*Por Gonzalo García/UNR
Desde que el Covid-19 emergió en la esfera pública, mucho se ha hablado y teorizado sobre la posible vacuna. Argentina, junto con México, están produciendo la vacuna que desarrolló la Universidad de Oxford para distribuir por América Latina, y recientemente el presidente Alberto Fernández anunció que el país se hará con 25 millones de dosis de Sputnik V, la versión fabricada por Rusia. A su vez, Argentina se encuentra en tratativas con otros desarrollos para adquirir más dosis. La docente de la Facultad de Ciencias Médicas y directora científica del Centro de Investigación y Producción de Reactivos Biológicos (CIPReB) de la Universidad Nacional de Rosario, Ana Rosa Pérez, explicó cómo se desarrolla una vacuna y qué desafíos trae aparejados.
“Una vacuna es una forma artificial de producir inmunidad contra un determinado patógeno, que puede ser un virus o una bacteria. La otra forma de lograr esa inmunidad es generar anticuerpos propios a partir de contraer la enfermedad, aunque no en todos los casos es lo que se puede hacer ya que esta puede ser peligrosa para nuestro organismo”, definió Pérez.
Poco se sabe de la durabilidad de los anticuerpos generados en una persona luego de curarse de Covid-19, por lo que es necesario crear una vacuna que asegure la presencia de éstos en el organismo. “En los últimos 120 años de historia moderna las vacunas estuvieron enfocadas en producir anticuerpos, pero hoy se sabe que en algunos patógenos, además de eso, se necesita producir células o linfocitos T, por lo que buscan elaborar de los dos. Todo depende del tipo de patógeno que se trate”, indicó Pérez, quien además es investigadora del Instituto de Inmunología Clínica y Experimental de Rosario (IDICER).
Los linfocitos T son una especie de células inmunes cuyo principal propósito es identificar y matar a patógenos invasores o células infectadas. Debido a que las células T pueden mantenerse en la sangre durante años después de una infección, también contribuyen a la memoria de largo plazo del sistema inmune y le permiten organizar una respuesta más rápida y efectiva ante la aparición reiterada del virus.
Se reconoce que hay vacunas que generan inmunidad de por vida y otras que deben reforzarse cada cierto lapso de tiempo. Esto último se debe a que hay virus que mutan año a año, lo que les permiten evadir la respuesta inmunológica. “Este es, por ejemplo, el caso de la gripe, que muta tanto que parece un nuevo virus y por eso hay que vacunarse todos los años. Es decir, genera nuevos antígenos que nuestros anticuerpos no reconocen. Anualmente científicos estudian estos virus para observar cómo se comporta la nueva cepa y así generar la vacuna específica. Lo que no se conoce con exactitud es por qué algunas vacunas duran de por vida, es una cuestión que continúa estudiándose”, explicó.
Las vacunas funcionan de manera colectiva, es decir, son realmente efectivas a partir de que una cantidad importante de personas se las aplican. Sin embargo, desde hace varios años, existe un movimiento antivacunas que milita en contra y representa un riesgo para la sociedad. “Tuvo un impulso fuerte cuando un investigador inglés publicó que las vacunas provocaban autismo, aunque tuvo que retractarse porque el estudio estaba mal. Sin embargo, produjo un daño enorme que todavía estamos tratando de revertir. Por esa razón la vacuna del Covid-19 tiene que probarse muy bien antes de aplicarse a la población en general ya que un error podría reforzar la idea de estos grupos. De esta manera se requiere un gran compromiso de investigadores y entidades regulatorias para que se cumplan todos los procedimientos”, señaló.
Los pasos de fabricación
Durante estos meses, se han subrayado las fases en las que se encuentran los distintos desarrollos para medir el grado de avance. Existe una fase elemental que antecede a todas las otras, que se vincula con la investigación básica y es ahí donde se hace su diseño. “Por ejemplo, la vacuna de Oxford trabaja en base de adenovirus, por lo que esta etapa es cuando se genera el inserto de la proteína del coronavirus dentro del adenovirus. Luego está la fase de investigación preclínica, cuando se inyecta ese adenovirus en animales y se prueba, entre otras cosas, si genera defensas”, explicó.
Cuando se supera este momento puede avanzarse hacia la fase 1, donde se hace un estudio en un número reducido de seres humanos y se prueba la posibilidad de que surjan efectos adversos. Si esa fase arroja buenos resultados, se pasa a fase 2, donde se evalúa la protección: “Ahí se recluta a un número superior de personas, que por lo que he estado viendo en este caso en particular varían de 50 a 500 personas”.
Cuando finaliza dicha etapa y se obtienen los resultados esperados, se llega a la tan famosa fase 3, donde el número de individuos que prueba la vacuna es mucho mayor. Si en este punto continúan manteniéndose los índices, es recién entonces que los organismos regulatorios pueden aprobar la vacuna para que se administre a la población en general. “Antes del coronavirus, esas fases eran secuenciales, pero ante la urgencia del momento que estamos viviendo se encimaron. Algunas se llevaron a cabo juntas, aunque respetando siempre las especificaciones de cada una, con el objetivo de acelerar los tiempos”, comentó.
Con un mismo objetivo
Una de las vacunas que están más avanzadas a nivel mundial es la de la Universidad de Oxford. La Argentina se ha comprometido a producirla junto a México en América Latina. “Esta institución tiene un prestigio que la antecede y el grupo en particular que la desarrolló viene trabajando hace mucho sobre vacunas, por lo cual me parece lógico apostar por ésta. Nuestro país estuvo probando durante un tiempo también la vacuna diseñada por el laboratorio Pfizer en el Hospital Militar de Buenos Aires, aunque todavía no se llegó a un acuerdo para la producción”, explicó.
Por otro lado, Rusia fue el primer país en patentar la vacuna contra el Covid-19, lo que trajo revuelo en la comunidad científica, ya está en condiciones de comenzar con la distribución a nivel mundial. “La polémica en el ambiente científico sucedió porque no se tenían muchos datos de la fase 2, a diferencia de los otros desarrollos. Desde el punto de vista científico el proceso no siguió el estándar normal de publicación de datos. Esto, principalmente, es lo que generó dudas, aunque con el correr de los meses se fueron liberaron datos que transparentaron el proceso. Hoy se conoce mucho más sobre esta y sus resultados”, señaló.
La especialista opinó que no hay que “casarse” con ninguna vacuna en particular, ya que todas deben ser probadas para encontrar la mejor: “Cuanto mayor cantidad de pruebas y vacunas se puedan realizar será mejor, porque luego se va a tener que evaluar entre ellas los niveles de efectividad”.
Pérez hizo énfasis en la velocidad con la que se desarrolla la vacuna, ya que el promedio general de desarrollo oscila entre los dieciocho años aproximadamente. “Es cierto que existen algunas que tardan cuatro o cinco años, pero nunca se avanzó tan rápido como ahora. Esto se debe a que es un asunto que nos afecta a todos a nivel mundial de manera urgente. Hay otras que a pesar de los años todavía no se han podido producir con efectividad, como la del HIV o la de la malaria. Otro ejemplo es la vacuna contra el Chagas, enfermedad que se conoce hace cien años y que todavía no pudimos desarrollar. Entonces, el tiempo depende muchísimo del patógeno y de la cantidad de dinero destinado a su investigación”, concluyó.