejan al pueblo argentino.

Y aquí llegamos al punto en que la negativa del presidente Alberto Fernández de tener y explicitar un plan económico deja de ser una frase desafortunada y pasa a significar un elevado costo político y económico para todos. Si no hay un rumbo claro, explicitado consistentemente, articulado políticamente (lo cual no necesariamente implica consenso, sino viabilidad) y fundamentado con la realidad que imponen las necesidades de nuestro pueblo, cualquier política de estabilización, cualquier promesa de cumplimiento de proyecciones, cualquier intento de ajustar las expectativas chocará inexorablemente con la realidad de una economía fallida y contraria a los intereses de la Patria.

La clase política ha perdido totalmente la credibilidad; ya no alcanza con palabras y presupuestos. Si los argentinos no sabemos y conocemos hacia dónde nos llevan los gobiernos y de qué manera vamos a generar empleo con justicia social, nadie, ni los trabajadores ni los empresarios, tendrán certeza alguna de alcanzar la estabilidad deseada, hecho que se traduce inexorablemente en un ritmo inflacionario errático y creciente.

Porque los principales interrogantes que hacen a la economía argentina todavía no están abordados con la altura política que merecen, es que el escenario inflacionario para el 2021 se presenta altamente incierto.

 

(*) fundacion@pueblosdelsur.org

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