Los judíos celebran hoy en Israel y en el resto del mundo el Año Nuevo hebreo, 5778 del calendario, con miel, manzanas y granadas, una fiesta que según la ortodoxia conmemora la creación de Adán y Eva, y para los laicos marca el comienzo del año económico y el ciclo agrario.
A lo largo de los siglos y dependiendo de los lugares, el modo de celebrar el Año Nuevo judío (Rosh Hashana, Cabeza del año en hebreo) ha ido variando en ritos y comidas.
Pero ha permanecido en la tradición el deseo de que el año que entra sea dulce (motivo de la miel y los dátiles), que las gentes sean capaces de autocrítica y mejora (la manzana, símbolo del pecado del egoísmo, mojada en la miel para mitigarlo) y la cabeza de pescado, para ser cabeza y no cola, y elegir el propio camino.
De la granada, fruta con gran presencia bíblica como símbolo de la fertilidad, dice la tradición judía que posee 613 semillas, precisamente el número de mandamientos divinos que los judíos deben cumplir, y que se consume en año nuevo para tenerlos presentes.
La improbabilidad de que ese sea el número de semillas en cada fruto no impide que las granadas estén en las mesas de todo quien celebra, laico o religioso.
Los laicos se desean en estos días “un dulce año nuevo” mientras que los religiosos “un buen fin de firma”, ya que el año nuevo inaugura las fiestas más sagradas del judaísmo, y diez días más tarde será Yom Kipur, Día de la Expiación, en el que los judíos ayunan en contrición por sus pecados esperando que Dios les inscriba o firme en el Libro de la Vida.
El índice de natalidad israelí llega al 3,11, el más alto de la Organización para la Cooperación Económica y Desarrollo (OECD), que aglutina países desarrollados, habiendo nacido el año pasado 181.405 bebés.
Y los nombres más populares para esos recién nacidos son, por tercer año consecutivo, Mohamed para los niños y Tamar para las niñas.